Sugerente invitación a dialogar la que se ha propuesto desde el
entramado humano-cibernético de Argenpress Cultural. Pues bien,
atendiendo al mismo, trataré de aproximarme a una interpretación
bastante personal sobre el "Arte en el siglo XXI". Para ello, me
centraré en el rock como, en palabras de Walter Benjamin, una
constelación que permita abrir algunos puntos de reflexión, pues,
primero, no soy artista ni tengo estudios en arte, segundo, esta
expresión humana, creo, permite avizorar rupturas pero también formas
lineales de reproducir el orden y el sistema desde el arte.
Además, el título provocador encierra un universo de posibilidades de
abordaje, sin embargo y sin tratar de negar la totalidad como marco
referencial general, luce imperativo aproximarse a hechos y momentos
concretos. Posibilidades emergentes del pasado que no está muerto sino
vivo pero en una aparente congelación que le invisibiliza de la
historia como proceso.
Por ello, más allá de las conmociones que en diferentes momentos han
causado las distintas corrientes de rock en el mundo, cabe ponerle
atención a varios aspectos. Primero, su característico alejamiento de
las convenciones sociales en momentos precisos. Segundo, su energía
como catalizadora de expresiones juveniles enmarcadas en
construcciones constantes de identidades. Tercero, que no está exento
del intento de absorción por la industria para suavizar o manipular
comercialmente su contenido. Cuarto, la diversidad que le han
inyectado las necesidades concretas de cada sociedad. Quinto, su
diferenciación de otras expresiones artísticas, y, sexto, la
posibilidad de expresar sus propias contradicciones en la forma mundo.
El primer punto nos remite a la frescura que trajo en sus primeros
años de vida el rock´n´roll. Un baile más libre, salido de normas de
acercamiento corporal, y, sobre todo, un estilo de música realizado
por y para jóvenes, esto, sumado a los elementos culturales que se
fusionaron en contradicción bajo el contexto histórico que implicó
para Estados Unidos la segregación.
Por otro lado, las discursivas entablaron un nuevo referente
comunicacional. Un lenguaje que permitía comprenderse más allá del
abecedario. Formas y figuras que sustentaron a través de lo estético
un nuevo entendimiento de las relaciones juveniles y de las relaciones
entre generaciones.
En el segundo punto, verse reflejado a través del cine tuvo un impacto
sorprendente. La recreación de personajes transgresores representados
por jóvenes, como lo haría James Dean en Rebelde sin causa, sentaron
precedentes del nuevo rol juvenil. Ver películas en el cine donde el
baile tenía una función de concretar no solamente la alegría sino de
vincular el espíritu en huída hacia una parte no identificada, como en
Semilla de la maldad, cumplió su función motivadora para sentir lo que
le pasaba al joven.
Hasta este punto podríamos hablar de que todo fue maravilloso en el
rock y un tanto idealizado. Sin embargo, conforme han pasado las
décadas, el rock y sus transformaciones nos han llevado por los
vericuetos de las contradicciones propias del sistema capitalista. Por
eso, el tercer elemento que importa en esta reflexión, su absorción
por el mercado, si bien ha sido importante, no ha totalizado su
objetivo de cooptar toda expresión de rock y sus derivados.
Precisamente, fue en esos años en que el rock´n´roll fue mediatizado
por la industria disquera, sin ocultar el racismo contradictorio con
los discursos de la "american way of life" estadounidense y de su
expansión imperialista posterior a la Segunda Guerra Mundial bajo el
supuesto de la democracia para el mundo. Artistas edulcorados cantando
melodías delicadas para el auditorio y sus suaves oídos, mientras el
origen de aquel estilo musical había emergido de los barrios de negros
donde lo mundano era la principal inspiración.
Los adultos veían amenazado su poder, su control y el orden que la
familia imponía para la niñez y la juventud. La industria debía salir
al rescate y obtener ganancias. Sin embargo, el contexto político
internacional sustentado en la dominación económica y la bipolaridad
de la Guerra Fría, desnudó, para variar, desde la juventud, la
hipocresía de la política y la resistencia desde el arte,
particularmente desde el rock.
Basta recordar a Bob Dylan, a la generación beat y el gran impacto que
causó en el mundo la onda hippie. El uso de drogas y el amor libre
como alternativa ante las guerras como la de Vietnam pero también como
resistencia a esa industria que quería callar cambios profundos a
favor del mundo.
El paso del rock´n´roll a rock, es fundamental en esa definición de
resistencia. En principio porque deja de ser dulce, colorido,
manipulable y presentando frente a la televisión como recurso novedoso
de transmisión ideológica y propagandística. Luego, porque el rock se
endurece, precisamente, como una roca. Su solidez implica ir de
frente, no andar por las ramas y posicionarse políticamente a la vez
que va absorbiendo, contradictoriamente, insumos del capitalismo para
definirse. Entre muchas otras, la tecnología musical de grabación, las
definiciones estéticas que tendrían mucha relación con las motos, las
chumpas de cuero, etc.
