sábado, 11 de septiembre de 2010

con ojos de television

Edgar Borges (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Realizar una aproximación a lo que nos presenta el arte en lo que va
del siglo XXI es una tarea terriblemente crítica. Por lo menos en lo
que se refiere a lo público, a lo notorio (que es lo que cuenta en
este tiempo), percibo una mediocridad descomunal. Ya no se trata de la
vieja discusión entre alta cultura y cultura popular (que de hecho ha
sido usada desde distintos ángulos del chantaje), en el actual esquema
la relativización de los gustos ha tapizado (por ahora) los rigores
artísticos. Se confunde belleza con fealdad, fugacidad con
trascendencia y farándula con arte. Relativismo serio (originado de la
duda científica y filosófica) con relativización chantajista (surgida
de la ignorancia). Considero que la causa del caos relativista es la
respuesta de una sociedad (inculta) parida desde la entrañas de la
televisión.
A menos que nos dediquemos a investigar (cosa necesaria) en los
suburbios artísticos (la marginalidad creativa que el mercado
esconde), poca cosa no surgida de la industria televisiva vamos a
encontrar. El asunto es que la sociedad actual mira el mundo con los
ojos de la televisión. Sonreír, llorar, caminar, insultar, amar,
odiar, sufrir, destruir, según la televisión. Y bajo esa cultura (que
ya tiene hijos y nietos muy creciditos) se ha establecido la ley de la
porquería; lo que antes llamamos arte ahora es entretenimiento. E
insisto, no tengo la pretensión de resucitar viejas discusiones, pues
sólo deseo expresar que el arte (hasta ahora) ha sido devorado por el
apetitivo insaciable de la vulgaridad. Resulta lamentable ver cómo en
distintos foros de Internet han sido atacados intelectuales como
Umberto Eco y Alberto Manguel por denunciar la creciente
estupidización de la humanidad. Sin embargo, tales atrevimientos no
deben extrañarnos. Mientras la izquierda internacional ha (medio)
vivido dormida entre los pedacitos del muro de Berlín, la derecha
(desde su invisible aparato cultural) ha cumplido muy bien su papel de
formar un ejército masivo de idiotas.

Habría que apostar a un arte que, surgido desde el abismo, envuelva en
la estética del fuego la banalidad del presente.
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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