domingo, 26 de septiembre de 2010

CARTA A UN TAL FELIPE chatarra

Felipe Calderón Hinojosa:

El día de hoy  al llegar a casa, me encontré tirado cerca de la puerta un sobre transparente en cuyo interior se observaba el escudo nacional. El contenido del sobre, tirado, debo insistir, era el siguiente: una bandera nacional, la letra del Himno y una carta de Ud., Felipe Calderón, firmando como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos ("haiga sido como haiga sido", agréguese). A esa carta responden estas líneas.

El mismo sobre estaba tirado por fuera de todas las casas, aun en las deshabitadas y las de plano abandonadas. Qué lástima. La enseña nacional rodando por el suelo, como fiel estampa de la suerte que corre la patria desde hace muchos años, pero sobre todo en los últimos. Les pedí a unos chamacos  que recogieran las banderas tiradas en las casas no habitadas. Trajeron 24 y se ganaron unos pesitos, que supongo se gastaron en productos chatarra.

No se les debe culpar por ello: asisten a escuelas chatarra y, a veces, hasta clases tienen; si prenden la tele, ven tele chatarra; lo mismo pasa si se les ocurre prender la radio, caso improbable, tratándose de chamacos; si se suben al camión urbano, será un camión chatarra; si sus hermanos pequeños asisten a la guardería, asistirán, peligrosamente, a una guardería chatarra, en donde podrán ser asesinados impunemente, pues lo más importante, lo que verdaderamente importa, es el margen de utilidad (para que salpique), y no su seguridad. Van formando parte, los chamacos, de una sociedad paulatinamente chatarrizada, por un gobierno que es chatarra, pero digerida ya, en los intestinos de la corrupción.

Ese gobierno, chatarra digerida, tiene en Usted a un representante inmejorable (¿o impeorizable?). Su gobierno, inundado en bases de datos con información de los ciudadanos, es incapaz de personalizar las cartas que acompañan Bandera e Himno. Por eso las tiran indiscriminadamente, para que muchas, muchísimas banderas, se confundan con la propaganda-chatarra-basura que avientan anunciando desde pizzerías, casas comerciales o de empeño.

Qué bueno que tiran la Bandera en sobre cerrado. Ahí debe quedarse. Son éstos, tiempos de guardar banderas. Por ello los vendedores de banderitas que hacen su agosto en septiembre, se quejaron de que este año, a pesar del bicentenario, se les quedaron muchas sin vender. Y cómo no, si el orgullo patrio y sus fervores deben esperar mejores tiempos.

Y hasta eso que Ud. se tira un rollo muy bonito. ¡Ah, los colores de la bandera! "el verde de la esperanza, el blanco de la paz que hemos conquistado y el rojo de la sangre derramada por nuestros antepasados", dice usted. Pero ¿Cuál esperanza? Si la juventud entera (siete millones, y contando) tiene cancelado su futuro, al no encontrar ni oportunidad de estudio, ni de trabajo. ¿Cuál paz? Si en aras de obtener el reconocimiento y legitimidad que  le negaron las urnas, Ud. sumergió al país en una guerra contra algunos narcos, protegiendo a otros. En lo que sí tiene razón es en eso del rojo de la sangre derramada. Nada más faltó poner la sangre de nuestros antepresentes y de nuestros antefuturos. Pues quién sabe cómo y cuándo saldrá el país de esa guerra a la que usted le entró "como el Borras".

Son, pues, tiempos de guardar banderas. Entre otras cosas porque la banda presidencial (no me refiero a su gabinete), la ciñe una persona que alguna vez dijo "yo gané, haiga sido como haiga sido". Esa persona ensucia esa banda, que es nuestra  bandera. Por eso nuestra bandera es una bandera sucia.

Sin embargo, la guardaremos hasta un día de julio de 2012. Cuando, a fuerza de votos, pongamos fin a su mal gobierno. Ese día la bandera ondeará feliz y orgullosa. Pero todavía no estará limpia. La lavaremos, la limpiaremos, hasta el primero de diciembre de 2012, a eso de las once de la mañana. A esa hora Ud. habrá entregado  la banda presidencial y será incapaz ya de seguirla ensuciando.

A esa hora de ese día, iniciará Usted su inevitable camino hacia el fondo de la letrina de la historia. Debemos suponer que estará feliz, en su elemento. Nosotros también, con nuestra bandera rechinando de limpia. Lavadita, lavadita (con Ajax bicloro, porque la mugre está cañona), nuestra bandera podrá lucir esplendorosa, bajo el cielo de la patria nuevamente esperanzado.

 

Martín Vélez.

P.D: No me tutee, que hay niveles.

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sábado, 25 de septiembre de 2010

Marxismo: ¿Se salvó algo del diluvio? (Parte I)

Marcos Winocur (Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Índice

1. Utopía, te odio y te quiero
2. ¿Salta Lenin el atlas?
3. Marx: la muerte se asoma y saca la lengua
4. San Marx y san Lenin que estáis en los cielos...
5. Conclusiones

1. UTOPÍA, TE ODIO Y TE QUIERO

"Parecía imposible ¡pero sucedió! De repente, el sol dejó de salir sobre el horizonte". Fue un comentario público de Fidel Castro a propósito de la caída de la URSS. Y bien, sol, adiós, los tercermundistas hemos quedado a oscuras. Con infinita paciencia buscamos velas y cerillos, a ver si algo podíamos iluminar. Pero no estábamos preparados y nos pusimos nerviosos, abrimos la cajita al revés y los cerillos fueron a parar al suelo...

Pues, sí, la URSS podía estar llena de defectos y contradicciones -y lo estaba: más de lo que se creía- pero funcionaba como contrapeso frente a Estados Unidos. Y un día... se acabó la bipolaridad y desde entonces una pregunta ha quedado flotando en el aire: ¿Hemos vivido un sueño, una utopía?

Veamos si se puede aproximar una respuesta.

En sentido estricto, utopía es la propuesta de un nuevo modelo de realidad, que ésta rechaza. "Tercos son los hechos", dijo alguien apodado "El Moro". Precisamente, por realidad o por hechos, me refiero a los obstáculos de todo tipo que impiden en definitiva la aplicación de una propuesta a futuro, y la convierten en utópica. Obstáculos puestos tanto por la naturaleza física o biológica, como por la sociedad vigente. Si se propone contradecir la ley de gravedad, irnos de viaje a las estrellas, o volvernos inmortales, Mamacita Naturaleza dice "no" y rotula: "ciencia ficción". Si se propone contradecir el sistema social, los mayores obstáculos provienen de la resistencia ofrecida por las estructuras mentales dominantes, que dicen "no" y rotulan: "somos las guardianas de la identidad".

Por el momento, así están las cosas.

Durante siglos, durante milenios, las estructuras mentales se acompasan a la realidad que les ha hecho nacer, es el caso del feudalismo en el Oriente de Europa, notoriamente de Rusia: el zarismo gobernaba, los campesinos trabajaban y las estructuras mentales dominantes se transmitían de generación en generación. Eran poderosas, más, mucho más de lo que después se pensó. Pues ellas adquieren el don de la autonomía, nada de pedir permiso a la realidad para perpetuarse. Así, cuán feudal se conservaba Rusia y cuán capitalista había pasado a ser con los años, fue la preocupación de Lenin a los fines del siglo XIX, la cual le llevó a escribir "El desarrollo del capitalismo en Rusia". Pero ciertamente la cuestión no era inquietud de las clases dominantes, sólo esto les importaba: que el orden social y político se perpetuara, enunciado que muchos reducían a "la policía, los servicios de inteligencia y el ejército cuidan de nosotros".

Hay que recordar que en la Rusia zarista, la servidumbre recién fue abolida en el último tercio del siglo XIX, y muchos ni se dieron por enterados. El país había ganado un sólido prestigio en Occidente como el más atrasado de Europa. Así, en 1917 la realidad hacía agua por los cuatro costados y las estructuras mentales dominantes tomaban sol en las playas, nada les preocupaba. Fue entonces la revolución. Era el momento de proponer un modelo social alternativo.

Pero... dejemos mejor la palabra a Marx y a Fernand Braudel. El primero dijo: "El peso de las generaciones muertas oprime el cerebro de las vivas", versión dramática del dicho francés: "le mort saisit le vif", es decir, "el muerto atrapa al vivo". Y Braudel: "Las ideas son cárceles de larga duración." Esa pervivencia pudo constatarse al cierre de la experiencia soviética. Si en 1917 la revolución pasó al primer plano, en 1991 las estructuras mentales del ayer, anteriores a 1917, hicieron espectacular reaparición en el mundo capitalista de hoy y desde entonces a él intentan acompasarse. Dejaron el desván de las neuronas, donde habían hibernado por tres cuartos de siglo, y se cobraron revancha borrando del mapa a la URSS.

Creo que aquí podría terminar este artículo. Pero un maligno afán perfeccionista me lleva a continuarlo. Cabría entonces examinar el cierre de la experiencia soviética, en fin, una preguntita rondando las cabezas. ¿Por qué cayó la URSS? ¿Fue en verdad una utopía? Después de tres cuartos de siglo de experiencia socialista, la URSS se vino abajo como castillo de naipes. Las estructuras tradicionales, mezcladas con mentalidad de empresario barato y mafia al más puro estilo occidental, se hacían dueños de la Plaza Roja, resucitaban San Petersburgo en lugar de Leningrado. ¡Increíble! Y bien, a más de una década de haber ocurrido, la pregunta continúa pareciendo endemoniadamente difícil cuando a mi criterio la respuesta es endemoniadamente fácil: hubo un "no" masivo de repudio al socialismo, tanto en la URSS como en otros países, que sin falta debió ser atendido.

Pero, "fácil" y todo, la cuestión desde luego no queda agotada. Es un tipo de respuesta que despierta otras preguntas. ¿Y por qué hubo ese rechazo del conjunto de la sociedad civil hacia el socialismo sin distinguir a su seno entre malo y bueno, sin tratar de perfeccionar el sistema?

Aquí debemos recurrir a la "larga duración" de Fernand Braudel. La naturaleza humana está sentada en el banquillo de los acusados. Se le brindó una serie de opciones de socialismos de filiación marxista, y a todas dijo "no". Desde la genocida de Pol Pot y su khmer rojo en Camboya, a la autogestionaria, tempranamente antiestalinista, permisiva y de rostro humano de Tito en Yugoslavia, y a todas la naturalza humana dijo "no". ¿Es abusivo concluir que optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva?

Pero no podemos echarle las culpas a la naturaleza humana cuando ésta no es fruto del pecado original sino resultado de las experiencias, es decir, de la Historia. La naturaleza humana es un relato de violencia, poder y explotación, actuante durante milenios al seno de sociedades fracturadas en clases sociales cuya lección aparente es así resumida: "el hombre es el lobo del hombre", como decía Plauto hace siglos y repitieron después Bacon y Hobbes, que glosó Gracián. Y cuya lección de fondo es la lucha de clases.

Ahora bien, esas constataciones son resultado del acto reiterativo. Éste va creando la identidad de la especie, que se vuelve naturaleza aprisionando al individuo. Fue Aristóteles quien señaló en frase no del todo comprendida: "La costumbre es una segunda naturaleza".

De modo que llevamos puesta una doble naturaleza: la biológica y la costumbre. Heredamos la primera, adquirimos la segunda y luego también la heredamos por generaciones con tanto imperio como la biológica, la aristotélica "costumbre" deviene en estructuras mentales.

Y bien, a medida que las tecnologías se fueron desarrollando, la selva y su león dejaron de ser problema y el hombre descubrió que su peor enemigo era... ¡el hombre mismo! "Homo ominis lupo", para decirlo en latín. Y desterrar esa condición milenaria, no se logra de la noche a la mañana ni, al parecer, de unos siglos a otros. Hubo gran confianza en el fervor revolucionario, se vio a la gente, al gris y rutinario "hombre de la calle" de pronto transfigurarse, encontrar energías y capacidad de sacrificio, el gran ejemplo fue la gesta de los franceses del 89. Así, Marx pudo escribir: "la revolución es la locomotora de la Historia, en días se condensan años". La euforia sin embargo fue perdiendo fuerza, así la gesta francesa del 89-94 y al tribuno fogoso de Dantón sucedió la espada de Bonaparte. Tal el ciclo 17-91 de la URSS, se constata cómo las ancestrales estructuras mentales, que se creían idas para siempre, sólo habían dejado la superficie: vestidas de racismo y genocidio, esperaban su oportunidad. Ocurrió en la tierra del socialismo marxista "más bueno", en Yugoslavia.

