jueves, 31 de marzo de 2011

ya casi, legalmente somos exclavos. Documentos Reforma Laboral

documentos sobre la reforma laboral patronal que promueve el pri y el en el congreso de la unión.
si lo pueden imprimir y difundir seria una gran aportación en la lucha para detener este gran retroceso.

arre-


--
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

lunes, 28 de marzo de 2011

LOS MEDIOS Y LA JUSTA DIMENSIÓN

De: José Martín Vélez de la Rocha <martinvelez63@hotmail.com>


Hace unos días, un medio nacional publicó la fotografía de unos turistas canadienses en  Acapulco. Hombres y mujeres de edad madura, casi todos se abrazaban, llorando, mientras algunos no podían despegar la mirada de un lugar no abarcado por el lente de la cámara: en la calle habían sido arrojadas algunas cabezas humanas. Los cuerpos no; los cuerpos, tal vez, habían sido tirados en otro lugar, para horrorizar a otras personas. ¿Cuál es la justa dimensión del horror de esos turistas? ¿Cuál es la justa dimensión del evento por ellos presenciado?

En Quintana Roo es dejada una pila de doce cadáveres, algunos de ellos desnudos. Ninguno de los cadáveres lleva consigo la cabeza. ¿Cuál es la justa dimensión de este hecho?

En Cd Juárez son masacrados casi una veintena de jóvenes. Festejaban algún triunfo deportivo propio. La mayoría de ellos son estudiantes regulares, algunos hasta sobresalientes; pero quien cobra como presidente se refiere a ellos como pandilleros. El hecho se registra gráficamente por una fotografía de la sangre, que corre de la sala hasta la calle. ¿Cuál es la justa dimensión del hecho?

En Tamaulipas, en un paraje rural, se encuentra una fila de 74 cadáveres alineados cuidadosamente. Son, o eran, mujeres, hombres, algunos menores de edad. Después se sabría que eran migrantes a los que, antes que el sueño americano, los alcanzó la pesadilla mexicana. ¿Alguien podría establecer la "justa dimensión" de esta masacre? Ya veremos que sí.

Los medios nacionales, con las dos televisoras a la cabeza, han suscrito un acuerdo para informar de los hechos violentos, pero sólo en su "justa dimensión". Serán López Dóriga, Carlos Marín, Sarmiento, quienes dos dicten la justa dimensión de la pesadilla mexicana. Dicen que ya no quieren ser "propagandistas involuntarios" de las bandas criminales. Pronto veremos que la "justa dimensión" se ajusta a los criterios de la propaganda gubernamental.

Aunque el presente artículo se alargue un poco, es necesario señalar dos casos en los que la información en "justa dimensión" ha contribuido a producir sonoros éxitos en la lucha contra el crimen organizado.

El primer caso lo tenemos en Colombia. La información con dimensión ajustada, que proviene de ese país, nos dice que las bandas criminales colombianas ya fueron derrotadas. Personeros y personajes colombianos, responsables de tan importante éxito, recorren el continente presumiendo su fórmula infalible para combatir al crimen. El ejemplo colombiano cunde, al punto que importantes reformas legislativas en materia de seguridad, aquí en México, son burda calca del brillante ejemplo colombiano; como la propuesta de la "policía única", por ejemplo.

Pero algunos aspectos de la realidad colombiana no pueden ser explicados con información "en su justa dimensión". Por ejemplo, ¿Por qué el 80% de la cocaína que se consume en el mundo se sigue produciendo en Colombia? Ese grado de participación en el mercado mundial de drogas no esta nada mal; sobre todo para bandas criminales que ya están derrotadas, en su "justa dimensión".

Pero un ejemplo más cercano lo tenemos en Tijuana. También allá, la justa dimensión nos informa que la "plaza" fue pacificada. Los medios locales y nacionales  nos presentan al héroe responsable de tan sorprendente proeza pacificadora: Julián Leyzaola, en su papel de Director de Seguridad Pública. Así las cosas, mientras que la información cuya dimensión se ajusta, nos habla de la pacificación de Tijuana, la realidad, que suele ser terca y rejega, se niega a entrar en tan estrechas dimensiones: En 2009 los asesinatos en TJ sumaron 664; pero al año siguiente, 2010, la suma alcanzó la cifra de 820 asesinatos. Extraño caso el de una ciudad en la que la pacificación avanza en tanto crece el número de muertos. Si no fuera un lugar común, se diría que la paz de Tijuana es algo sepulcral.