Esto nos conduce a relacionar el cuarto elemento. Es decir, las
necesidades concretas de cada sociedad y su creación o apropiación del
rock como forma de expresión social y resistencia.
En Guatemala, por ejemplo, esa ruptura con el rock edulcorado tuvo su
auge por el año de 1965, época donde ya la represión después del
derrocamiento del Coronel Jacobo Árbenz por la derecha retrógrada
guatemalteca en complicidad con la CIA y otros actores
latinoamericanos, había comenzado a ahondar sus raíces.
Pasó de canciones de amor a fumar marihuana, a vestirse con colores
que transgredían el gris opaco de los valores familiares. Los repasos
o fiestas de quince años comenzaron a incluir conjuntos de rock que
anunciaban los desmanes sexuales y alcohólicos. Era un reto abierto
frente a la policía y el ejército de decir "soy de pelo largo y camino
fláccido" como rebeldía a el corte de pelo al estilo militar y la ropa
bien planchada. Las mujeres usaban minifaldas y eran abusadas por la
policía poniéndoles sellos en las piernas, después, claro, de ser
ultrajadas física y psicológicamente. A los hombres se les rapaba la
cabeza, especialmente en la época de Arana Osorio, entre 1970 y 1974.
Las letras de las canciones comenzaron a hablar de esa vida cotidiana,
del desempleo, de la represión, de la búsqueda de paz y relación con
el cosmos. Medios alternativos emergieron hasta llegar a copar,
incluso, espacios en medios de circulación masiva.
Es decir, la relación internacional del rock como arte, como expresión
humana, cobró la magnitud no pensada porque llegó a jóvenes que
buscaban un mundo propio y no el construido por los demás.
Así, entre guerras y auge del capitalismo desarrollista, el rock fue
construyendo no uno sino muchos sentidos de pertenencia. Su definición
frente a otras expresiones artísticas fue más que puntual. Asumió la
postura de dar la cara, incluso, hasta el punto de no ser visto como
arte sino como una expresión de gente vaga, drogadicta, que no tiene
nada que hacer, algo que hasta la fecha se sigue pensando en
sociedades como las latinoamericanas.
Y ese es el quinto punto que nos encausa a sus contradicciones, es
decir, el sexto punto propuesto.
Precisamente, parte de sus contradicciones van de la mano con el
contexto mundial y el desarrollo histórico tecnológico. Cómo la
industria ha intentado de manejar económicamente estas expresiones
bajo el lema de algo diferente o nuevo, pero que no es analizado desde
la lógica de la producción, creación, intención, circulación y
consumo.
Y en ese punto es donde yo buscaría plantear, más que definir una
posición, interrogantes que abran la discusión sobre qué representa el
arte como expresión humana. Si bien no tiene la obligación de ser
emisario de un ideal político, tampoco puede estar desvinculado de su
momento histórico. Ello conlleva repensar el arte para qué,
especialmente cuando la era neoliberal asume como todo acabado y lo
nuevo se reduce a la posibilidad de consumir sin juicio crítico, más
allá de lo necesario, de lo que los satisfactores pueden ser creados y
no apropiados mecánicamente mediante un oferente de servicios que
inunda la cabeza con marcas y "necesidades" que no lo son.
En ese sentido, el rock en general se enfrenta a disyuntivas de
sobrevivencia pero también a resistir la embestida mediante sus
temáticas líricas, formas de producción, circulación y consumo de su
creación en el contexto determinado. Por ejemplo, la gente que hace
rock en Irán debe luchar no solamente contra la incapacidad de acceder
a tecnología, estudio de grabación y circulación de su música, sino
contra el estamento religioso que no permite creaciones "diabólicas"
de occidente. En Guatemala, el rock subterráneo, el metal, todavía no
tiene ni siquiera un lugar dónde realizar conciertos propios de su
estilo, pues todos son cerrados porque los propietarios no quieren que
gente de negro que bebe y fuma dé un mal aspecto en la calle o porque
se consideran satánicos.
O sea, el conservadurismo que podemos encontrar en oriente y occidente
desde una lógica cultural, permite también, de manera contradictoria,
que estas expresiones tengan elementos simbólicos y materiales
concretos de resistencia. De expresar su arte en contradicción en la
añoranza de llegar a vivir de ello pero también de tener un sentido de
pertenencia colectivo diferenciado.
Finalmente, dejando inquietudes para la reflexión, me pregunto: ¿hacia
dónde va la creación artística frente al bombardeo audiovisual (que le
ha quitado peso a la lectura y el análisis) y sus mensajes sobre la
relativización posmoderna del arte?
¿En qué medida el rock está siendo absorbido y naturalizado como una
expresión más cosificada por el sistema?
¿Puede el rock y las otras expresiones segmentadas por el mercado pero
también autoreferenciables y defendibles por los sujetos y sus
contextos, plantear más allá de la denuncia, transformaciones
importantes en lo social?
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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