Cuéntase -y la fábula ha sido recogida en el filme "Juego de lágrimas"- que una vez vino una terrible inundación y la sola manera de salvarse era cruzar de inmediato el río y arribar a la otra orilla. La ranita se dispuso a hacerlo cuando el escorpión le rogó que lo llevara montado a sus espaldas. Accedió finalmente la ranita y, a medio cruzar el río, el escorpión le clavó sus dos tenazas, condenando así a ambos a morir. ¿Por qué...? alcanzó a articular la ranita. No pude resistir mi naturaleza, contestó el escorpión. Así, el hombre.

Y entonces, la pregunta que hice: ¿Es abusivo concluir que en la URSS y en otros países se optó contra la cooperación mutua, prefiriéndose la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva?

Desde luego, no se trata de ignorar la convergencia de factores de orden coyuntural. Me refiero al rezagarse de la URSS en la carrera con EU, y especialmente en el rubro más sensible, el de los armamentos. Son patéticos los esfuerzos de los gobernantes soviéticos para disuadir a EU de su proyecto "Guerra de las Galaxias", idea que se agita cuando el reinado de Ronald Reagan. La razón está clara, la URSS no tenía -ni tiene hoy Rusia- capacidad tecnológica para poner en marcha su réplica ni para financiarla. Finalmente, Bush hijo ha puesto manos a la obra en EU. Pero, desde mucho antes, la impotencia de la URSS en este rubro que -nada menos- hace a la correlación de fuerzas, llevó a los líderes soviéticos a una especie de parálisis. El Breznev de los años setenta y el Gorbachov de los ochenta no pudieron viajar a la Luna después que los norteamericanos lo hicieran en el 69, ni en definitiva frenar la carrera en los armamentos. Y es curioso: mientras ésta pesa sobre los hombros del Estado socialista como recursos que no irán a los bolsillos del pueblo, para el Estado capitalista significa un elemento al cual echar mano cuando se trate de paliar las crisis de sobreproducción, siempre divisadas en el horizonte.

La debilidad de la URSS prohijó una correspondiente mentalidad de derrota ratificada patéticamente en el campo diplomático. Ofrezco, proclamó unilateralmente Gorby -es decir, llevó el juego en esa dirección- reunificar las dos Alemanias a cambio del olvido del proyecto "Guerra de las Galaxias". Silencio en la Casa Blanca. Propongo, levantó Gorby la oferta, además, incluir en el paquete la disolución unilateral del Pacto de Varsovia. Silencio en la Casa Blanca. Ofrezco, subió Gorby todavía más la oferta, dejar en libertad de acción a los llamados países satélites de Europa del Este, Polonia... Más bien digan -aquí la Casa Blanca rompió su silencio- que ya no los pueden controlar.

Finalmente, se pagaron todos esos precios, uno sobre el otro, a cambio de... nada. Por otra parte, ligado a esto, se iba abriendo paso la idea de que podía canjearse la renuncia al socialismo por paz, es decir, el cese de la amenaza nuclear sobre las cabezas, el poder dormir sin la amenaza constante del holocausto, propia de los años de guerra fría. En fin, todo se fue sumando en la coyuntura de los años ochenta dando por resultado el colapso de 1991, cuando quedó claro que el perder los países aliados de Europa del Este no era suficiente. Es aquí donde entra a jugar Yeltsin, llevando los "vientos de libertad" mucho más lejos: los pueblos integrantes de la URSS que no quisieran continuar perteneciendo a ella, podían irse. Así, la URSS se desintegró y en su lugar quedó Rusia rodeada de nuevos países soberanos.

Una resbaladilla política que se fundaba en una correlación de fuerzas desfavorable. La URSS no tenía con qué negociar. Y sin embargo, a mi entender, los estudios no pueden limitarse al nivel coyuntural, barajando factores que hacen al "cuándo" pero no al "porqué". Éste, insisto, se encuentra en otro lado y lo hemos adelantado: los ciudadanos soviéticos y de otros países dijeron: "no". Ellos constituyeron la debilidad de la URSS. Como parte de la mística revolucionaria, se consideraba que el espíritu proletario de por sí podía evitar la burocratización, el autoritarismo, la quiebra de la legalidad y otros vicios a partir del cambio en las relaciones sociales de producción. La experiencia ha demostrado que no. Es cierto que el desaire a las consideradas utopías socialistas fue de inmediato reemplazado por la adhesión a la utopía capitalista, y aquí los medios, la CIA y el Papa jugaron su papel. Pero ese "no" pronunciado cada vez más fuerte, partió de la gente que, después de décadas de vivir el socialismo de raíz marxista, lejos de convencerse, se había puesto en contra.

¿Por qué cayó la URSS? Intentar una respuesta nos lleva luego a interrogarnos sobre una cuestión paralela: ¿cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que se venía? Si esta pregunta se dirige a la CIA, la respuesta será la de un funcionario: nuestros informes fueron incompletos, luego los procesamos mal, nos faltó "feeling". Si esta pregunta se dirige a los marxistas, la respuesta más sincera es ésta: teníamos mierda en la cabeza, todo iba a terminar bien, a la manera del "happy end" del cine de los cuarenta. Nadie asumía los riesgos. Y se decía: la URSS se acabará cuando ella quiera, es decir, en un mundo comunista, sin fronteras, no antes. Ya ven, la soberbia, los agentes de la CIA deben ser reciclados mentalmente, los marxistas ídem.

Y bien, estamos hablando ya no de la coyuntura que precipitó el colapso, sino de la condición necesaria para que éste sucediera. Puedo proponer los planes más perfectos para la vida futura pero si en definitiva la gente -supuestamente beneficiaria- dice "no", por los motivos que sean, la idea queda en utopía, no se realiza a pesar de ser factible. No es que no se pueda, no se quiere. Esa negativa generalizada fue a nuestro entender condición necesaria para el derrumbe, aunque no condición suficiente. Esto último quedó a cargo de los factores de orden coyuntural, algunos de los cuales hemos rápidamente mencionado, que apuraron y dieron remate al proceso.

Ahí se inscriben los "aportes" estalinistas, pero tampoco convenció el modelo antiestalinista de Gorby en los años ochenta. Su intención manifiesta fue un socialismo antiautoritario pero la situación se le fue de las manos, al punto que Reagan, de visita a la URSS, pudo declarar: "yo no lo hubiera hecho mejor". En suma, de parte del pueblo ruso fue un repudio tanto a la línea dura de Stalin como a la línea blanda de Gorby. Así, la sonrisa se dibujó para los ciudadanos del Este cuando el sucesor Yeltsin abrió oficialmente las compuertas al capitalismo en los años noventa... satisfacción que poco duró, los exsoviéticos pudieron advertir hasta qué punto el modelo capitalista había sido maquillado por la propaganda occidental. Pero ya era tarde.

Y bien, tan fuerte es la necesidad de autoengaño frente a la adversidad, que la gente está dispuesta a creer en las utopías, reemplazando unas por otras, las que considera fallidas por las nuevecitas y relumbrantes, aun cuando sepa que nada las garantiza. En ese sentido, tanto puede serlo una religión como una propuesta política. Tanto el cristianismo como el comunismo. La sociedad de las almas virtuosas alcanzadas por la salvación es tan igualitaria como la sociedad donde todo mundo es proletario, una en el Cielo y la otra en la Tierra, ambas nadando en la felicidad. En diferentes épocas y ciclos de la Historia, las utopías cristiana y comunista tuvieron la virtud de arrastrar tras de sí a las masas. Éstas marcharon a la reconquista del Santo Sepulcro y se llamaron Cruzadas, o bien, más modestamente, van hoy a rendir tributo pacífico y multitudinario a la virgen de Guadalupe todos los doce de diciembre en México. Así, la utopía religiosa en Occidente.

Los cristianos tuvieron sus catacumbas y sus mártires, acabando por ser poder en la misma Roma que tanto los combatiera. Desde entonces y por dos mil años, la influencia del Vaticano ha tenido sus oscilaciones, tendiendo hoy a una declinación (no confundir con el carisma personal de Juan Pablo II). Pero su ciclo milenario no se ha cerrado. En cambio, para el comunismo se cuenta una escasa centuria y media a partir, digamos, del "Manifiesto" de Marx y Engels al promediar el siglo XIX, a la caída de la URSS a fines del XX. Los mártires del comunismo fueron también incontables, hombres y mujeres que no vacilaron en dar lo mejor de sus vidas y luego sus vidas mismas en el mundo entero, en guerras, revoluciones y protesta social. Y que también conquistaron el poder. Frente a Roma, sin embargo, Moscú fue apenas un suspiro, si de duración se trata. De todos modos, la fe de un marxista no le ha ido en zaga a la de un cristiano, pagando cada una su precio.

Esa creencia absoluta, en unos casos fe, en otros fanatismo, a veces sin poder distinguir una de otro, ha ido acompañada por razonamiento. Éste, bien que a la zaga de la fe, no por eso inútil. El marxismo recoge la idea de que los grandes ciclos históricos van marcando un desarrollo progresivo. Se pasa de las llamadas sociedades del tributo (modo de producción asiático) y del esclavismo a la organización feudal y de ésta a la sociedad capitalista. El progreso se marca naturalmente en el desarrollo de las tecnologías y en cómo la situación del explotado va mejorando. Esto último interesa especialmente al marxismo. Los subalternos no desaparecen del cuadro social pero cada vez la distribución de los bienes, en general, resulta más equitativa y también de los derechos que la sociedad les reconoce. Y esto ocurre porque, de época en época, hay un mayor fondo de bienes producidos aun cuando nunca lo suficientemente grande para beneficiar a todos. Y bien, dice Marx, con la revolución industrial del capitalismo ese paso se ha dado, en adelante nadie debe sufrir hambre, nadie debe continuar explotado, hay suficiente para todos por primera vez en la Historia.

El cristianismo también recurre al razonamiento, plantea el Paraíso como la justa recompensa a las acciones y pensamientos del hombre, cada uno juzgado individualmente. El hombre está dotado del libre albedrío, el cual lo hace responsable, sus actos e intenciones se definen por el bien o el mal, y según ellos responde. El juez supremo de los creyentes es Dios, para los comunistas es la Historia. Ya influido por un pensamiento de izquierda, es lo que proclama Fidel Castro ante el tribunal que lo juzga por el asalto al cuartel Moncada en Cuba: "La Historia me absolverá".

De modo que el hombre está inmerso en la realidad, la hace objeto de conocimiento y la transforma a su medida, la cual varía con el paso del tiempo y pasa por el socialismo científico, el único históricamente válido, reiterarán después los partidos comunistas, el cual, agregarán, comienza con Marx y Engels. El primero llegó a escribir que "la humanidad en rigor sólo aspira a aquellas metas que puede alcanzar". Y en realidad, la humanidad lo hace con ésas y con las otras metas, las utópicas, ambas son sus amores y, si fallan, sus odios.

Claro, siempre se podrá discutir: las cosas salieron mal, cometimos errores graves, todavía no estaban dadas las condiciones, etcétera. Es inevitable: para mantenerse firme en la larga, larguísima batalla por las metas que cree poder alcanzar y en cuyo camino es derrotado una y otra vez, el hombre sueña y sólo acaba de deslindar las metas posibles de las utópicas cuando las primeras se realizan y las segundas no. Es decir, en los hechos, en la vida misma, se ponen a prueba las empresas ideológicas. Las religiones, utopías con creyentes en un más allá. El comunismo, utopía con creyentes en el más acá. Por su cuenta, "el hombre sin atributos" como diría el novelista Robert Musil, el "hombre de la calle", blindado ante las ideologías y muy atento a sus conveniencias personales, ha acertado en adherir a la revolución industrial, cuyas condiciones favorables fueron madurando con los siglos, hasta encontrar el mejor lugar para eclosionar en Inglaterra, siglo XVIII, abriendo de par en par las puertas al capitalismo. Ya en el siglo XX o, si se quiere, desde el último tercio del XIX, este hombre apuesta al boom tecnológico más que a la revolución social, esto es, se mantiene fiel y apegado al marco capitalista. Y así ha entrado al siglo XXI.