Lo expuesto hasta aquí se resume en dos planteamientos: Primero, es sumamente difícil, si no es que imposible establecer una "justa dimensión" para el horror; y en México el horror es cosa de todos los días. Segundo, la "justa dimensión" informativa suele falsear la realidad; suele presentarnos una cara amable, al gusto del gobierno que, gustoso, paga generosamente la propaganda voluntaria de los medios que escapan de la "propaganda involuntaria".

Por lo anterior, desde este humilde teclado se propone establecer otro criterio para la "justa dimensión" informativa. ¿Si todos los medios estuviesen obligados a informar el total de dinero público que reciben? ¿Sería ese acaso un buen criterio para que los consumidores de información tuviéramos un parámetro de comparación, sobre los contenidos editoriales de los diversos medios?

Por ejemplo. Al inicio de un noticiario televisivo se expondría el siguiente mensaje: "Se informa a los televidentes que el noticiario que esta por comenzar recibe, en pagos por propaganda gubernamental un total de $ 800,000.00 pesos; en tanto que la televisora en su conjunto ha recibido, en lo que va del presente año un total de 1,326.54 millones de pesos".

Otro ejemplo;  en la página principal de un diario se leería, en un recuadro, la siguiente leyenda: "Se informa a los lectores que este periódico, para la presente edición, ha recibido $ 125,000.00 pesos, por concepto de publicidad de diversas entidades de gobierno. En el transcurso del presente año, este medio ha recibido pagos gubernamentales por un total de 42 millones de pesos. Los detalles de esta información pueden consultarse en la página web de este medio."

Si hubiera una norma que obligara a los medios a informar cotidianamente, acerca del dinero público que reciben, tendríamos un criterio sólido para establecer la "justa dimensión" de la información contenida en ellos. Notaríamos además cuánta de esa "información" es en realidad propaganda voluntaria, y bien pagada.

Tendríamos, además, la ventaja adicional de saber cuántos "periodistas" se dan vida de jeque, a costa de dineros públicos que merecen un mejor destino.

Martín Vélez

--
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

lunes, 21 de marzo de 2011

la irrelevancia de la razón

Jorge Majfud (Desde Jacksonville University, Estados Unidos. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

"¿Cómo Dios pudo permitir que sucediera esto?"

En 1974 Jorge Luis Borges le comentó a Ernesto Sábato que a su juicio bastaba con un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso. Esta observación sería rigurosamente cierta si consideramos que el Todopoderoso es, al mismo tiempo, Todobondadoso. Si Dios permite que ocurra en el mundo un solo gramo de mal es porque quiere que ocurra o no puede evitarlo. Si de verdad existe una lucha del Bien contra el Mal, entonces Dios aún no domina su propia creación o no quiere hacerlo. O es, como dice Isaías (45-6): "Fuera de mí no hay ningún otro. Yo modelo la luz y creo la tiniebla, Yo creo la dicha y la desgracia. Yo soy Yahve, el que hago todo". También Pedro Abelardo, después de justificar la traición de Judas con las propias Escrituras, escribió, no sin fisuras: "¿quién ignora que el mismo diablo no hace más de lo que Dios le permite? [...] El poder lo recibe de Dios; la voluntad, en cambio, le viene de sí mismo".

La idea de un dios todopoderoso y desprovisto de un solo gramo de maldad es imposible para la lógica. Pero no demuestra su inexistencia, ya que un ser perfecto debe ser in-inteligible para los mortales. Por otra parte, Dios no es una proposición científicamente refutable, al decir de Karl Popper. De cualquier forma, una discusión teológica es como una partida de ajedrez: sus conexiones con el mundo exterior son irrelevantes. La religión es lo contrario: es una forma de acción, muchas veces política, pocas veces metafísica, aunque con frecuencia se sirve de las interminables e inconducentes discusiones teológicas.

Es extraño que algunos consideren que el ateísmo es una posición científica y no una postura religiosa como cualquier otra. Pero no es menos extraño que los religiosos, que reniegan de cualquier teoría que prescinde de alguna intervención supranatural, no descansan en su absurda obsesión por demostrar la verdad contenida en las Sagradas Escrituras. No aceptan que cualquier página considerada sagrada en cualquier religión deja de ser un objeto de fe en el preciso momento en que se convierte en un hecho científicamente demostrado. Si algo es, o parece absurdo (como poner a todas las especies del planeta en un barco y luego negar siquiera la posibilidad de que los millones de especies que hoy lo habitan fueron consecuencia de alguna evolución) y usted literalmente cree en ello, ¿qué mejor prueba de su santidad?

Más consecuentes son quienes consideran o reconocen que uno no puede comprender (completamente) los designios de Dios.

