Hace unos días, un medio nacional publicó la fotografía de unos turistas canadienses en Acapulco. Hombres y mujeres de edad madura, casi todos se abrazaban, llorando, mientras algunos no podían despegar la mirada de un lugar no abarcado por el lente de la cámara: en la calle habían sido arrojadas algunas cabezas humanas. Los cuerpos no; los cuerpos, tal vez, habían sido tirados en otro lugar, para horrorizar a otras personas. ¿Cuál es la justa dimensión del horror de esos turistas? ¿Cuál es la justa dimensión del evento por ellos presenciado?
En Quintana Roo es dejada una pila de doce cadáveres, algunos de ellos desnudos. Ninguno de los cadáveres lleva consigo la cabeza. ¿Cuál es la justa dimensión de este hecho?
En Cd Juárez son masacrados casi una veintena de jóvenes. Festejaban algún triunfo deportivo propio. La mayoría de ellos son estudiantes regulares, algunos hasta sobresalientes; pero quien cobra como presidente se refiere a ellos como pandilleros. El hecho se registra gráficamente por una fotografía de la sangre, que corre de la sala hasta la calle. ¿Cuál es la justa dimensión del hecho?
En Tamaulipas, en un paraje rural, se encuentra una fila de 74 cadáveres alineados cuidadosamente. Son, o eran, mujeres, hombres, algunos menores de edad. Después se sabría que eran migrantes a los que, antes que el sueño americano, los alcanzó la pesadilla mexicana. ¿Alguien podría establecer la "justa dimensión" de esta masacre? Ya veremos que sí.
Los medios nacionales, con las dos televisoras a la cabeza, han suscrito un acuerdo para informar de los hechos violentos, pero sólo en su "justa dimensión". Serán López Dóriga, Carlos Marín, Sarmiento, quienes dos dicten la justa dimensión de la pesadilla mexicana. Dicen que ya no quieren ser "propagandistas involuntarios" de las bandas criminales. Pronto veremos que la "justa dimensión" se ajusta a los criterios de la propaganda gubernamental.
Aunque el presente artículo se alargue un poco, es necesario señalar dos casos en los que la información en "justa dimensión" ha contribuido a producir sonoros éxitos en la lucha contra el crimen organizado.
El primer caso lo tenemos en Colombia. La información con dimensión ajustada, que proviene de ese país, nos dice que las bandas criminales colombianas ya fueron derrotadas. Personeros y personajes colombianos, responsables de tan importante éxito, recorren el continente presumiendo su fórmula infalible para combatir al crimen. El ejemplo colombiano cunde, al punto que importantes reformas legislativas en materia de seguridad, aquí en México, son burda calca del brillante ejemplo colombiano; como la propuesta de la "policía única", por ejemplo.
Pero algunos aspectos de la realidad colombiana no pueden ser explicados con información "en su justa dimensión". Por ejemplo, ¿Por qué el 80% de la cocaína que se consume en el mundo se sigue produciendo en Colombia? Ese grado de participación en el mercado mundial de drogas no esta nada mal; sobre todo para bandas criminales que ya están derrotadas, en su "justa dimensión".
Pero un ejemplo más cercano lo tenemos en Tijuana. También allá, la justa dimensión nos informa que la "plaza" fue pacificada. Los medios locales y nacionales nos presentan al héroe responsable de tan sorprendente proeza pacificadora: Julián Leyzaola, en su papel de Director de Seguridad Pública. Así las cosas, mientras que la información cuya dimensión se ajusta, nos habla de la pacificación de Tijuana, la realidad, que suele ser terca y rejega, se niega a entrar en tan estrechas dimensiones: En 2009 los asesinatos en TJ sumaron 664; pero al año siguiente, 2010, la suma alcanzó la cifra de 820 asesinatos. Extraño caso el de una ciudad en la que la pacificación avanza en tanto crece el número de muertos. Si no fuera un lugar común, se diría que la paz de Tijuana es algo sepulcral.
Lo expuesto hasta aquí se resume en dos planteamientos: Primero, es sumamente difícil, si no es que imposible establecer una "justa dimensión" para el horror; y en México el horror es cosa de todos los días. Segundo, la "justa dimensión" informativa suele falsear la realidad; suele presentarnos una cara amable, al gusto del gobierno que, gustoso, paga generosamente la propaganda voluntaria de los medios que escapan de la "propaganda involuntaria".
Por lo anterior, desde este humilde teclado se propone establecer otro criterio para la "justa dimensión" informativa. ¿Si todos los medios estuviesen obligados a informar el total de dinero público que reciben? ¿Sería ese acaso un buen criterio para que los consumidores de información tuviéramos un parámetro de comparación, sobre los contenidos editoriales de los diversos medios?
Por ejemplo. Al inicio de un noticiario televisivo se expondría el siguiente mensaje: "Se informa a los televidentes que el noticiario que esta por comenzar recibe, en pagos por propaganda gubernamental un total de $ 800,000.00 pesos; en tanto que la televisora en su conjunto ha recibido, en lo que va del presente año un total de 1,326.54 millones de pesos".
Otro ejemplo; en la página principal de un diario se leería, en un recuadro, la siguiente leyenda: "Se informa a los lectores que este periódico, para la presente edición, ha recibido $ 125,000.00 pesos, por concepto de publicidad de diversas entidades de gobierno. En el transcurso del presente año, este medio ha recibido pagos gubernamentales por un total de 42 millones de pesos. Los detalles de esta información pueden consultarse en la página web de este medio."
Si hubiera una norma que obligara a los medios a informar cotidianamente, acerca del dinero público que reciben, tendríamos un criterio sólido para establecer la "justa dimensión" de la información contenida en ellos. Notaríamos además cuánta de esa "información" es en realidad propaganda voluntaria, y bien pagada.
Tendríamos, además, la ventaja adicional de saber cuántos "periodistas" se dan vida de jeque, a costa de dineros públicos que merecen un mejor destino.
Martín Vélez
soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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