Y bien, el siglo XXI con su cofre de maravillas. Lo abrimos y el sistema solar se nos ofrece a las expediciones como antes, en el siglo XV, el planeta se brindó a Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Magallanes, Sebastián el Cano. Vendrá entonces la subsecuente colonización del sistema solar, como ocurriera con el planeta. Y tantos otros pasos de gigante. El hombre hacedor de hombres u otros seres vivos. Las fuentes de energía renovables, tal la nuclear. El viaje a la Luna. Todo eso era visto como sueños y se ha probado que no lo son. Porque, mientras las cosas no sucedan, el hombre todos los proyectos formula, y tras el logro de todos se lanza. Uno de los sobresalientes ha sido la revolución industrial blandiendo la caldera a vapor y el boom tecnológico su continuidad, un astronauta que flota en la ingravidez. Así ha caminado el mundo en estos tres últimos siglos a ritmo acelerado, más en función de la empiria que de las ideologías.

Utopía, te odio y te quiero. Te odio porque contemporáneamente sólo has existido en la cabeza de los hombres, no en sus manos. Te quiero porque permaneces en la esperanza de una segunda oportunidad. Utopía, te odio y te quiero.

2. ¿SALTA LENIN EL ATLAS?

Había una vez un señor chaparrito, pelón, colmilludo él, que aspiraba a convertirse en abogado y dio en líder revolucionario allá por 1917...un señor que todo el tiempo daba lata con eso del imperialismo y la lucha de clases, un señor muy bueno y amigo de los pobres, según unos, y muy malo y enemigo de la humanidad, según otros. Un señor llamado Lenin.

Sé de alguien que coleccionaba frases palindrómicas, es decir, que se leen igual de izquierda a derecha, como al revés, de derecha a izquierda. En estas épocas de transfiguraciones políticas, donde hay que mantenerse actualizado para saber donde está parado cada uno, si a la izquierda o a la derecha, si al centro o al centro izquierda, etcétera, en épocas así se hace necesario encontrar una palindrómica para Lenin.

Y ya la hay. Es más, es atribuida a Julio Cortázar. Pero equivocadamente. La confusión surge de que el autor de la frase era su amigo, también escritor y argentino: Juan Filloy, de la ciudad de Río Cuarto, quien escribió siete libros cuyos títulos están formados por siete letras ("Caterva", y no me acuerdo de los otros). Y entre sus actividades intelectuales, se contaba la búsqueda de frases palindrómicas, su colección contiene varios miles. Cortázar menciona su nombre en "Rayuela". ¿Y cuál es la palindrómica hallada por Juan Filloy? La siguiente: "Salta Lenin el atlas".

Y la verdad es que últimamente lo salta más bien poco, citas su nombre y te das la gran quemada...

Por ejemplo, el caso del imperialismo. ¿Sirve para algo lo que Lenin escribió? Veamos. Él habló de la tendencia dominante en los mercados, favorable a constituir monopolios... ¿tendrá algo que ver con esta fiebre de fusiones vivida en los dos últimos años? Así, consignaba Lenin, el imperialismo es la fase superior del capitalismo (los monopolios son los peces gordos que se comen a los peces chicos) y antesala del socialismo. Lo primero, puede ser. Lo segundo, fíjense: me asomé a la antesala y todos se habían retirado porque nadie los atendió... se cansaron de esperar. Luego, Lenin habló del capital financiero... la verdad, los bancos se hacen cada vez más antipáticos. Y luego, escribió que se incrementa la exportación de capitales en detrimento de la exportación de mercancías, puede ser, vea usted las maquilas, no sólo en México sino en muchos otros lados del Tercer Mundo. Y finalmente las guerras, decía Lenin, son inevitables en esta época de disputa de los mercados.

Ahora bien, si se quiere ir más allá de las consignas, es indispensable situar a Lenin en un contexto más amplio, la ardua polémica sobre el tema, entablada entre quienes se reclamaban continuadores del pensamiento de Marx. Todo, con el telón de fondo de una guerra mundial a desatarse en 1914. Hobson, Hilferding, Kautsky, Rosa de Luxemburgo y otros, se ven involucrados en la polémica. Por su parte, Lenin escribe su libro titulado "El imperialismo, fase superior del capitalismo", al cual presenta como "ensayo popular".

Entonces, de este variado escaparate usted puede escoger lo que le guste, y dejar lo que no. O bien remitirse a los hechos. Veamos. Las naciones del occidente europeo, a la cabeza Inglaterra, la reina de los mares, se repartían o se disputaban entre sí las colonias. En 1917, con la revolución rusa, cambió el panorama. La URSS sin embargo quedó aislada hasta ocurrir la II Guerra Mundial (1939-1945), ocasión para crear un campo de naciones socialistas y hacer viable un Tercer Mundo. El globo se vio ante una bipolaridad donde sobresalían Estados Unidos y la URSS. Con esa división vino la guerra fría aproximadamente a partir de 1947. Las armas atómicas nos quitaron el sueño, en particular a los pueblos ruso y norteamericano, rehenes de la guerra fría.

Un poco más tranquilos pudimos dormir cuando la URSS renunció al comunismo, allá por 1991. Al parecer, se había acabado la guerra fría con su equilibrio del terror atómico. Pasamos a vivir en un mundo unipolar. No obstante, la nueva Rusia heredó las armas nucleares de la URSS, sin contar otros países que también las poseen, como India, Pakistán, Israel, Francia, Inglaterra, China. Hace más de medio siglo, EU arrojó dos bombas atómicas, una en Hiroshima, otra en Nagasaki y con ello puso fin a la II Guerra Mundial. Le fue relativamente fácil tomar la decisión: nadie iba a darle una o dos cucharadas de su mismo chocolate, EU detentaba entonces el monopolio mundial del holocausto, hoy ya no. Y finalmente, el terrorismo poniendo a prueba al Unipolar, a ver qué tan invulnerable es.

Tal puede ser el recuento de un mundo donde todos hemos acabado siendo más o menos capitalistas, no faltaba más. ¿Sigue Lenin saltando el atlas? Veamos. Él no niega que pueda existir en el futuro (en su futuro) un ultraimperialismo único, más: reconoce que tal es la tendencia al presente (en su presente). Y esto resulta muy a lo unipolar que estamos viviendo. Pero el tema en aquel entonces no se debate, Lenin rehusa discutir un posible futuro cuando el presente acucia y el fenómeno se da de manera múltiple: imperialismos que entran en contradicción al límite, estalla entre ellos la I Guerra Mundial (1914/1918). No haber valorado suficientemente esa realidad, es una de las críticas de Lenin contra un teórico socialista de la época, Karl Kautsky, ya mencionado, y a quien, años después, dedicará un libro cuyo título lo dice todo: "El renegado Kautsky". Y bien, ya no podemos pedirles su opinión y difícilmente alguno de ellos saltaría hoy el atlas. Pues... ¡a arreglárselas los huérfanos como mejor puedan! A contestar solitos, sin ayuda, a preguntas como ésta: ¿qué onda con la lucha de clases?

Y bien, Marx y Engels hace siglo y medio la llamaron el "motor de la Historia". "Ya no lo es más", se corrió la voz entre los partidos comunistas, al final de la II Guerra Mundial, saliendo el chisme por boca de Earl Browder, secretario general de los comunistas norteamericanos, siendo refutado por el francés Jacques Duclos. Años después, en los setenta, con una idea similar, apareció el llamado eurocomunismo y finalmente en los noventa, antes de desaparecer de escena, el PCUS decretó el final de la lucha de clases, ya en tiempos de Gorbachov. ¿Qué hay entonces en su lugar, cuál es ahora el motor de la Historia, o es que ya no lo tiene o nunca lo tuvo? Buena pregunta, pero los hechos no dieron tiempo a pensar en la respuesta. Vino el derrumbe: la URSS borrada del mapa, en su lugar, Rusia, Ucrania, Letonia, Lituania, Estonia, Bielorrusia, etcétera. Y como dijo Yeltsin a Gorbachov, quien hasta la víspera era el premier: "lo siento, se ha quedado sin país". Y bien, la lucha de clases... siempre alguien la despide de su casa, pero da la impresión que no acaba de irse como esas visitas molestas que se vuelven desde la puerta: ¿no te conté de la Fulana...? Está buenísimo, resulta que en Seattle... Y nuevos chismes de esta señora que, claro, ya no rotula lucha de clases, sino problemas sociales, actores históricos, etcétera.

En fin, la vida, armada de la "astucia de la Historia", contradiciendo las mejores cabezas, se abre camino en ellas mismas si están dotadas de voluntad crítica y autocrítica. Así, junto al Lenin de "no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria" se sienta el Lenin que cita a Goethe: "gris es la teoría pero verde es el árbol de la vida". Como se ve, en estas palabras que hace suyas, no excluye la teoría marxista tan gris como cualquier otra. Pero no será óbice para declarar el mismo Lenin: "el marxismo es todopoderoso porque es cierto". De modo que se ha encontrado "la Verdad", y ésta otorga al marxismo el carácter de todopoderoso. ¿Qué tal? No tiene nada que envidiar a las religiones.

Así, pues, la teoría, muy útil si puede recoger la experiencia del pasado, generalizándola. Y muy dañina si se resiste a un futuro que la pone a prueba una y otra vez bajo el fuego cruzado de una nueva empiria, es decir, de la mutante vida. Otro ejemplo. Por un lado, Lenin insiste en la necesidad de contar, en vísperas de movimientos revolucionarios, con un partido de hierro, de militantes probados, de disciplina casi militar. Por el otro lado, Lenin insiste en el poder creativo de las masas, especialmente en el curso de los movimientos revolucionarios.

Tal -ejemplifica con el caso ruso- la formación de los soviets, integrados por campesinos, obreros y soldados que ya son operativos en 1905 y que, agrega Lenin, fueron el modelo que resistió las pruebas del futuro cuando lo adoptamos los bolcheviques en 1917 a la hora de hacernos del Estado. Desde luego, ambas situaciones -poder creativo de las masas y partido de hierro- pueden coexistir. ¿Pero no se da también el primero al seno del partido? Creo que Lenin tenía una cierta aprehensión respecto de la democracia interna -presupuesto para el desarrollo del poder creativo-, que la lucha de tendencias fuera a degenerar en escisiones y finalmente en atomización, en particular al faltar el líder, es decir, él. Y es aquí cuando, desde las últimas neuronas, adonde ha sido relegada por los mortales, la señora NOOjos -que así yo llamo a la muerte-, irrumpe y su proximidad lleva insensiblemente a un cambio de perspectiva. Lenin, ya muy enfermo, deja su testamento político con un mensaje entrelíneas:

-Soy irremplazable.

El líder soviético entra a considerar uno por uno a sus compañeros en la gesta de la revolución, los "bolcheviques históricos", y a todos encontrarles un "pero": uno por no ser dialéctico, otro por no saber tratar a la gente, un tercero por su pasado menchevique, cuando en realidad el motivo para vetar a este último era otro y saltaba a la vista: un judío difícilmente pudiera gobernar un país tradicionalmente antisemita, a pesar de su brillante actuación en los decisivos días de la toma del poder. Me estoy refiriendo naturalmente a Trotski, quien es el primero en reconocer ese handicap político. En fin, el testamento de Lenin es uno de los documentos más pobres de su carrera, terminando por proponer una ampliación de la base del colegio electoral, medida interesante por lo democrática, pero que no resolvía el problema. No tiene a quien recomendar, la autocracia será su sucesor.

Y... tenía razón, era irremplazable. En cuanto a nombres, no cabía buscar el mejor, apenas si el menos malo, tomando en cuenta no sólo sus capacidades individuales y sus relevantes aptitudes para equivocarse, sino la lucha de tendencias que se daba al seno del Comité Central, y que sólo un Lenin había podido conjurar para que no acabara en escisión. Bien él podría haber afirmado:

-Puede ser que los motivos esgrimidos en mi testamento político no fueran los mejores pero de todos modos se llegaba a igual situación sin salida. Además, quiero recordar que aconsejé el relevo de Stalin, quien había sido nombrado interinamente, recomendación que no se tuvo en cuenta con los resultados conocidos. ¿Otro en su lugar lo hubiera hecho mejor? A saber...

Así, su batalla personal contra el olvido se confundía con la realidad misma de aquellos años del poder soviético. Tanto no había digno sucesor como la figura de Lenin, por contraste, se levantaba. Una cosa suponía la otra. Como escribió un historiador occidental, desde la inauguración de su mausoleo se ha formado una fila inacabable de visitantes, tanto de día como de noche. Y estoy hablando de Lenin, quien, en definitiva, en los hechos, en su obrar, conjuntó fervor con razón, no permitiendo que el primero cayera en el fanatismo ni que la segunda perdiera sus luces en cada una de las batallas parciales que se fueron presentando antes y después de 1917. Lenin, a la vez, el más grande constructor de utopías de la Historia: quiso levantar el socialismo apoyándose en los contingentes obreros de las ciudades pero el océano campesino, ferozmente individualista, le recordó las palabras de Calderón de la Barca: "los sueños... sueños son". Y las utopías, sueños organizados..., utopías son.