No obstante, cada vez que en el mundo ocurre una catástrofe, como el terremoto en Japón o el huracán Katrina en Nueva Orléans, se reavivan las discusiones teológicas. En algunos países como Estados Unidos, una poderosa minoría ha secuestrado el discurso social con sus amenazas patoteológicas. En el mejor de los casos, los más civilizados, apenas conocen a alguien preguntan "¿a qué iglesia va usted los domingos?"; no si uno va a alguna iglesia.

Cuando no estoy cansado respondo, "no voy a ninguna iglesia, señora, Dios me libre". Lo cual no es del todo cierto, porque cuando paso por algún templo que me inspira, entro con permiso.

"¿Entonces, no cree usted en Dios?".

"Creo que sí, aunque nunca le pido prosperidad ni me persigno para que mi equipo de fútbol gane. Lo único que le pido siempre a Dios es que exista".

"¿Cómo es posible creer en Dios y no tener iglesia?", más de una vez me han preguntado en este país, con los ojos más abiertos de lo necesario.

Con frecuencia se cita el momento que en el programa de televisión The Early Show de Nueva York, la periodista Jane Clayson le preguntó a la hija del célebre telepastor Billy Graham sobre los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York:

"¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?", inquirió, lo que recuerda el conocido cuestionamiento sobre Auschwitz. La hija del pastor respondió:

"Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años hemos estado diciéndole que salga de nuestras escuelas, que salga de nuestro gobierno y que salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que es, creo que Dios ha resuelto retirarse. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé Su bendición y Su protección cuando le hemos exigido que nos deje solos?".

En todo el mundo se repitió, no sin emoción y lágrimas, este momento como "una respuesta profunda y sabia que dejó muda a Jane Clayson".

Sin duda que hay que tener una fe muy profunda para creer que el creador del Universo actúa como un niño resentido unas veces o como un amante celoso otras. Pero esto es una cuestión de opinión. Lo que no es materia de discusión es el hecho de que los terroristas que perpetraron los atentados del 11 de setiembre tenían la misma opinión de Virginia Graham Foreman. Sobre todo, odiaban el tipo de decadencia humanista y secular que por mucho tiempo caracterizó el experimento histórico de este país, que las teocracias odiaron y que las nuevas repúblicas iberoamericanas intentaron copiar en el siglo XIX. Sus "padres fundadores" no fueron religiosos conservadores como cree la mayoría de los norteamericanos (¿cómo un conservador puede hacer algo revolucionario como fundar un país diferente o una nueva religión?) sino una elite de políticos humanistas que había diseñado y logrado, por primera vez, un gobierno y un Estado separado, por ley y en sus prácticas, de todo tipo de injerencia religiosa. Y por primera vez, un Estado que se fundase, al menos en teoría, en la igualdad como paradigma. No porque odiaran a Dios sino porque creían en el derecho a la libertad de los individuos (antes de excluir a los esclavos) y en un tipo radical, para la época, de democracia moderna como alternativa a las teocracias y las monarquías absolutistas.

Salvo algunos teólogos, los predicadores no necesitan ser racionales. Les basta con un par de aforismos para niños porque saben que los respalda la fe ciega de quienes lo siguen. Más que el Amor los protege el Miedo. Así logran confundir a Dios con sus propias religiones y las opiniones de sus pastores y sacerdotes con la opinión más reciente de Dios.

También Torquemada fue llamado "luz de España y el salvador del país" por enviar a la hoguera a los herejes. También Francisco Franco acuñó monedas que rezaban "Caudillo de España por la gracia de Dios" por el mismo mérito. Lo que prueba que hay amores que matan.

Pero no juzguemos a Dios por sus seguidores.

Claro que el racionalismo de los últimos tres siglos se convirtió en otra forma de fanatismo; también religioso, si se quiere. Pero tampoco fue culpa de la Razón sino de una reacción ciega que terminó negando todo lo irracional y espiritual que también forman parte de la condición humana.

En los países occidentales de hoy, la mayoría con gobiernos e instituciones públicas basadas en las ideas humanistas de libertad y laicidad, ya no se pueden quemar individuos por razones de opinión. Al menos no sin una buena excusa. Esto no fue un logro de ninguna religión sino a pesar de casi todas las religiones del momento. Fue un logro de los humanistas que lentamente liquidaron las teocracias y el fanatismo religioso que poco o nada tenían que ver con Dios.


--
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

domingo, 20 de marzo de 2011

discurso ante la tumba de carlos marx

Por Federico Engels


Pronunciado en inglés por F. Engels en el cementerio de Highgate en Londres, el 17 de marzo de 1883.


El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.


Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.


Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia.


Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.


Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida.
 
La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos.


Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.


Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él.

Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

--
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

¿porqué hay que cultivar la humildad?

Anhelo realizar obras grandes nobles, pero mi principal tarea

y mi jubilo es realizar obras humildes como si fueran grandes y nobles"

(Helen Keller)

Por Bernardo Caamal Itzá[i]

Mientras los segundos y las horas transcurren, muchos de nosotros vamos transformándonos en nuestra forma de ser y actuar. Sin embargo, hay cambios que cada uno de nosotros tiene programado en la agenda de la vida, por ejemplo, el hecho de estudiar alguna carrera profesional, desde nuestra etapa de estudiante, soñamos llegar a ese objetivo. El ser doctor, enfermera, ingeniero o maestro. En cambio, hay otras personas que desean experimentar cambios en sus vidas, desde cosas materiales,  como el hecho de adquirir un vehículo, una casa o "llegar a ser alguien más sobresaliente en su comunidad".

Sea cual fuere nuestro objetivo - me decía mi abuela-, no hay que perder de vista que al final nuestra humilde morada en este mundo es el cementerio, donde nuestros restos físicos se integrarán a la tierra nuevamente. Esas cosas que hemos adquirido y presumido ante los demás, al morir nada podremos llevar, y finalmente lo que quedará de nuestro paso en la tierra dependerá de aquello que hicimos y construimos.

"Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen también

en tus oídos las risas que provocaste con tus fracasos"

(San Josemaría Escrivá de Balaguer)

Es claro  entonces, porqué Jesús, Mahatma Gandhi, Buda, entre tantos otros que han escrito la historia de la humanidad, conforme pasan los años, sus nombres brillan aún más en la memoria humana ¿A qué se debió esta trascendencia después de más 2,000 años?

"Tira la primera piedra si estas libre de pecados"- nos recuerda Jesús, en momentos cuando la masa humana estaba dispuesta a matar a María Magdalena-, pero los pasajes bíblicos no terminan ahí. Ahora que estamos en tiempos cercanos a la Semana Santa es interesante recapitular algunas pasajes del Evangelio que relata la vida de aquel gran maestro, que muestra aquel domingo de ramos, cuando fue recibido por su gente, como el Rey de Reyes, y al cabo de poco tiempo, tal vez estas mismas personas fueron los que dijeron ¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquelo!, seguramente fueron los momentos más cruciales de cualquier ser humano, porque es cuando tienes la oportunidad de ver la realidad. Incluso,  Pedro, su fiel discípulo, terminó negando esa relación que tiene con Jesús, en tres ocasiones.

"Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande"

(Rabindranath Tagore)

Pero en la realidad ¿Qué hizo trascender a Jesús? Unos dicen, aunque es el Rey de Reyes, decidió nacer en el espacio menos indicado, y no fue precisamente en un lujoso hospital atendido por los mejores doctores de aquellos años, y luego murió en la Cruz. Entonces ¿Cuál fue el legado de Jesús, Buda o Mahoma, ha hecho que su memoria se mantenga vigente ante sus pueblos? Y siguen siendo el guía y la esperanza de miles de personas en el mundo.

Pero  las enseñanzas de aquellos hombres ilustres que han dejado huella en la humanidad pareciera que no haya sido asimilado, porque la historia sigue recopilando hechos y actos que dan fe que aún seguimos atrapados en el mundo materialista y que cada vez nos aleja de ser "humanos".

¿Dónde está humildad que tanto nos dijo Jesús? parece, hoy día, que hablar de humildad en el dirigente de empresas es casi tan absurdo, como hablar de un círculo cuadrado, pues parece que dirigir una institución y ser humilde es una contradicción interna.

Los gobernantes del mundo, cada vez más demuestran que están enfermos de poder, y cuando no lo tienen, sienten que el mundo los ha traicionado, y quieren construir enormes edificios o escribir libros para dar a conocer su labor; lo cierto es que, al ser cuestionado estas obras, terminan por sucumbir al paso de los años.

"Dime cuánto tienes y te diré cuantos vales", mensajes que se han acentuado aún más en nuestra vida, porque  cada vez se le rinde culto a la falta de valores, al egoísmo, la hipocresía, y el resultado ha sido desastroso en nuestras relaciones humanas. Todo esto se ha traducido en el incremento en el número de divorcios, la falta de cohesión en las familias y como resultado, los jóvenes no visualizan el futuro…

"Cuanto más callados estamos, mejor escuchamos. Si gritamos

al mismo tiempo que otros, perdemos la facultad de oír"

(Bárbara Larmoyer)

Lo cierto,  es que por la humildad, conocemos el límite de nuestras fuerzas, y saberlas nos ayuda a conocer aquellos obstáculos que nos impiden ser verdaderos dirigentes. La humildad nos dice que no hay competidor pequeño, es decir, los demás no son inferiores a nosotros. De esta actitud se desprende otra que la fortalece: la disposición constante de pedir consejo.

