domingo, 20 de mayo de 2007

A LA MEMORIA DEL DR. SALVADOR NAVA FUNDADOR DEL MOVIMIENTO CIUDADANO POR LA DEMOCRACIA

A LA MEMORIA DEL DR. SALVADOR NAVA FUNDADOR DEL MOVIMIENTO     CIUDADANO    POR     LA      DEMOCRACIA
Enrique Maza S.J.
 
 
Fue en vísperas de su muerte. El doctor Salvador Nava no se levantaría ya del lecho de su enfermedad final. Su cama, impecablemente limpia y arreglada. Su familia, alrededor. No estuvimos mucho tiempo con él, para no cansarlo. Ya no tenía muchas fuerzas. Habíamos llegado de San Luis Potosí Julio Scherer y yo, para verlo. Y para despedirnos, pero eso lo dijimos sin decirlo, porque era más bien el reencuentro con la vida a las puertas de la muerte. No hablamos de política, aunque hacía poco que había obtenido un triunfo con su marcha por la democracia y por la honradez electoral, y logrado la destitución del gobernador Fausto Zapata, recién estrenado en el estado de San Luis. Nava y sus seguidores, que construyeron el navismo, una batalla concreta pero inmensamente penosa y larga, en la guerra general por la democracia en nuestro país. No era la política lo que estaba en el fondo de nuestra visita y de nuestra conversación. Era otra cosa que podría sintetizarse así: nadie vive plenamente hasta que encuentra algo por lo que vale la pena morir. Nava moría. Había encontrado lo que valía la pena y estaba muriendo por ello. En consecuencia, había vivido plenamente. Nava lo dudaba. Se lo preguntaba y nos lo preguntaba. No para buscar la alabanza, sino porque estaba seguro que no la merecía. Hablamos de la plenitud de su vida. No había lágrimas en sus ojos, sino ese estado previo que conmueve adentro, pero no turba la serenidad de afuera. La obra realizada era prueba de la plenitud de su vida. Tal vez, decía, quizá no. Consciente de su muerte, estaba repasando el libro de su vida, página por página, año por año. Pero no había que tener esa pretensión, como si fuera un libro defectuoso. Era un libro con faltas de ortografía, no con errores fundamentales. Había algo que no podía dudarse. Nava se trascendió a sí mismo. El amor es la forma más inmediatamente comprensible de la trascendencia del hombre. Y Nava estaba rodeado de amor. Se había trascendido, no sólo en su obra política, sino fundamentalmente en el amor que había sembrado y que lo seguía. Había franqueado sus propios límites y encontrado en los otros lo que hacía falta para existir plenamente. Finalmente había salido de sí mismo y se había trascendido en los demás. Y en su obra. Había luchado por los demás, por una vida mejor para los demás, por un país mejor para los demás. Y había demostrado que era posible, a pesar de ser difícil, muchas veces doloroso, siempre muy largo. Había sembrado esperanza, había hecho posible la esperanza. Pero la esperanza sólo es posible porque es fruto del amor, porque es creación del amor, porque es el fruto de la vida que se deriva y es consecuencia del amor. La esperanza indaga y descubre una nueva dimensión de vida y del futuro. Marcha desde las sombras hacia la verdad que se convierte en historia, no se conserva de palabras. La verdad que se transmite en palabras vivas, calentadas en corazones vivos y transformadas en amor y en lucha. Porque de nosotros depende que a las palabras no les falte vida y que a la vida no le falte la lucha, que a la política no le falte el amor y que al amor no le falte el tiempo. En último término, que al espíritu no le falte la carne y que a la carne no le falte el espíritu. El cardenal John Newman dijo al final de su vida: "Nunca le he fallado a la luz". Sobre eso versó la conversación de aquella tarde con Salvador Nava, aunque no lo dijimos en esos términos. Sobre la luz, porque la verdad es siempre la defensa más segura y el camino más recto. Sobre el amor, porque el pensamiento y la política sin amor agobian. Y sobre la muerte, porque la vida sin infinito acaba por asfixiar.


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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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