¿Salta Lenin el atlas? ¿Lo saltó alguna vez? ¿Lo saltará? El tiempo, y la contingencia a su seno, tienen la palabra. Dirán de la proyección a futuro, si la hay, dirán de los hechos del pasado con mayor ecuanimidad que hoy... si alguien llega a ocuparse del tema.

3. MARX: LA MUERTE SE ASOMA Y SACA LA LENGUA

Marx, optimista por convicciones, creyente en la revolución social... no pensaba gran cosa en la muerte, que se sepa. Y sin embargo, un elemental análisis del discurso muestra cómo de pronto la muerte se asomaba por entre áridos temas tratados por su pluma y decía, sacando la lengua: ¡aquí estoy!

Karl Marx está situado en las antípodas respecto del existencialismo de los siglos XIX y XX. Esto es, la corriente filosófica que rechaza las pretensiones de situar al centro valores que no sean la evidencia de las evidencias, la cual, por obvia, descuidamos: la existencia, el sí mismo de cada individuo.

Pero la existencia tiene su término y se llama muerte. Y con ella tenemos que vernos, hagamos lo que hagamos, alcancemos la gloria, el poder y el orgasmo en todos los órdenes, la muerte al final nos espera, como lo cantan las coplas del poeta Jorge Manrique. Y doña NOOjos suele jugarnos bromas pesadas apareciéndose allí donde menos se piensa para asustarnos, burlarse de nosotros y sacarnos la lengua. Como dirían en México: la Pelona es una pelada. Esto es, la Muerte es una grosera.

Y bien, vamos hacia el discurso del teórico del comunismo, registrando antes los antecedentes.

Por mediados del siglo XIX, Marx y su amigo y colaborador Engels, comienzan a escribir en serio. En 1848 redactan por encargo el "Manifiesto Comunista", que de inmediato tuvo amplia repercusión. Por aquellos años, la idea de una sociedad más justa e igualitaria había ganado predicadores e iniciativas comunitarias se ponían en práctica, algo similar al hippismo de los años sesenta. Precisamente, para distinguirse de tal "competencia", Engels escribió "Del socialismo utópico al socialismo científico", particularizando en los casos de Saint-Just y sus seguidores, Owen y Fourier, idea que también campea, sin nombres propios, en el "Manifiesto". Engels en su breve ensayo critica las limitaciones de los "utópicos" a la vez que los reivindica comprensivamente: entre los fines del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX -dice- no pudieron hacer más.

Y luego el autor traza su raya, el desarrollo económico y social alcanzado en su época ya permite ir más allá. Esto escribe Engels sin sospechar que Marx y él se llevarían la palma en materia de propuestas utópicas, la continuidad se daba con fuerza entre ellos dos y sus criticados predecesores. Un ejemplo lo brinda otro de los utopistas de la época, Étienne Cabet, quien en 1840 publica un libro de éxito inmediato, titulado "Viaje por Icaria", donde proclama que la divisa del comunismo en la sociedad futura será: "De cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades", según lo cronica el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Letras Libres, 07-02).

La divisa fue por mucho tiempo atribuida a Marx, quien así la vertió: "De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades". Hay un ligero ajuste entre "fuerzas" y "capacidades", que no cambia el hecho: ambas expresiones en el caso son equivalentes. El siglo XIX, iluminado por la reciente Revolución Francesa, conocerá la reedición de 1830 y las múltiples de 1848, precedidas por la gesta napoleónica y seguidas de la guerra franco-prusiana, el colonialismo y la Comuna de París de 1871. Un siglo de batallas, revoluciones y utopías. El esfuerzo de Marx por darle un contenido científico al socialismo, de poner los pies en tierra, lo lleva a formular una lectura de la Historia privilegiando los momentos de tensión: cuando las fuerzas productivas de una sociedad dada, tal el caso de la manufactura y la industria capitalistas en Europa occidental en los siglos XVII, XVIII y XIX, chocan en su crecimiento con el orden feudal. Le dan un ultimátum para que éste se retire de escena, no lo acata... ¡a las barricadas! Marx y Engels lo estaban viviendo precisamente en el siglo XIX, sin contar que el segundo participó en acciones bélicas, lo cual le valiera el apodo de "El General".

Así, los dos teóricos del comunismo, y el ambiente que los rodeaba. Defendían la vida con fervor. No importaban las derrotas, las deserciones: con fe sentían que el futuro les daría la razón, el correr del tiempo iba a agudizar las contradicciones sociales y reforzar la experiencia, el crecimiento numérico de los proletarios y el desarrollo de su conciencia revolucionaria. Y en última instancia, era el combate a favor de la vida, contra la muerte. Pero a ésta no es tan fácil reducirla, aparece de pronto y, como decíamos, saca la lengua.

Las fuerzas utópicas de entonces no se atrevían a lidiar con ella, la consideraban un hecho fatal. Los trasplantes y demás progresos habidos en Medicina, la suba del índice de esperanza de vida en el Primer Mundo, la Biogenética, han puesto al hombre de hoy en posición de desafiar a la muerte dándole la cara con altivez en diálogo de tú a tú. Era distinto el juego en el siglo XIX, el trato con doña NOOjos sistemáticamente se rehuía y, cuando ya no había más remedio que recibirla, era al seno del hogar, tendido en la cama de toda la vida, ofreciéndole una copita de anís del bueno... Al siglo XX el hospital fue ganando espacios y a doña NOOjos se la comenzó a recibir en otro ambiente de más en más deshumanizado, envuelto el paciente en conductos de plástico, rodeado de tubos de oxígeno y de gente desconocida que llevan bata blanca...

Así, para morir en paz, la Europa occidental del siglo XIX en sus largos lapsos pacíficos, a pesar de la obstinación individual de negar a doña NOOjos hasta el último momento. Negarla oficialmente, pues esta señora igual se aparecía en forma de lapsus.

Pero veamos de cerca el discurso del teórico del comunismo.

En "El Capital" ("Crítica de la Economía Política"), la gran obra de su madurez y que le lleva décadas de documentada labor, Marx se propone desmontar el sistema capitalista y demostrar su irremediable declive. En el capítulo titulado "Capital constante y capital variable", viene hablando de los "medios de trabajo", así llama a los instrumentos necesarios para la elaboración de la materia prima. "Una herramienta, una máquina, un edificio, un recipiente, etc. (...) -ejemplifica Marx y agrega- Conservan su forma (...) lo mismo en vida, durante el proceso de trabajo, que después de muertos. Los cadáveres (...)" y aquí el autor repite la enumeración (FCE, I, 153). Tenemos ya bastante "necro alusión", lo cual es inusual en Marx. En fin, quiere dar una idea de los fenómenos de envejecimiento y muerte que sufren los "medios de trabajo", y los compara con los seres humanos.

Y líneas más abajo, el autor insiste: "A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte." (FCE, I, 153). Séanos permitido extraer del conjunto citado una expresión en particular, sin que por ello quede fuera de contexto. Es la siguiente: "Todo hombre muere 24 horas al cabo del día."

Lo primero que llama la atención es la tautología. Es como decir: "Todo hombre muere un día al cabo del día."

Por lo demás, Marx era cuidadoso al escribir, no dudaba en rehacer el texto con tal de darle mayor claridad, reclamo de su compañero Engels al leer los manuscritos de "El Capital". Es difícil que se le escapara una frase tautológica, máxime en el tomo I, el único publicado en vida del autor, y destinado a dar una imagen positiva de toda la obra. Esto es lo primero que llama la atención.

Lo segundo es el contenido mismo de la frase. Aquí las cosas cambian. De la forma, es posible echarle las culpas al traductor. Del contenido, es más difícil. Hay que buscar por otro lado. Por ejemplo: que la frase en cuestión resulta marginal en el contexto, en poco -por no decir en nada- cambiarían las ideas expresadas a lo largo del volumen, ni tampoco en el capítulo y ni siquiera en el párrafo, si la frase se suprimiera. No versa sobre Economía, ni nada semejante, es en buen grado reiterativa. Pero, desde el punto de vista psicológico aplicado al análisis del discurso, el lapsus es notable: donde caben vida y muerte, el referente de comparación es sólo la segunda. Los "medios de trabajo" y el hombre hacia la muerte van, desde luego. Pero lo hacen de una cierta manera. Unos rindiendo su utilidad hasta el desgaste completo o la obsolescencia, el otro viviendo, que significa: haciendo cosas y dándose causas, entre ellas, la revolución. Los "medios de trabajo" rinden de entrada su capacidad plena y la reiteran por el resto de su vida útil. El hombre despierta sus aptitudes gradualmente con el aprendizaje, vive luego su mediodía y decae en vísperas de la noche. A ambos, como a todo en este mundo, les llega el fin, insistiendo Marx en referirse a la muerte tanto respecto de los objetos como para el hombre.

En ese sentido, la frase comparativa pudo ser: "Todo hombre vive y muere 24 horas al cabo del día." Para quitarle todo rastro tautológico y volverla más elegante y hegeliana, se propone la siguiente: "Un día más de vida es un día menos de vida". Así, sin mencionar el antipático "muere", se lo reconoce presente, acompañando a la existencia paso a paso. Claro, Marx ya no puede escuchar la sugerencia, lástima. Otra vez será.

La idea de este matrimonio entre vida y muerte no es nueva, ni tampoco el hecho que, al correr de los días, vamos dejando la primera y acercándonos a la segunda. En una obra iracunda para la época de su publicación, mediados del siglo XX y titulada "El libro negro", su autor, Giovanni Papini, retrocede una centuria y atribuye estas reflexiones a Sören Kierkegaard: "la vida misma en su conjunto no es otra cosa que la actuación de la muerte y el prepararse progresivamente para ella. Lo que llamamos 'vida' es la agonía que más o menos se prolonga entre la salida de la Nada y el regreso a la Nada." La cita es apócrifa, debida a la inventiva confesa de Papini y luce importante por tratarse de Kierkegaard, pionero entre los filósofos existenciales, que muere en 1855. Por entonces Marx está ya en plena actividad intelectual, y de la cita cabe decir con los italianos: "se non è vero, è bene trovato". Si no es verdad, merece serlo. En efecto, la idea señalada estaba ya en el ambiente en tiempos de Marx, y ella abrió la puerta a doña NOOjos en donde menos se pensaba encontrarla, en las páginas de "El Capital".

Así, se puede pensar que en todo caso se trata de "peccata minuta" desde que el filósofo más representativo de la corriente existencialista, Heidegger, no había nacido y el maestro de éste, Husserl, era un niño cuando Marx publicaba el primer tomo de "El Capital" en 1867. Pero... un momento. Estaba vivo y en la plenitud de su ascendiente el pensamiento del papá Hegel, legando: a Marx la dialéctica, a Heidegger el "ser-para-la-muerte", fórmula ya consignada por Hegel a principios del siglo XIX en su "Ciencia de la Lógica". Heidegger la lleva hasta las últimas consecuencias, Hegel es el autor. Y es cierto que el mismo Marx comentó que en la elaboración de "El Capital" estuvo hegeliano en demasía. De modo que la "peccata minuta" tal vez no sea tan "minuta".

Con toda claridad, Madame de Sévigné en 1689 explicita la idea: "avanzamos sin cesar hacia nuestro fin y cada vez nos encontramos más muertos que vivos". Y viene a colación la sentencia latina: "vulnerat homnes, ultima necat". Es decir, refiriéndose a las horas: "todas hieren, la última mata".

Por mi parte, debo reconocer que durante mucho tiempo dudé. ¿Y si el "extrapolador" de la muerte no fuera Marx sino yo, haciendo una lectura tendenciosa de su texto? Voy al laboratorio social, me dije, él dirá. Y lo tenía a mano en Argentina. En una reunión de estudio, expuse ante los "compas" la idea de estos "medios de trabajo", rematando en la comparación entre máquina y hombre, en el fenómeno de envejecimiento y muerte de ambos, repitiendo textualmente a Marx pero sin citarlo, de modo que la dichosa comparación quedó como de mi cosecha.

La reacción fue instantánea, particularmente de los varios economistas presentes, a saber: yo estaba sacando conclusiones abusivas "que jamás Marx haría", todo ese "pastiche" de la muerte estaba fuera de lugar.

Quedé ampliamente satisfecho: si el párrafo en cuestión era despojado de la autoridad de su autor, se veía francamente extrapolado y antimarxista... ya ven, un Marx antimarxista. En fin, yo había pasado exitosamente la prueba en el laboratorio social, podía, alguna vez, desarrollar el tema con tranquilidad.