Entonces, es de sabios pedir consejos. Así que a partir de hoy, la vanidad y todos esos valores que impiden a que seamos más humanos, debe ser desplazada por la humildad,  para ser grandes en la vida ¿O qué dices al respecto?

[i] Agrónomo y comunicador  maya, actualmente colabora en la Fundación Produce Yucatán, A.C.



--
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

sábado, 12 de marzo de 2011

EL TRAJE DEL PRISIONERO

Naguib Mahfuz El Buche, el cerillero, llegaba antes que nadie a la estación de al-Zagazig cuando iba a pasar el tren. Recorría los andenes incomparablemente ligero, ojeando a los clientes con sus ojos pequeños y expertos. Si alguien hubiese preguntado al Buche por su trabajo, el Buche habría echado pestes de él. Porque el Buche, como la mayoría de la gente, estaba harto de su vida, descontento con su suerte. Si hubiese sido dueño de elegir, hubiera preferido ser chofer de algún rico y vestir ropa de effendi y comer lo mismo que el bey y acompañarle a sitios selectos en todo tiempo, una manera de ganarse la vida que parecía diversión, placer. Tenía además otros motivos particulares y razones sutiles para desear un trabajo como aquel; lo deseaba desde un día en que vio cómo el Fino, el chofer de uno de los Importantes, paraba a la Nabawiyya, la criada del comisario, y la requebraba, descarado y seguro. Incluso, una vez, oyó que le decía frotándose las manos, satisfecho: "Pronto vendré con el anillo..." Y vio que la joven sonreía con arrumaco mientras levantaba el borde de la milaya como si lo estuviese arreglando (lo que quería es que se viera su pelo negrísimo y abrillantinado). Vio aquello y el corazón se le inflamó y los celos lo mordieron dolorosamente; los ojos de ella eran sus dolores y sus enfermedades. La siguió a poca distancia y en una calleja le salió al paso aquí y allí e hizo volver a sus oídos lo que le había dicho el Fino: "Pronto vendré con el anillo". Pero ella torció la cabeza, frunció la frente y dijo desdeñosa: "Mejor cómprate unos zuecos". Y él se miró los pies como si fueran una sima de significados misteriosos, su galabeyya sucia, su taqiyya mugrienta y se dijo: "Éste es el motivo de mi miseria y el ocaso de mi estrella", y envidió al Fino, su trabajo y su suerte... Sólo que estas esperanzas, en lugar de apartarle de su oficio le hacían enfrascarse en él con mayor afán y satisfacer sus esperanzas con sueños. Aquella tarde subió a la estación con su caja a atender al tren del crepúsculo que todavía no era más que una nube de humo en el horizonte, pero que avanzaba, se acercaba. Ya se distinguían las distintas unidades y se percibía el estrépito; ya está parado junto a los andenes... Al lanzarse a los vagones vio el Buche con sorpresa que en las puertas había centinelas y que por las ventanillas asomaban caras extrañas con ojos ausentes, rotos. Preguntó y le enteraron de que eran prisioneros italianos que habían caído a montones en manos del enemigo y que les conducían a campos de concentración. El Buche se quedó perplejo pasando los ojos por los rostros polvorientos, y luego le tomó la desilusión; cuando estuvo cierto de que aquellas caras pálidas, hundidas en la miseria y la necesidad difícilmente podrían saciar su ansia de cigarrillos... Se dio cuenta de que devoraban su caja y les repelió con una mirada irritada y desdeñosa. Pensaba darles la espalda y volver por donde había venido cuando oyó que una voz le gritaba en árabe con acento europeo: "cigarrillos". Le echó una mirada sorprendida y desconfiada, luego frotó el dedo índice con el pulgar: "¿hay dinero?". El soldado comprendió y contestó afirmativamente con la cabeza. El Buche se acercó cauteloso y se detuvo fuera del alcance de las manos del soldado, El soldado se quitó calmosamente la guerrera y le dijo mostrándosela: "Este es mi dinero". El Buche quedó deslumbrado y escudriñó la guerrera gris con botones dorados entre sorprendido y ávido. Le había ganado el corazón, pero como no era un cándido ni un palurdo disimuló lo que se había levantado en él para sacar ventaja de la avidez del italiano. Con estudiada parsimonia exhibió una cajetilla y extendió el brazo para recoger la chaqueta. El soldado frunció la frente y le gritó: "¿Una cajetilla por la guerrera?... ¡Diez!" El Buche dio un respingo y se echó para atrás; su deseo recedió. Iba a irse por otro lado, pero el soldado le gritó: "Una