David García Martín (CCS)
La crisis económica mundial está reavivando miedos que parecían superados, y con ella están resucitando políticas creíamos superadas en el pasado. Desde las expulsiones en masa de gitanos rumanos en Francia, al auge de partidos políticos que venden confrontación y populismo, como lo hace el movimiento ultra-conservador norteamericano, Tea Party, o los diferentes partidos de ultraderecha. Convertidas en fábricas de miedo, estas ideologías renacen en Europa.
La ciencia del miedo ha sido usada por el poder desde que éste se hizo con sus resortes. Maquiavelo ya hablaba de su utilización para explotar la vulnerabilidad de las personas: a más miedo, mayor control social.
Si el Estado debe ser el garante de las libertades y la plataforma para una verdadera igualdad entre individuos: ¿por qué esta falta de prudencia, de fortaleza institucional, de sentido de la justicia y falta de templanza en esta época de incertidumbre en la que, más que nunca se necesita sentido común?
El miedo más intenso, en palabras del escritor americano Lovercraft, es el miedo a lo desconocido.
Existe una sensación de deriva e incapacidad de hacer frente a las adversidades traducidas en falta de confianza y de horizontes. Las altas tasas de paro, violencias de toda índole, diferencias étnico-religiosas, ideológicas y culturales repetidas por los medios de comunicación de masas en la sociedad del espectáculo, extienden el miedo.
La cultura del miedo está fermentando en la contradicción de un mundo hipercomunicado e hipertecnologizado, y, al mismo tiempo, cada vez más desigual. Las amenazas del siglo XXI, materializadas en terrorismo fundamentalista islámico, nacionalismos y chovinismos, y demás exaltaciones patrioteras, paralizan, como a un animal asustado, a los sociedades, que fomentan el consumo de armamento para luchar "contra el enemigo" – ejemplo de la guerra de George W. Bush "contra el terrorismo". Además, estas políticas excluyentes y de confrontación fomentan una transgresión contra "el diferente" que puede ser muy peligrosa. Las expulsiones de Sarkozy están teniendo un efecto dominó en otras partes de Europa.
El último "susto global" fue protagonizado por el pastor estadounidense, Terry Jones, al anunciar una quema del Corán en el noveno aniversario del 11-S. El miedo occidental a una reacción fundamentalista puso en alerta a los más altos mandatarios, hasta el Presidente de Estados Unidos intervino ante el pánico mundial, engordado por los medios de intoxicación masiva como si se tratara de un animal para el matadero.
"Dime a qué tienes miedos y te diré quién eres", afirma el profesor Daniel Innerarity. Si en décadas anteriores había miedo a las dictaduras, a la represión y a la falta de libertad, ahora la sociedad se ha vuelto consumidora compulsiva de miedos. El consumidor occidental del siglo XXI, adormecido en los pequeños espacios de bienestar a los que está acostumbrado, es cada vez más receptivo a los mensajes que auguran "peligros". En este sentido, la ONG SOS Racismo ha denunciado el incremento de los mensajes políticos racistas, en su último informe de Racismo en España del año 2010.
El miedo paraliza a las personas, les impide pensar y ejercer como ciudadanos que participan. Es un camino hacia el fanatismo y la sin razón: a más miedo, mayor serán la irracionalidad y la irresponsabilidad. El fin de la política es la búsqueda de la justicia y la paz, no la tranquilidad impuesta por la oscuridad de los temores. El camino está en la duda y la búsqueda frente a los dogmas absolutos, en el diálogo y la empatía frente a los fanatismos que se crean en las fábricas de miedo.
David García Martín es periodista
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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