Y bien, no se trata de un afán puntillista ni de descubrir un "Marx existencial", tampoco de sentarlo en el banquillo de acusados, sino de verificar cómo, allí donde menos se lo esperaba, llega el mensajero Tánatos y, furtivo, abre una rendija del inconsciente. Tengo la impresión que ello no fue necesario con Engels, quien asumió el problema de la muerte en diferentes lugares de su obra, admitiendo como un hecho cosmológico el inevitable fin de todo, la gran catástrofe que ubicaba a nivel de sistema solar. No demostraba por ello sentimientos negativos o depresión, sino que celebraba por adelantado que, tras la catástrofe, vendría el renacimiento de todo, la materia indestructible y sus eternos atributos, como se lee en el prólogo de su "Dialéctica de la Naturaleza".



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Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no

POLITICAS EQUIVOCADAS Y CRIMEN ORGANIZADO
 
Marco A. Gandásegui (h)

La semana pasada nos referimos a la violencia y el avance del crimen organizado en la región. Sostuvimos que Panamá se encuentra en el mismo camino, ya trazado por los países vecinos, debido a las políticas desastrosas que ejecutan los gobiernos de turno, muy especialmente el actual presidido por Ricardo Martinelli. Tanto las políticas sociales (flexibilización del trabajo) como la política exterior (someterse a la militarización impuesta por EEUU) son señales de futuros problemas que los panameños tendremos que pagar a precios muy elevados.


El diario O Globo de la ciudad de Sao Paulo, metrópoli de Brasil con 20 millones de habitantes, entrevistó a un capo pandillero encerrado por varios delitos y quien desde la cárcel revela las operaciones que realiza en combinación con el crimen organizado y la clase política de su país. El entrevistado se llama Marcos Camacho, mejor conocido como Marcola. Dirige detrás de las barras una pandilla ligada al crimen organizado conocida con el nombre de "Primer Comando de la Capital" (PCC).

Marcola refleja la crisis del sistema político y su relación con el crimen organizado y el tráfico de drogas. Según Marcola, "yo era pobre e invisible. Sólo éramos noticia cuando una favela desaparecía debajo de un derrumbe en los cerros o en la música romántica sobre "la belleza de esas montañas al amanecer". ¿Qué hicieron los políticos? Nada. El gobierno federal nunca aprobó presupuesto para nosotros".

Marcola dice que "ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social. No hay solución. La propia idea de "solución" ya es un error".

O Globo pregunta: ¿Usted no tiene miedo de morir? Marcola contesta: "Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. En la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo ordenar que los maten allá afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las favelas hay cien mil hombres-bombas. La muerte para ustedes es un drama. La muerte para nosotros es algo cotidiano, tirados en una fosa común".

"No hay más proletarios o infelices o explotados", señala Marcola. "Hay una tercera cosa creciendo, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió una especie de post miseria que genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, internet y armas modernas".

O Globo pregunta: ¿Qué cambió en las favelas? Marcola contesta: Mangos (dólares). ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar (empresario brasileño) no manda? Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un despacho… ¿Qué policía va a quemar esa mina de oro? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y "colocado en el micro-ondas".

Desde su silla tras las barras, Marcola le dice al periodista: "Ustedes son el Estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes se mueren de miedo. Ustedes nos transformaron en super stars del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las favelas, por miedo o por amor. Ustedes son odiados.

O Globo pregunta: ¿Pero, qué debemos hacer? Marcola contesta: "Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mis intereses. ¡Agarren a "los barones, narcotraficantes del polvo" (cocaína)! Hay diputados, senadores, empresarios y ex presidentes metidos en el tráfico de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién puede meterles mano? ¿El Ejército? Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Para acabar con nosotros necesitan estallar una bomba atómica en las favelas. ¿Ya pensó? ¿Ipanema radio-activa?

O Globo pregunta: ¿No habrá una solución? Marcola contesta: "Ustedes deben hacerse una autocrítica de su propia incompetencia. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Entiéndame, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: "Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno".

Si México y Centroamérica se enfrentan a serios problemas, Brasil no se queda atrás. Para qué decir EEUU con una población marginada a punto de estallar. Panamá todavía tiene una oportunidad de frenar el avance del crimen organizado si hacemos un alto y modificamos radicalmente las políticas públicas equivocadas que sirven de caldo de cultivo de la violencia y empujan a la adolescencia hacia las pandillas.

Marco A. Gandásegui, hijo, es docente de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena.



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LAS FABRICAS DE MIEDO

David García Martín (CCS)

 

La crisis económica mundial está reavivando miedos que parecían superados, y con ella están resucitando políticas creíamos superadas en el pasado. Desde las expulsiones en masa de gitanos rumanos en Francia, al auge de partidos políticos que venden confrontación y populismo, como lo hace el movimiento ultra-conservador norteamericano, Tea Party, o los diferentes partidos de ultraderecha. Convertidas en fábricas de miedo, estas ideologías renacen en Europa.

 

La ciencia del miedo ha sido usada por el poder desde que éste se hizo con sus resortes. Maquiavelo ya hablaba de su utilización para explotar la vulnerabilidad de las personas: a más miedo, mayor control social.

 

Si el Estado debe ser el garante de las libertades y la plataforma para una verdadera igualdad entre individuos: ¿por qué esta falta de prudencia, de fortaleza institucional, de sentido de la justicia y falta de templanza en esta época de incertidumbre en la que, más que nunca se necesita sentido común?

 

El miedo más intenso, en palabras del escritor americano Lovercraft, es el miedo a lo desconocido.

 

Existe una sensación de deriva e incapacidad de hacer frente a las adversidades traducidas en falta de confianza y de horizontes. Las altas tasas de paro, violencias de toda índole, diferencias étnico-religiosas, ideológicas y culturales repetidas por los medios de comunicación de masas en la sociedad del espectáculo, extienden el miedo.

 

La cultura del miedo está fermentando en la contradicción de un mundo hipercomunicado e hipertecnologizado, y, al mismo tiempo, cada vez más desigual. Las amenazas del siglo XXI, materializadas en terrorismo fundamentalista islámico, nacionalismos y chovinismos, y demás exaltaciones patrioteras, paralizan, como a un animal asustado, a los sociedades, que fomentan el consumo de armamento para luchar "contra el enemigo" – ejemplo de la guerra de George W. Bush "contra el terrorismo". Además, estas políticas excluyentes y de confrontación fomentan una transgresión contra "el diferente" que puede ser muy peligrosa. Las expulsiones de Sarkozy están teniendo un efecto dominó en otras partes de Europa.

 

El último "susto global" fue protagonizado por el pastor estadounidense, Terry Jones, al anunciar una quema del Corán en el noveno aniversario del 11-S. El miedo occidental a una reacción fundamentalista puso en alerta a los más altos mandatarios, hasta el Presidente de Estados Unidos intervino ante el pánico mundial, engordado por los medios de intoxicación masiva como si se tratara de un animal para el matadero.

 

"Dime a qué tienes miedos y te diré quién eres", afirma el profesor Daniel Innerarity. Si en décadas anteriores había miedo a las dictaduras, a la represión y a la falta de libertad, ahora la sociedad se ha vuelto consumidora compulsiva de miedos. El consumidor occidental del siglo XXI, adormecido en los pequeños espacios de bienestar a los que está acostumbrado, es cada vez más receptivo a los mensajes que auguran "peligros". En este sentido, la ONG SOS Racismo ha denunciado el incremento de los mensajes políticos racistas, en su último informe de Racismo en España del año 2010.

 

El miedo paraliza a las personas, les impide pensar y ejercer como ciudadanos que participan. Es un camino hacia el fanatismo y la sin razón: a más miedo, mayor serán la irracionalidad y la irresponsabilidad. El fin de la política es la búsqueda de la justicia y la paz, no la tranquilidad impuesta por la oscuridad de los temores. El camino está en la duda y la búsqueda frente a los dogmas absolutos, en el diálogo y la empatía frente a los fanatismos que se crean en las fábricas de miedo.

 

David García Martín es periodista



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La reforma laboral es una navaja al cuello de los trabajadores

A la espera de que se apruebe la ley que imponga de manera definitiva la Reforma Laboral (RL), la verdad es que los trabajadores del estado español sabemos poca cosa de lo que se nos viene encima. Los principales responsables son la clase política, la patronal y los sindicatos, que han mantenido y mantienen un halo de secretismo en torno a la cuestión gracias a la ayuda inestimable de los medios de comunicación:

¿alguien ha leído / escuchado / visto algún análisis serio y detallado de las implicaciones que va a acarrear la RL? Cierto es que se cuelan cosas, o que algún tertuliano de turno comenta este o aquél punto, pero la verdad es que en la calle no hay una idea certera de quiénes son los que se van a repartir el pastel y cómo van a hacerlo. Sin embargo, lo peor quizás sea que los propios currantes, los que cualquiera sabe de antemano que seremos los perjudicados por la RL, parecemos no tener tampoco mucho interés en conocer la tormenta que se avecina.

La lógica capitalista del "sálvese quien pueda" ha calado en la sociedad hasta sus últimas consecuencias. Y en ese sentido, el ámbito laboral es un espacio más en el que la gente se mantiene aislada entre sí, tirando para delante como se puede, pero sin pensar que acaso existan circunstancias y realidades que sean compartidas de manera común. Un cambio radical de las condiciones de trabajo (contratación, despido, indemnizaciones etc.) es algo que afecta de manera colectiva a los trabajadores, y por más que en el día a día se manifieste como algo individual (la precariedad personal, el despido de un compañero, los problemas de un familiar para cobrar el paro…), lo cierto es que el problema es común a los asalariados, los parados y los estudiantes que están por entrar en el mercado laboral. La falta de una conciencia colectiva (tanto en este aspecto como en muchos otros del día a día dentro del sistema capitalista) de lo que sucede y una práctica en común que se oponga a ello es lo que permite a políticos y empresarios tirar de la cuerda cada vez un poco más. Mientras cuele: ¿por qué no dar otra vuelta más de tuerca e incrementar los beneficios? Nadie debería escandalizarse, porque al fin y al cabo se trata de la esencia del funcionamiento del capital: mientras no haya resistencias, si se puede ganar más, se gana, si se puede robar más a los trabajadores, se roba. Eso sí, la historia ha demostrado algunas veces que cuando la cuerda se tensa puede llegar a romperse. Y sinceramente, nuestra intención es ayudar a esa ruptura.

Llegados a este punto, surge una pregunta inevitable: ¿y los sindicatos[1]?, ¿no son ellos los responsables de defender y negociar los derechos de los trabajadores? La verdad es que a estas alturas de la película, la pregunta se contesta sola y además provoca una mezcla de coña y mala ostia. La imagen que los sindicatos se han ido forjando en las últimas décadas no es otra que la de unos sujetos interesados, preocupados en que su chiringuito no se hunda (en ese sentido siguen la misma lógica descrita anteriormente: hay que salvarse a toda costa, aun a costa de aquellos para los cuales se supone que existes) y que en ningún caso representan a los trabajadores (¿cómo puede representar la precariedad laboral un liberado sindical -con su estabilidad, su sueldo y sus privilegiadas condiciones de "trabajo"?). Los sindicatos son una realidad escindida de los trabajadores, organizaciones que tienen su propia inercia e intereses, y que desde luego hace tiempo que no coinciden con las quienes llenamos las colas del INEM o nos pasamos la vida saltando de trabajo precario en trabajo precario. La RL es una puñalada asestada con experiencia y habilidad en la espalda de los trabajadores, y los sindicatos son uno de los brazos ejecutores.

¿Qué tiene que ver UGT o CCOO con nosotros?, ¿qué tenemos en común nosotros con ellos?, ¿existe algún ingenuo a quien estos tipos les inspire confianza? Cuando comenzó a sonar todo el tema de las crisis, cuando en los tajos se empezó con lo de "apretarse los cinturones" y los despidos se sucedían a un ritmo cada vez más fijo, los trabajadores comenzamos a pasarlas jodidas. Por su parte, UGT y CCOO consiguieron un enorme número de potenciales clientes para sus cursos de formación (pues cobran del estado por impartirlos). Esa es la cruda realidad, aunque escueza. Los sindicatos pierden afiliados de manera continua, sus planteamientos y corporativismos (vamos: sus chanchullos varios para manejar plantillas de las grandes empresas) no casan con un mundo laboral cada vez más flexible y cabrón, en el que entras, sales de las empresas y pasas por el INEM como si te hubieras montado en una montaña rusa. ETT´s (Empresas de Trabajo Temporal) y contratas conforman un mercado laboral despedazado en el que las grandes siglas y los carnés de afiliado no tienen demasiado sentido. Ahora bien, ¿qué han hecho los sindicatos por los trabajadores precarios y los parados? Nada. ¿Por qué? Pues porque juegan al mismo juego que el resto: el del capital, y por tanto sólo hay una motivación que les mueva: la utilidad, el beneficio. Los sindicatos no se rigen por ideales ni convicciones, deben ser afrontados como lo que son: empresas institucionales que buscan su propia supervivencia. Tras todo lo visto desde hace tantos años, tampoco nadie debería sorprenderse.