cosa razonable... nueve... ocho..." El Buche sacudió la cabeza negando tercamente. "Entonces, siete." Pero él sacudió la cabeza como antes y fingió que se iba. El soldado se dio por satisfecho con seis y luego bajó a cinco. El Buche hizo un gesto con la mano: nada que hacer. Se volvió hacia un banco y se sentó. El soldado le gritó enloquecido: "Ven... me conformo con cuatro..." Ni se dio por aludido, y para demostrar su falta de interés encendió un cigarrillo y se puso a fumar paladeándolo pausadamente. La desazón del soldado aumentó, se puso rabioso, parecía que el único fin de su existencia era conseguir cigarrillos. Bajó su demanda a tres, luego a dos. El Buche siguió sentado, dominando sus violentas ganas y su dolorosa impaciencia. Pero cuando el soldado hubo bajado a dos no pudo evitar un movimiento delator. El soldado, nada más verlo, extendió la mano con la guerrera: "Toma", y el Buche no tuvo más remedio que levantarse, acercarse al tren, recoger la guerrera y dar al soldado las dos cajetillas. Escudriñó la guerrera con ojos alegres y satisfechos y rompió sus labios una sonrisa triunfante. Dejó la caja en el banco y se puso la guerrera y la abotonó. Le quedaba ancha, pero no le importó. Estaba maravillado, feliz. Recogió la caja y empezó a cortar el andén orgulloso, transportado. Evocó la imagen de Nabawiyya envuelta en su milaya y murmuró: "Si me viese ahora". Sí, a partir de ahora no me evitará ni me apartará la cara con desdén, y el Fino no tendrá motivo de qué presumir delante de mí. Aquí recordó que el Fino llevaba uniforme completo, no una simple guerrera. ¿Cómo conseguir los pantalones? Caviló un tiempo, luego echó una mirada de inteligencia a las cabezas de los prisioneros que asomaban por las ventanillas del tren. El deseo le jugaba en el corazón y le inquietaba el alma cuando casi la tenía satisfecha. Se lanzó al tren pregonando decidido: "Cigarrillos, cigarrillos. Un pantalón la cajetilla si no hay dinero. Un pantalón la cajetilla". Repitió el pregón por segunda y tercera vez. Temiendo que no comprendiesen lo que pretendía, señaló la guerrera que llevaba puesta y mostró una cajetilla. Su gesto produjo el efecto apetecido: un soldado no vaciló en quitarse la guerrera. El Buche corrió hacia él y le hizo gestos de que fuese despacio y le indicó los pantalones. El soldado se encogió de hombros desdeñoso, se quitó los pantalones y el cambio se completó. La mano del Buche se engarfió en los pantalones; casi volaba de gozo. Volvió al banco de antes y se puso los pantalones en un santiamén: estaba hecho todo un soldado italiano... ¿o le faltaba algo?... Era una auténtica pena que estos soldados no llevaran tarbús... ¡Pero llevan botas! Las botas le son indispensables para estar a la altura del Fino, que le amarga la vida. Cargó con la caja y se abalanzó al tren gritando: "Cigarrillos... un par de botas la cajetilla". Como la otra vez, se ayudaba de gestos... Pero antes de que diera con un cliente el tren hizo oír su pito; iba a arrancar. Se produjo una ola de agitación entre los centinelas. El manto de la sombra había cubierto los rincones de la estación; el pájaro de la noche planeaba en el espacio. El Buche se detuvo desconsolado, en los ojos una mirada de aflicción y rabia. Cuando el tren se puso en marcha le vio el centinela del vagón delantero y la exasperación apareció en su cara. Le gritó, primero en inglés, luego en italiano: "Sube ligero. Tú, preso, al tren". El Buche no entendió lo que decía y quiso consolarse remedándole, seguro de que no podía hacerle nada. El centinela gritó otra vez mientras el tren se alejaba lentamente: "Sube, te lo advierto, sube". El Buche apretó los labios desdeñoso y le volvió la espalda dispuesto a marcharse. El centinela crispó el puño que esgrimió amenazante, apuntó su fusil contra el inocente Buche y disparó. A la detonación, que atronó los oídos, sucedió un grito de dolor y de espanto. El cuerpo del Buche perdió el movimiento, la caja se le cayó de las manos y se desparramaron las cajetillas de cigarros y cerillas. Luego, la cara del Buche se mudó en la de un cuerpo exánime. Naguib Mahfuz, egipcio (1911-2006) fue el primer escritor de lengua árabe en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1988. Algunas de sus numerosas obras son “Entre dos palacios” (2006), “El café de Qushtumar” (2001), “Ecos de Egipto. Pasajes de una vida” (1997).