En medio de esta ida y venida de intereses en donde todos (políticos, patronal y sindicatos) juegan sus cartas, la RL es presentada como la tabla de salvación que va a ofrecernos una salida al desastre. Además, viene de la mano de un partido "socialista y obrero", lo cual ayuda a darle una cara más amable. Sin embargo la RL tiene dos líneas de incidencia bastante claras que desde luego no se corresponden con las necesidades de los trabajadores:

-          La primera es el tema de la temporalidad. Al más puro estilo del totalitarismo, el gobierno ha ofrecido una solución a los contratos temporales que no pasa por hacer más estable el trabajo, si no por cambiar el mismo significado del adjetivo "indefinido". Nos explicamos, es cierto que en cierta manera la RL va a limitar la cantidad de contratos temporales, pero todo se va a quedar en la superficie: en el terreno de las palabras. Es más, la temporalidad y la precariedad se van a incrementar de manera drástica, lo que sucede es que los contratos temporales pasarán a ser indefinidos, y los indefinidos serán tan frágiles como los temporales. Nos esperan tiempos cada vez más duros, la permanencia de media en las empresas se reducirá y la movilidad se verá incrementada, el despido se abaratará hasta precios de saldo y contratas y ETT´s fragmentarán más y más los sectores laborales, pero no pasa nada: seremos "trabajadores indefinidos".

-          La segunda es la solución que se ofrece a la cuestión del paro. Cuando dentro de varios años la RL haya modificado el escenario laboral, y tal y como hemos indicado se haya acabado con la temporalidad (cuando en realidad se habrá acabado con los contratos indefinidos que suponen 45 días de indemnización por año trabajado, y se llamará indefinido a un tipo de contrato inestable y con el que el despido es una ganga para el empresario), las empresas gastarán menos en cotizaciones e indemnizaciones. Dicho de otra manera: las empresas ganarán más dinero a costa de que los trabajadores lo perdamos. Por lo tanto, se pretende reducir el paro porque los empresarios tendrán la posibilidad de contratar más gente con los mismos costes (el sueldo que se paga al trabajador, la cotización a la seguridad social y la posible indemnización por despido). La ecuación es sencilla: menos pasta y más gente… más curro, pero peor trabajo.

Este es un espacio pequeño que no pretende ni puede ofrecer una interpretación exhaustiva de la RL, pero vamos a señalar una serie de puntos que nos parecen cruciales para entender el fondo y las consecuencias de los cambios que van a tener lugar en el mundo del trabajo dentro del estado español.

· Las modificaciones en el despido nos van a afectar a todos los trabajadores: tanto a los contratados a partir de la RL, como a los que ya tienen cualquier tipo de contrato previo. Esto es algo de lo que al parecer no se ha enterado la mayor parte de los asalariados, ya que en los curros es demasiado frecuente escuchar que la RL será jodida para los que "vienen después". Habría que recordar que con demasiada frecuencia, el mirar a otro lado en su momento acaba por pagarse demasiado caro a la larga.

· El despido por causas económicas pasa a ser un auténtico chiste. Los empresarios ya no se verán obligados a demostrar que el despido que quieren realizar es absolutamente necesario para la supervivencia de sus empresas, ahora basta con que se "deduzca mínimamente la razonabilidad". Es decir, que bajo el paraguas de una ambigua "situación económica negativa" nos podrán despedir sin mayores explicaciones y con una cobertura legal plena. En el caso del despido objetivo por causas organizativas, la broma funciona igual: basta demostrar que se "deduzca mínimamente la razonabilidad", lo que viene a suponer que es suficiente con que la empresa  mejore su situación organizativa con tu despido.

Ese gracioso "mínimamente" tiene un fin claro y definido: que los despidos objetivos (indemnizados con 20 días) no acaben en improcedentes (indemnizados con 45 días) cuando los trabajadores denuncian a sus empresarios.

· Como ya no es necesario que las empresas demuestren de manera objetiva que tienen dificultades, los trabajadores podrán ser despedidos de modo preventivo para evitar una "posible evolución negativa".

· El preaviso por despido objetivo pasa de 30 a 15 días. En el caso de que la empresa incumpla con el pago de la indemnización o con las formas del despido, el despido objetivo pasará a despido improcedente (siempre y cuando el empleado denuncie, claro). Antes de la RL el trabajador estaba en condiciones de ganar y conseguir que su despido fuera considerado nulo y tuviera que ser readmitido[2].

· Este despido fácil y barato afecta también al personal laboral que haya aprobado una oposición. Como sus condiciones se rigen por el Estatuto del Empleado Público y no por el Estatuto de los Trabajadores, los trámites serán algo más complicados que en el caso de una empresa cualquiera, pero eso no implica que este sector se salve de la precariedad absoluta que se está gestando con la RL.

· En 2015, cuando la RL se haya implementado, será "indefinido" todo el mundo, y la empresa pagará sólo 12 días de los 20 de indemnización por despido objetivo (los otros 8 los paga el Fondo de Garantía Salarial -Fogasa-, que depende del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales).

Como ya se ha dicho, el paso del predominio de los contratos temporales a indefinidos tiene únicamente que ver con una nueva definición de ambos adjetivos. Los contratos temporales saldrán más caros que los indefinidos, ya que costarán los mismos 12 días por año pero las cotizaciones son más altas.

Aquí reside la esencia de la RL: las empresas pasan a poder echar a sus trabajadores pagando 12 días por año en vez de 45. La venta saldada de toda una clase social.

· Hasta ahora, el Fogasa pagaba las indemnizaciones y salarios que las empresas no podían pagar cuando así lo dictaminaba un juez. A partir de la RL, el Fogasa pagará 8 días por año del despido objetivo en los contratos indefinidos que duren más de un año aunque la empresa sea solvente y el despido esté injustificado. Esto viene a suponer que el dinero público que se guardaba para casos de emergencia va a servir para financiar el enriquecimiento de las empresas en condiciones "normales" y todos los despidos injustificados que esta reforma da por buenos.

· Por más que la RL venda frenar la temporalidad de los contratos, lo cierto es que las contratas seguirán cubriendo puestos que por definición son fijos dentro de las empresas, haciendo que estas tengan menos costes laborales y una mayor facilidad para poner a la gente en la calle.

· En cuanto a la distribución de la jornada, esta será libre dentro de cada empresa independientemente de lo que diga el convenio. Siempre y cuando no se sobrepase el número de horas anuales indicadas en el convenio, la empresa podrá repartirlas por turnos o de lunes a sábado.

· Se va a permitir la contratación por ETT dentro de las Administraciones Públicas. Es decir, que se van a acabar las bolsas de empleo. Las ETT´s serán unas de las grandes beneficiarias de la RL, para ellas se abre un descomunal campo de negocio en todas las administraciones, ya que a estas les será mucho más económico subcontratar trabajadores precarios que generar puestos de trabajo con condiciones estables.

· En cuanto al paro, el objetivo del gobierno es sencillo: ahorrar todo lo posible, poniendo trabas a los trabajadores a la hora de cobrar sus subsidios.

Para ello se autoriza la creación de "agencias privadas de empleo con afán de lucro". Dichas agencias tendrán acceso a todos los datos que se encuentran en los servicios de empleo estatales, y controlarán las prestaciones que cobran los parados.

¿Cómo lo harán? Con coacciones y la obligatoriedad de ir a las entrevistas que preparen, acudir a sus citas, entregar comprobantes, marear al personal cuanto sea necesario, asistir a cursos e incluso realizar trabajos de "colaboración social" para seguir cobrando las prestaciones. En cuanto a su financiación: percibirán todo tipo de prestaciones y cobrarán a las empresas (tanto a las que busquen trabajadores, como a las que busquen alumnos o "colaboradores" para asuntos sociales).

También se reduce de 100 a 30 días el periodo de tiempo que tenemos los parados para rechazar cursos de formación sin ser sancionados con la pérdida del subsidio de desempleo.

El efecto de ambas medidas está claro: por un lado se corre el riesgo de que puestos de trabajo reales acaben siendo cubiertos por la "colaboración social" (por ejemplo en ayuntamientos o ONG´s, que se pueden ahorrar buena parte de sus presupuestos y subvenciones), y por el otro se beneficiarán las empresas e instituciones que se dedican a impartir cursos. Dado que buena parte de la actividad de los sindicatos en este país se basa en dar cursos (que por cierto suelen ser una auténtica mierda), ¿resulta extraño que con este dato los sindicatos hayan mantenido la boca cerrada en lo relativo a la RL y el paro?

Después de todo esto, sólo queda reafirmarnos en el título que hemos puesto a estos párrafos: la reforma laboral es una cuchilla en el cuello de los trabajadores. Y por lo tanto, sólo nos queda la opción de despertar y evitar que acabe degollándonos….

[1] A lo largo de este periódico cuando hablemos de  sindicatos nos referiremos a los sindicatos mayoritarios, subvencionados, que son los que en el fondo controlan el cotarro a día de hoy: CCOO y UGT.

[2] La diferencia fundamental entre un despido nulo y uno improcedente es que en el primero el empresario está obligado a readmitirte, mientras que en el segundo tiene que pagarte la indemnización máxima. Como la mayoría de despidos son tachados de improcedentes, la realidad es que en este país el despido es libre, lo que pasa es que no es gratis…. todavía.


http://diariodevurgos.com/dvwps/la-reforma-laboral-es-una-navaja-al-cuello-de-los-trabajadores.php
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

PARA SEGUIR LEYENDO A MARX. comentario de libro.

Nuevo trabajo de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre

Santiago Alba Rico

La editorial Akal acaba de publicar El orden de El capital. Por qué seguir leyendo a Marx de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero. La obra es una relectura de los tres libros de El Capital que pretende, al mismo tiempo, mostrar por qué necesitamos ahora más que nunca de la obra de Marx. Se trata de un libro voluminoso (656 páginas), pero de muy fácil lectura, que se propone poder ser entendido por cualquiera. Presentamos aquí el prólogo de Santiago Alba Rico, un texto muy explicativo sobre el largo recorrido que ha conducido a esta publicación.


Prólogo

Decía Chesterton que "el pueblo nunca puede rebelarse si no es conservador, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse".

Esto es más cierto aún si de lo que se trata es de rebelarse contra el capitalismo. Benjamin comparó el mundo capitalista con un tren sin frenos que rodaba hacia el abismo. Y en lugar de imaginar la revolución socialista bajo el potente aspecto de una locomotora (como tantas veces se había hecho ya), la comparó con el freno de emergencia. La objeción más definitiva que el ser humano puede hacerle a la economía capitalista es que no es capaz de detener, ni siquiera de ralentizar, la marcha. La humanidad ha emprendido un viaje que no tiene estaciones. Incluso los revolucionarios más insensatos han tenido que rendirse a la evidencia de que es imposible competir en velocidad con el capitalismo. Ya en 1848, Marx constataba cómo la economía capitalista había logrado que todo lo sólido se disolviese en el aire. En el año 2010 sabemos hasta qué punto es así. En palabras de Carlos Fernández Liria, "el capitalismo ha atacado este planeta por tierra, mar y aire. Ha reventado el subsuelo terrestre con pruebas nucleares, ha abierto un agujero de ozono en la estratosfera y llenado de misiles las galaxias. Ha desquiciado el código genético de las semillas y ha cubierto de brea los océanos".

Tras apoderarse del mercado del arte y obligar a la belleza a cotizar en bolsa, el capitalismo ha decidido incluso mover de su sitio los glaciares. Esas montañas de hielo habían sido elegidas por Kant como ejemplificación de lo sublime. Lo sublime es aquello que viene demasiado grande a nuestra imaginación, aquello que la imaginación intenta recorrer en vano, experimentando el fracaso de su esfuerzo. Pero lo que es inmenso para la imaginación de los hombres, es pequeño para el capitalismo. Como es sabido, dos glaciares de los Andes chilenos están siendo removidos y desviados para que una compañía estadounidense propiedad de la familia Bush explote unos yacimientos mineros.