EL TRAJE DEL PRISIONERO

Naguib Mahfuz El Buche, el cerillero, llegaba antes que nadie a la estación de al-Zagazig cuando iba a pasar el tren. Recorría los andenes incomparablemente ligero, ojeando a los clientes con sus ojos pequeños y expertos. Si alguien hubiese preguntado al Buche por su trabajo, el Buche habría echado pestes de él. Porque el Buche, como la mayoría de la gente, estaba harto de su vida, descontento con su suerte. Si hubiese sido dueño de elegir, hubiera preferido ser chofer de algún rico y vestir ropa de effendi y comer lo mismo que el bey y acompañarle a sitios selectos en todo tiempo, una manera de ganarse la vida que parecía diversión, placer. Tenía además otros motivos particulares y razones sutiles para desear un trabajo como aquel; lo deseaba desde un día en que vio cómo el Fino, el chofer de uno de los Importantes, paraba a la Nabawiyya, la criada del comisario, y la requebraba, descarado y seguro. Incluso, una vez, oyó que le decía frotándose las manos, satisfecho: "Pronto vendré con el anillo..." Y vio que la joven sonreía con arrumaco mientras levantaba el borde de la milaya como si lo estuviese arreglando (lo que quería es que se viera su pelo negrísimo y abrillantinado). Vio aquello y el corazón se le inflamó y los celos lo mordieron dolorosamente; los ojos de ella eran sus dolores y sus enfermedades. La siguió a poca distancia y en una calleja le salió al paso aquí y allí e hizo volver a sus oídos lo que le había dicho el Fino: "Pronto vendré con el anillo". Pero ella torció la cabeza, frunció la frente y dijo desdeñosa: "Mejor cómprate unos zuecos". Y él se miró los pies como si fueran una sima de significados misteriosos, su galabeyya sucia, su taqiyya mugrienta y se dijo: "Éste es el motivo de mi miseria y el ocaso de mi estrella", y envidió al Fino, su trabajo y su suerte... Sólo que estas esperanzas, en lugar de apartarle de su oficio le hacían enfrascarse en él con mayor afán y satisfacer sus esperanzas con sueños. Aquella tarde subió a la estación con su caja a atender al tren del crepúsculo que todavía no era más que una nube de humo en el horizonte, pero que avanzaba, se acercaba. Ya se distinguían las distintas unidades y se percibía el estrépito; ya está parado junto a los andenes... Al lanzarse a los vagones vio el Buche con sorpresa que en las puertas había centinelas y que por las ventanillas asomaban caras extrañas con ojos ausentes, rotos. Preguntó y le enteraron de que eran prisioneros italianos que habían caído a montones en manos del enemigo y que les conducían a campos de concentración. El Buche se quedó perplejo pasando los ojos por los rostros polvorientos, y luego le tomó la desilusión; cuando estuvo cierto de que aquellas caras pálidas, hundidas en la miseria y la necesidad difícilmente podrían saciar su ansia de cigarrillos... Se dio cuenta de que devoraban su caja y les repelió con una mirada irritada y desdeñosa. Pensaba darles la espalda y volver por donde había venido cuando oyó que una voz le gritaba en árabe con acento europeo: "cigarrillos". Le echó una mirada sorprendida y desconfiada, luego frotó el dedo índice con el pulgar: "¿hay dinero?". El soldado comprendió y contestó afirmativamente con la cabeza. El Buche se acercó cauteloso y se detuvo fuera del alcance de las manos del soldado, El soldado se quitó calmosamente la guerrera y le dijo mostrándosela: "Este es mi dinero". El Buche quedó deslumbrado y escudriñó la guerrera gris con botones dorados entre sorprendido y ávido. Le había ganado el corazón, pero como no era un cándido ni un palurdo disimuló lo que se había levantado en él para sacar ventaja de la avidez del italiano. Con estudiada parsimonia exhibió una cajetilla y extendió el brazo para recoger la chaqueta. El soldado frunció la frente y le gritó: "¿Una cajetilla por la guerrera?... ¡Diez!" El Buche dio un respingo y se echó para atrás; su deseo recedió. Iba a irse por otro lado, pero el soldado le gritó: "Una cosa razonable... nueve... ocho..." El Buche sacudió la cabeza negando tercamente. "Entonces, siete." Pero él sacudió la cabeza como antes y fingió que se iba. El soldado se dio por satisfecho con seis y