En su ofensiva contra todo lo existente, el capitalismo ha deglutido no sólo seres humanos y recursos materiales sino también ese patrimonio inmaterial sin el cual la reproducción misma de la humanidad es imposible: el conocimiento. "Recientemente -nos dice Fernández Liria-, el capitalismo ha extendido su ofensiva planetaria y ha decidido conquistar también el mundo inteligible, asaltando la Universidad y poniéndola al servicio de los intereses del mercado. Nada comparable, de todos modos, a la hazaña de mantener a la mitad de la población mundial viviendo con menos de dos dólares diarios, mientras que las 84 mayores fortunas personales suman una cifra equivalente al producto interior bruto de China y sus 1200 millones de habitantes. Al hilo de la crisis económica, mientras en el verano de 2009 la patronal española exigía a los sindicatos el despido gratis (el libre hacía tiempo ya que existía), el presidente del BBVA blindaba su sueldo con una indemnización de 93,7 millones de euros. Así pues, en su gesta por los confines del surrealismo, el capitalismo no ha permitido al ser humano conservar ni tan siquiera el sentido común."

Este panorama no deja mucho lugar a dudas. Pero no siempre se vio tan claro. Los revolucionarios comunistas y anarquistas cayeron a menudo en el error de intentar competir en velocidad y eficiencia con el capitalismo. En realidad, pensaban con acierto que el capitalismo era una traba para el desarrollo humano que el propio capitalismo había contribuido a posibilitar. Lo que no se entendió tan claramente es que el capitalismo no imponía esa traba con un freno, sino con un acelerador. Por eso, el capitalismo deja atrás, al mismo tiempo, aquello que hay que conservar a cualquier precio y aquello que es irrenunciable potenciar.

El capitalismo frena acelerando. Por el camino, como ya señalara el Manifiesto Comunista, ha dado al traste con todo lo que supuestamente había de sagrado e inamovible en la vida humana, desde la vida familiar al tejido cultural o religioso. El capitalismo, sin duda, ha dañado en su misma raíz la consistencia antropológica más elemental. Pero esto no supone necesariamente una calamidad, porque en esa consistencia también van incluidas –como Marx sabía muy bien- las servidumbres humanas más abyectas, como el patriarcado o la tiranía religiosa. Más allá de esa servidumbre, tenemos una oportunidad para aprender a vivir -como nos aconsejaba Aristóteles y siempre gusta de recordar el propio Carlos Fernández Liria- no como los mortales que somos sino en tanto que seres racionales capaces de inmortalizarse en las obras de la libertad.

Ahora bien, es esta posibilidad del desarrollo humano la que el capitalismo impide absolutamente. Las obras de la razón –decía Husserl- no pertenecen al tiempo, sino a la eternidad. En todo caso, no se acomodan fácilmente a los requerimientos temporales y mucho menos al ritmo vertiginoso de la aceleración capitalista. Y sin embargo, son irrenunciables. Los hombres, decía Kant, por mucho que amen la vida, aman más aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Entre todo aquello que merece ser conservado y por lo que merece la pena rebelarse, no hay nada más irrenunciable que la dignidad. Y con ella, aquello que la hace posible, la libertad; y aquello que ella exige a este mundo, la justicia.

Es fácil reconocer aquí el anhelo que impulsó a tantos y tantos revolucionarios en los dos últimos siglos. Ahora bien, el corpus doctrinal del marxismo tenía enormes dificultades para anclar ahí su concepción del "hombre nuevo" que se proponía forjar políticamente. Pues una vida política a la altura de las exigencias de la razón no era, en definitiva, más que aquello que las grandes revoluciones burguesas habían llamado "ciudadanía". No era, después de todo, sino el modelo de ser humano que la Ilustración había considerado irrenunciable. Bien poca cosa para una teoría dialéctica de la historia que exigía avanzar mucho más allá del mundo burgués y que pretendía ser más veloz incluso que el capitalismo hasta acabar adelantándolo en los cauces del devenir histórico. De este modo, lo que el capitalismo frustraba y mutilaba, el marxismo se empeñaba en dejarlo bien atrás, como antiguallas destinadas a ser sepultadas por la corriente imparable de la historia. La paradoja fue que el patriarcado o la religión –sufriendo sin duda grandes modificaciones- demostraron tener una insólita capacidad de adaptación al curso siempre cambiante del capital mientras que lo que sucumbía era precisamente el pensamiento de la Ilustración, la única columna vertebral posible de todo proyecto político republicano. En su lugar, el marxismo se empeñó en descubrir la pólvora, inventando un hombre más nuevo que el ciudadano y un derecho más legítimo que el Derecho. Como trágicos resultados podemos citar, por ejemplo, el culto a la personalidad de Stalin o la revolución cultural maoísta.

Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero llevan años alertando de este desastre teórico y procurando sentar las bases para una reconciliación del marxismo con la tradición republicana de la Ilustración. Sus últimas publicaciones no han dejado de insistir en que si hay algo que el capitalismo convierte en imposible es precisamente el proyecto político de la Ilustración, lo que solemos expresar bajo la idea de una democracia en "estado de derecho" o bajo el "imperio de la Ley". Y que si algún motivo nos da el capitalismo para rebelarnos contra él es precisamente el de haber frustrado este proyecto político y el de hacerlo cada día más impracticable. De entre todo aquello que merece ser conservado, nada lo merece tanto como la dignidad. Y el hombre no encuentra la dignidad de su existencia más que viviendo políticamente en libertad. Por eso, entre todos los futuros posibles por los que merece la pena luchar, nada es más irrenunciable que la idea de una república en la que los legislados sean a la vez legisladores, es decir, una sociedad de hombres libres e iguales, una comunidad de ciudadanos.

Pero esta reivindicación de la Ilustración desde el marxismo, hundía sus raíces, mientras tanto, en un trabajo interminable sobre la obra de Marx que solo ahora puede salir a la luz. Este libro estaba supuestamente terminado en el verano de 1999, cuando CFL me anunció que había firmado un contrato con Akal para su inmediata publicación. Ello era el resultado de un proyecto que se había convertido en una obsesión desde los tiempos en los que juntos habíamos publicado Dejar de Pensar y Volver a pensar, empeñándonos en reivindicar el marxismo justo cuando, en el corazón de los años ochenta, todo parecía venirse abajo para esta tradición. Teníamos que explicar en definitiva que había tantas razones para seguir leyendo a Marx como razones había para seguir combatiendo el capitalismo. Es difícil discutir hasta qué punto los tiempos nos han dado, desdichadamente, la razón.

Sin embargo, el volumen sobre El capital que CFL había preparado en 1999 –y para el que me había pedido que escribiera precisamente el presente prólogo-, iba a tener que esperar aún otros diez años de gestación. CFL suele contar que, justo cuando lo tenía listo para la edición, un alumno suyo llamado Luis Alegre Zahonero descubrió un pequeño hilo suelto en su argumentación y, tirando de él, el libro entero se deshizo en mil retales que había que volver a componer. El problema era, además, que para componerlo, había que emprender una discusión precisamente en el terreno en el que Marx no paró toda su vida de moverse: el mundo de la economía. Ni a CFL, ni a LAZ ni a mí nos resultaba fácil emprender esa tarea sin ayuda. Pero precisamente en ese año 1999, en el marco de las primeras movilizaciones estudiantiles contra la mercantilización de la Universidad, Luis Alegre comenzó a trabajar estrechamente con Economía Alternativa (grupo estudiantil muy activo que se había formado con profesores como Xabier Arrizabalo, Diego Guerrero o Enrique Palazuelos). De este grupo, por cierto, han surgido economistas extraordinarios (como Bibiana Medialdea, Nacho Álvarez o Ricardo Molero) cuyo enfoque les hace objeto de un fuego cruzado: por un lado, de la economía ortodoxa y, por otro, de los defensores del concepto más dogmático de valor que les acusan de no estar haciendo "economía marxista". No sin buenas razones, LAZ repite con frecuencia que este libro es en gran medida una defensa del derecho a considerar estrictamente marxista el enfoque de una investigación como la que se recoge en Ajuste y salario (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2009). En cualquier caso, tras una interminable correspondencia entre CFL y LAZ, decidieron reemprender juntos la redacción del libro.

El problema había surgido en torno al concepto de "precio de producción", pero afectaba a la interpretación del orden interno de todo El Capital. El lector lo comprobará más adelante, al avanzar en el libro que tiene entre sus manos. Hay un momento muy inquietante en el Libro III, en el que Marx nos dice que si las mercancías se vendieran a sus valores, quedaría abolido todo el sistema de la producción capitalista, de manera que puede interpretarse que la teoría del valor resulta incompatible con lo que ocurre en la realidad. Lo de menos es que Marx vaya a demostrar, quizás, que esto solo ocurre "en apariencia", porque, en el fondo, la teoría del valor sigue cumpliéndose de todos modos. Lo inquietante es que Marx diga a continuación que si del hecho demostrado de que "las mercancías no se venden a sus valores" hubiera que concluir "que la teoría del valor es falsa", resulta que la conclusión no sería que la teoría del valor es falsa, sino que el capitalismo es incomprensible.

Aunque el lector no esté aún familiarizado con estas nociones y carezca del instrumental teórico para comprender lo que estamos diciendo, es fácil que se haga cargo de que esta forma de argumentar tiene algo de extravagante. Lo mismo ocurre en otro pasaje inquietante: justo en el momento en que acaba de demostrar que la tasa de ganancia tiende a igualarse para todos los sectores con independencia de lo intensivos que sean en mano de obra y todo hace pensar que la fuente del plusvalor ya no es el trabajo y que, por consiguiente, la teoría del valor deja de cumplirse, lo que concluye Marx es que, si esto fuera así (y lo inquietante es que acaba de demostrar que es así), "desaparecería todo fundamento racional para la economía política".

Es decir: de lo que Marx está más firmemente convencido es de que sin teoría del valor no hay posibilidad de entender nada. Si los hechos demuestran que la teoría del valor es falsa, no es que la teoría sea falsa, sino que la realidad es incomprensible.

Como es sabido, hoy todo el mundo en economía está convencido de que la teoría del valor es falsa (o por lo menos inútil). Es fácil demostrar que es así, se dice a menudo. Lo verdaderamente desasosegante ante esta situación es imaginar a Marx diciendo más o menos lo siguiente: de acuerdo, pero que conste que, si acabarais por demostrar que la teoría del valor es falsa, lo que estaríais demostrando más bien es que vuestra ciencia no es más que una estafa.

¿Por qué, entonces, Marx está tan seguro de que no se puede renunciar a la teoría del valor incluso cuando acaba de demostrar él mismo que la teoría del valor no se cumple? ¿Será que en el fondo sí se cumple? ¿Será que es posible encontrar la ley de transformación de valores en precios? Este fue el camino que siguió la tradición marxista con el famoso problema de la transformación. En resumen, las mercancías se venden a un precio que es proporcional al capital invertido. Sin embargo, la teoría del valor exige que los precios sean proporcionales a la cantidad de trabajo que ha intervenido en su fabricación. A partir de aquí la tradición marxista aún no ha cesado de intentar encontrar un procedimiento capaz de transformar los valores en precios, en una dialéctica que normalmente juega con lo que ocurre "en apariencia" y lo que ocurre "en el fondo". En este género de argucias teóricas –esencia/apariencia, fondo/superficie, forma/contenido, etc.- se han escondido a menudo auténticos trucos de prestidigitación que permitían al marxismo decir lo mismo y lo contrario al mismo tiempo con tan solo sacarse de la manga dos (o tres) niveles de análisis. Ataviados de lógica dialéctica, estos recursos se convirtieron en una continua estafa científica.

Este libro reserva una buena sorpresa al respecto. Lo que sus autores vienen a demostrar es que el problema que estaba en juego en esa tozudez marxiana por ligar la economía a la teoría del valor no tenía que ver con el asunto de que ésta se "cumpliera" o no se "cumpliera" en la determinación de los precios. Tenía que ver, más bien, con la delimitación del objeto de estudio de la Economía y, en concreto, con la forma en la que hay que pensar la articulación entre Mercado y Capital, por una parte, y entre Derecho, Ciudadanía y Capital, por otra. Por decirlo rápidamente: que la cosa tenía que ver, más bien, con el problema de cómo se articulaban Ilustración y Capitalismo en esa realidad a la que llamamos sociedad moderna.