luego bajó a cinco. El Buche hizo un gesto con la mano: nada que hacer. Se volvió hacia un banco y se sentó. El soldado le gritó enloquecido: "Ven... me conformo con cuatro..." Ni se dio por aludido, y para demostrar su falta de interés encendió un cigarrillo y se puso a fumar paladeándolo pausadamente. La desazón del soldado aumentó, se puso rabioso, parecía que el único fin de su existencia era conseguir cigarrillos. Bajó su demanda a tres, luego a dos. El Buche siguió sentado, dominando sus violentas ganas y su dolorosa impaciencia. Pero cuando el soldado hubo bajado a dos no pudo evitar un movimiento delator. El soldado, nada más verlo, extendió la mano con la guerrera: "Toma", y el Buche no tuvo más remedio que levantarse, acercarse al tren, recoger la guerrera y dar al soldado las dos cajetillas. Escudriñó la guerrera con ojos alegres y satisfechos y rompió sus labios una sonrisa triunfante. Dejó la caja en el banco y se puso la guerrera y la abotonó. Le quedaba ancha, pero no le importó. Estaba maravillado, feliz. Recogió la caja y empezó a cortar el andén orgulloso, transportado. Evocó la imagen de Nabawiyya envuelta en su milaya y murmuró: "Si me viese ahora". Sí, a partir de ahora no me evitará ni me apartará la cara con desdén, y el Fino no tendrá motivo de qué presumir delante de mí. Aquí recordó que el Fino llevaba uniforme completo, no una simple guerrera. ¿Cómo conseguir los pantalones? Caviló un tiempo, luego echó una mirada de inteligencia a las cabezas de los prisioneros que asomaban por las ventanillas del tren. El deseo le jugaba en el corazón y le inquietaba el alma cuando casi la tenía satisfecha. Se lanzó al tren pregonando decidido: "Cigarrillos, cigarrillos. Un pantalón la cajetilla si no hay dinero. Un pantalón la cajetilla". Repitió el pregón por segunda y tercera vez. Temiendo que no comprendiesen lo que pretendía, señaló la guerrera que llevaba puesta y mostró una cajetilla. Su gesto produjo el efecto apetecido: un soldado no vaciló en quitarse la guerrera. El Buche corrió hacia él y le hizo gestos de que fuese despacio y le indicó los pantalones. El soldado se encogió de hombros desdeñoso, se quitó los pantalones y el cambio se completó. La mano del Buche se engarfió en los pantalones; casi volaba de gozo. Volvió al banco de antes y se puso los pantalones en un santiamén: estaba hecho todo un soldado italiano... ¿o le faltaba algo?... Era una auténtica pena que estos soldados no llevaran tarbús... ¡Pero llevan botas! Las botas le son indispensables para estar a la altura del Fino, que le amarga la vida. Cargó con la caja y se abalanzó al tren gritando: "Cigarrillos... un par de botas la cajetilla". Como la otra vez, se ayudaba de gestos... Pero antes de que diera con un cliente el tren hizo oír su pito; iba a arrancar. Se produjo una ola de agitación entre los centinelas. El manto de la sombra había cubierto los rincones de la estación; el pájaro de la noche planeaba en el espacio. El Buche se detuvo desconsolado, en los ojos una mirada de aflicción y rabia. Cuando el tren se puso en marcha le vio el centinela del vagón delantero y la exasperación apareció en su cara. Le gritó, primero en inglés, luego en italiano: "Sube ligero. Tú, preso, al tren". El Buche no entendió lo que decía y quiso consolarse remedándole, seguro de que no podía hacerle nada. El centinela gritó otra vez mientras el tren se alejaba lentamente: "Sube, te lo advierto, sube". El Buche apretó los labios desdeñoso y le volvió la espalda dispuesto a marcharse. El centinela crispó el puño que esgrimió amenazante, apuntó su fusil contra el inocente Buche y disparó. A la detonación, que atronó los oídos, sucedió un grito de dolor y de espanto. El cuerpo del Buche perdió el movimiento, la caja se le cayó de las manos y se desparramaron las cajetillas de cigarros y cerillas. Luego, la cara del Buche se mudó en la de un cuerpo exánime Naguib Mahfuz, egipcio (1911-2006) fue el primer escritor de lengua árabe en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1988. Algunas de sus numerosas obras son “Entre dos palacios” (2006), “El café de Qushtumar” (2001), “Ecos de Egipto. Pasajes de una vida” (1997).