Es decir, puede ser perfectamente falso que el valor-trabajo sea el determinante último de los precios, sin que, por eso, la teoría del valor tenga que ser rechazada. Pues podría ocurrir muy bien que la determinación de los precios no fuera ni mucho menos aquello para lo que la teoría del valor resulta imprescindible. Podría ocurrir muy bien que lo que se jugara en ella fuera más bien la posibilidad de constituir un objeto científico propio para la economía política, de tal modo que sin ella la Economía misma se convirtiera en una estafa. Una cosa es que te falten las soluciones y otra que te falten las preguntas. Y podría ocurrir que la Economía no pudiera sino plantear mal todas las preguntas sin una previa aclaración sobre la relación entre Mercado, Capital y Ciudadanía, es decir, sin una comprensión clara de la articulación de esa sociedad, la sociedad moderna, cuya "ley económica fundamental" trata Marx de esclarecer.

Desde luego este no es el camino habitual por el que ha transitado la resolución del problema. Pero, en realidad, tampoco es el camino habitual por el que ha transitado la tradición marxista en general, pues, como ya hemos señalado, el diálogo con la Ilustración siempre quedó supeditado a la acusación vertida sobre el derecho burgués (y después, también, sobre la ciencia "burguesa", la moral "burguesa", la filosofía "burguesa", etc.). Hablando con CFL, a menudo lo hemos comentado: sería, desde luego, una extraña casualidad que nosotros hubiéramos acertado a ver claro respecto de un problema en el que han zozobrado mentes muy lúcidas, tanto en economía como en filosofía. Sería, desde luego, altamente improbable semejante agudeza o penetración. Ahora bien, esta arrogante pretensión queda notablemente amortiguada si se atiende a algunas circunstancias importantes.

El problema de la transformación entre valores y precios –o lo que es lo mismo, el problema de la compatibilidad entre el Libro I y el III de El Capital o, en definitiva, el problema de la consistencia interna de esta obra- ha torturado a los mejores estudiosos y empantanado centenares de libros de los mejores economistas. Pero, quizás, lo que hay que explicar es, precisamente, el motivo de tanto reiterado naufragio. Tanta zozobra podría perfectamente explicarse si la discusión se hubiera planteado en unas circunstancias en las que era imposible atisbar la situación; no, desde luego, porque faltara inteligencia o los tiempos no estuvieran maduros para ello, sino, porque sencillamente había algún armatoste o algún trasto viejo taponando la salida. Por decirlo rápidamente: el corpus teórico del marxismo impedía entender sin prejuicios, por ejemplo, la obra de Kant. En general, impedía un diálogo con el pensamiento de la Ilustración como el que, sin embargo, han emprendido en Cataluña algunos autores ligados a la revista Sin Permiso, como Joan Tafalla, Antoni Domènech o Joaquín Miras, o en Francia, Florence Gauthier.

CFL me decía que la suerte ha consistido en estar colocado en el sitio adecuado y en el momento adecuado: "al leer el Libro III de El Capital, uno se da cuenta de que está situado en un sitio mejor para entenderlo que incluso aquél en el que estaba colocado Marx para comprenderse a sí mismo. Hemos tenido un instrumento teórico que la tradición marxista no tenía, porque era imposible en su época. Que tampoco tenían los economistas, porque es imposible en su ámbito, y que tampoco tenía Marx. ¿Cuál? Bueno, hemos tenido una buena interpretación de Kant a nuestra disposición. Lo mismo que de Sócrates, Platón o Galileo. En general, hemos tenido a nuestra disposición una interpretación de la historia de la filosofía con la que la tradición marxista nunca pudo contar. En eso ha tenido mucho que ver la obra de Felipe Martínez Marzoa o los cursos de María José Callejo. Es posible que algo se deba a la lectura heideggeriana de la historia de la filosofía. Pero no porque Heidegger sea muy importante aquí sino porque lo que esa lectura tenía de bueno es que era, al menos, una lectura. ¡Y es que la tradición marxista jamás había leído bien a Platón, Kant o Husserl, porque ni siquiera había llegado a leerlo mal! En cualquier caso, no había entendido gran cosa. Por otra parte, la tradición marxista, con su desprecio por el pensamiento 'burgués', había tirado a la basura todo el pensamiento de la Ilustración, que se remontaba a Sócrates o a Platón".

Hay que decir también que todos nosotros hemos tenido, al mismo tiempo, la suerte de estar colocados ante un hecho histórico que servía muy eficazmente –como un vastísimo laboratorio- para confirmar la validez de esta lectura de Marx. Hemos sido contemporáneos de una revolución latinoamericana que, por primera vez, camina hacia el socialismo por vía democrática (lo que ya había ocurrido varias veces) y que por primera vez no han logrado abortar mediante invasiones, bloqueos o golpes de estado (lo que aún no había ocurrido nunca). Así pues, una excepción, tan interesante como suelen ser, para la historia de la ciencia, las excepciones. En su libro Comprender Venezuela, pensar la Democracia, CFL y LAZ defendieron –y no hablaban en broma- que la revolución bolivariana era el acontecimiento más interesante de la historia de la Ilustración desde que Robespierre fue guillotinado en 1793. El libro entusiasmó a nuestra inolvidable querida amiga Eva Forest, que lo publicó en Hiru y luchó para que se conociera en Venezuela, hasta que, finalmente, la obra recibió el premio nacional de ensayo "Socialismo de siglo XXI" y una mención honorífica en el Premio Libertador.

Ahora es muy difícil hacer pronósticos sobre el camino que seguirá la revolución bolivariana en Latinoamérica. En todo caso, el golpe de Estado contra el presidente Chávez en abril de 2002 fue, en efecto, una excepción a lo que CFL y LAZ han calificado como la ley de hierro del siglo XX: la instancia política jamás logró enfrentarse con éxito a la instancia económica conservando al mismo tiempo el Estado de Derecho. Y ello no fue por un desvarío revolucionario, sino todo lo contrario: porque -como dijo Kissinger- entre salvar la democracia o salvar la economía, se eligió siempre salvar la economía (la economía de los más poderosos, por supuesto); y se hizo mediante golpes de Estado, torturas, desapariciones y represión, a sangre y fuego.

Lo que la revolución bolivariana en Latinoamérica ha estado a punto de demostrar (nadie puede saber si seguirá por el mismo camino o si más bien sucumbirá al pragmatismo y la socialdemocracia) ha sido que el socialismo no sólo puede llegar a ser compatible con la democracia, sino que lo es infinitamente más que el capitalismo. Este es el verdadero motivo por el que todos los medios de comunicación se volcaron enseguida en una campaña de desprestigio contra Chávez y la Venezuela bolivariana. Lo que podía hacerse visible ahí era un ejemplo demasiado peligroso: un socialismo en estado de derecho.

CFL y LAZ han mostrado suficientemente cómo, durante todo el siglo XX, se abortaron sangrientamente todos y cada uno de los intentos de hacer compatible el socialismo con la democracia. Cada vez que las izquierdas ganaron las elecciones y pretendieron seguir siendo de izquierdas, un golpe de estado dio al traste con el orden constitucional (España, 1936; Guatemala, 1954; Indonesia, 1965; Chile, 1973; Haití, 1991; y un largo etcétera). Es lo que yo llamé "la pedagogía del millón de muertos": cada cuarenta años más o menos se mata a casi todo el mundo y luego se deja votar a los supervivientes. Esto es lo que normalmente se conoce como "Democracia".

Así pues, al comunismo no le quedó nunca otra vía que la revolución armada. Pero no porque fuera incompatible con la democracia o el parlamentarismo, sino porque, por la fuerza de las armas, se impidió cualquier intento de que lo fuera. A este respecto, por supuesto, la revolución bolivariana es solo a medias una excepción. En primer lugar porque el socialismo le queda muy lejos todavía, pero, en segundo lugar, porque no es cierto que no haya sido una vía armada. Lo que ocurre es que, una correlación de fuerzas absolutamente excepcional en el interior del ejército, ha permitido sostener armadamente la democracia bolivariana. De lo contrario, Venezuela habría sido ya invadida, o sin más, habría triunfado el golpe de estado de 2002. Pero en esto, Venezuela no ha marcado la norma, sino más bien la excepción. No se puede tomar el ejemplo bolivariano para enmendar la plana a los movimientos revolucionarios del siglo XX. Otra cosa es que, bajo el paraguas de Venezuela (y por supuesto, de Cuba), haya sido viable una victoria electoral de Correa en Ecuador o de Evo en Bolivia (no así, en Honduras).

Ahora bien, ¿por qué, durante todo el siglo XX, no se permitió ni una sola vez la existencia de una democracia en la que hubieran ganado las izquierdas? ¿Por qué, ahora que ha resultado inevitable aguantar una excepción, la reacción de la prensa y los gobiernos occidentales ha sido tan furibunda y rabiosa? ¿Por qué tanto miedo? Por supuesto, porque lo que no se podía permitir es que se hiciera visible que el socialismo era compatible con el Estado de Derecho. Pero, también, quizás, porque un socialismo en Estado de Derecho, sería, por primera vez, un verdadero Estado de Derecho. Es decir, porque retomaría el proyecto político de la Ilustración ahí donde quedó interrumpido con el ajusticiamiento de Robespierre y el golpe de Estado de Thermidor. Y porque, de este modo, podría hacerse patente todo aquello de lo que la Humanidad es capaz en Estado de Derecho.

Para plantear así las cosas había que deshacer no pocos malentendidos sobre el proyecto político de la Ilustración y todo aquello que la tradición marxista había insensatamente despreciado como "derecho burgués", cosa que CFL y LAZ (en colaboración esta vez con Pedro Fernández Liria y Miguel Brieva) hicieron fundamentalmente en Educación para la Ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho (Akal, 2008). Con todo, quedaba por hacer, por supuesto, lo principal: demostrar que esta postura política podía ser considerada marxista, es decir, que era compatible con una lectura posible de Marx.

Nuestras tesis –quiero llamarlas nuestras con toda convicción- han sido comprendidas e incomprendidas, como es lógico. Por parte de la derecha, como no podía dejar de ocurrir, recibidas con escándalo, con sorna, y a veces con histeria, pues al fin y al cabo se estaba reivindicando desde la extrema izquierda el nervio fundamental de su equipamiento conceptual: los conceptos fundamentales de la tradición liberal. El escándalo que levantó Educación para la Ciudadanía (Cfr. el prólogo a la segunda edición) es, en realidad, una buena prueba de que la burguesía se sentía enormemente cómoda y satisfecha considerándose la legítima propietaria del concepto de Ciudadanía o de Estado de Derecho. Estos conceptos le resultan imprescindibles para construir lo que CFL y LAZ han llamado la "ilusión de la ciudadanía" o el "espejismo trascendental de la mirada política contemporánea". Exigir que nos sean restituidos es la mejor forma de poner las cartas sobre la mesa y desvelar el totalitarismo económico que organiza la sociedad capitalista.

Por parte de la izquierda ha habido ya algunos intentos de discutirlas y desautorizarlas1. Fundamentalmente, se ha negado que sean tesis posibles dentro del marxismo e incluso dentro del materialismo. El presente libro contiene una lectura exhaustiva de El Capital de Marx. No hay mejor ocasión para poner a prueba la pertinencia de estas críticas.

Santiago Alba Rico , Hortichuelas Bajas, 15 de agosto de 2009.

NOTA

1. Cfr., por ejemplo, Montserrat Huguet, Galcerán "El sexo de los ángeles y el estado de derecho; sobre los libros de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre, Comprender Venezuela , pensar la democracia (Hondarribia, Hiru, 2006) y Educación para la ciudadanía. Democracia, capitalismo y estado de derecho (Marid, Akal, 2007)" en Youkali Revista crítica de las artes y el pensamiento Nº 5, pp. 143-150 (http://www.rebelion.org/mostrar.php?id=Galcer%E1n&submit=Buscar&inicio=0&tipo=5). Sánchez Estop, Juan Domingo, "De la Ilustración a la Excepción. Una discusión con las tesis del libro: Comprender Venezuela, pensar la democracia". Logos. Anales del Seminario de Metafísica, Vol. 40, 2007, ISSN: 1575-6866, págs. 345-360. John Brown, "Comunismo o policía. Reflexiones al hilo de dos artículos del número 100 de VIENTO SUR (Capitalismo y ciudadanía: la anomalía de las clases sociales, de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero y "Democracia burguesa": nota sobre la génesis del oxímoron y la necedad del regalo, de Antoni Domènech) http://www.rebelion.org/mostrar.php?id=John+Brown&submit=Buscar&inicio=0&tipo=5.

::Fuente: Rebelion



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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo