lunes, 6 de septiembre de 2010

CINE: mas sobre "LA SAL DE LA TIERRA"

Jesús María Dapena Botero (Desde Vigo, España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

               

A Ruth Ospina Salazar, mi esposa y compañera,

quien en momentos de desolación y

desaliento siempre ha estado ahí presente

para restablecer la esperanza.

 

Somos el pueblo y el pueblo siempre vivirá.

John Steinbeck

 

Herbert J. Bieberman venía de una dolorosa experiencia al crear esta cinta, considerada por Pauline Kael, la única película independiente e importante hecha por comunistas en los Estados Unidos de América, la cual tiene ahora su sitial en la Biblioteca del Congreso por su valor como documento histórico.

 

A pesar de todos sus méritos, este filme condenaría a Bieberman al desprecio y al silencio por muchos años, prácticamente destruyendo su carrera como cineasta, ya que era una valiente denuncia, en el contexto en el que el Comité de Actividades Anti-americanas se había volcado a investigar a la gente de Hollywood, de acuerdo con datos aportados por el FBI y las acusaciones hechas por el productor Jack L. Warner, para perseguir a todos aquellos que fueran sospechosos de tener ideas comunistas.

 

Biberman había sido enlistado dentro de los sospechosos y el hecho de que se hubiera resistido al interrogatorio oficial, en aras de garantizar sus libertades de opinión y sindicales, junto con otros diez acusados, hizo que fueran juzgados por desacato a la autoridad y condenados a prisión pero ahora, libre, se iba con el equipo de filmación a Silver City, en Nuevo México, para hacer un filme reivindicativo, político, poderoso e inteligente, a pesar de su apariencia ingenua, que hoy en día podríamos ver, a primera vista, como una cinta un tanto anticuada.

 

Al estilo de Eisenstein, Biberman y su gente hacían una película sobre una huelga, sin la gran parafernalia del director soviético, del que de seguro, habría una clara influencia, en este caso con las limitaciones que imponía una cinta independiente, de bajo presupuesto, que plasmaría el levantamiento de unos mineros y sus mujeres contra las arbitrariedades de unos yanquis foráneos, que posiblemente les habían comprado a estos chicanos nativos, la tierra a huevo.

 

Estos hombres y mujeres no toleran más la indiferencia social y el segregacionismo de los propietarios de la empresa, lo que suscita la rebelión, y así, gracias a la cámara de Biberman, asistimos al descontento de los trabajadores, a su resistencias, en un filme que privilegia, a diferencia de Eisenstein, el encuadre en vez montaje, dada la estructura lineal de un relato que se hace sin metáforas ni alegorías, con un lenguaje claro, realista, de corte steinbeckiano, casi diríamos de un gran naturalismo, que pese a que tiene una historia argumental, en mucho se acerca al documental, con la mirada un tanto maniquea, que sataniza a los empresarios y santifica a los protagonistas, que se destacan como figuras, sobre el fondo de ese otro gran protagonista que es el pueblo mismo, a pesar de que puede haber en dicho filme más del cine-puño de Eisenstein que del cine-ojo de Dziga Vertov.

 

Pero Biberman resulta ser un hombre profundamente vinculado y sensible a las vicisitudes del pueblo americano, para hacer un cine independiente no al estilo del de Orson Welles o John Cassavettes, quizás más individualistas, pues la necesidad de Biberman de hacer este tipo de cine obedecía más a la imposibilidad de que se le financiara la cinta, dados sus antecedentes penales, en el contexto pleno del machartismo, que se desarrollara entre 1950 y 1956.

 

Este director, nacido en Philadelphia, en 1900 era tan sensible a la problemática social como lo fueran John Steinbeck y el mismo John Ford, ese católico irlandés, cuyo verdadero nombre, en celta, era Sean Aloysius O'Feeny, quienemigrara a los Estados Unidos de América en 1913 y llevaría a la pantalla Las uvas de la ira, con base en la novela del escritor californiano, esas otras obras con evocaciones bíblicas en su título, que comparten con la de Biberman, el ser narraciones realizadas con una factura de gran calidad, precisas, sólidas, con una gran unidad y construidas con una impecable lucidez, sin frialdad y con excelentes caracterizaciones.

 

En un estilo narrativo que nos permite ver los hechos históricos desde los ojos de campesinos y mineros, provenientes del puro pueblo, explotados por sociedades anónimas o limitadas que compran la tierra a bajo precio y condenan a la viejos propietarios a trabajos forzados o a errar por el mundo, en contratos temporales, sin mayores garantías sociales, como ocurre en donde opera el capitalismo salvaje.

 

A diferencia de los personajes de Las uvas de la ira, los personajes de La sal de la tierra, no son seres desarraigados ni desplazados, que se atraviesan los Estados Unidos de Este a Oeste, sino que están profundamente arraigados a su terruño, más que los pinos o incluso la mina misma, como la propia Esperanza nos relata con su voz en off.

 

Así, ellos harán prevalecer lo universal dentro de lo local, como lo señalara otra vez, en otro contexto, mi dilecto amigo Jorge Alberto Naranjo, ya que su drama aunque ocurra en una perdida aldea de Nuevo México es global y colectivo, en todas las partes del planeta, pero desde allí desde aquel infernal desierto, ellos podrán atraer la mirada de la Unión Obrera y la del espectador, que si es lo suficientemente sensible, entrará de suyo en una comunión empática con los protagonistas, haciendo un poco caso omiso de la estética del realismo socialista, con los tonos neorrealistas de un Luchino Visconti, otra influencia que podemos detectar en la cinta de Biberman, sin que tengamos que hacer el mayor esfuerzo, al captar una dimensión humana que nos invita a solidarizarnos con la pobreza, en una película que no oculta su cariz sociopolítico, acto de enorme valentía y de gran compromiso en el contexto de la plena caza de brujas, en un filme que ahonda en la vida colectiva y que hace que nos identifiquemos con el espíritu de estos seres humanos rebeldes, tan humanos como nosotros mismos, en contraposición con un aparentemente ordenado desorden, prescrito desde lo establecido.

 

Pero este Herbert Biberman, este cantor de la libertad, de la fraternidad y de la solidaridad, con un verdadero espíritu democrático, era un convencido que la mayor polución del mundo no estaba en la atmósfera sino en las relaciones entre los seres humanos y sabía que era preciso morir combatiendo por la libertad, como proyecto existencial, ya que es en esa lucha donde se muestran los verdaderos hombres y mujeres.

 

Pero, a diferencia de lo que sucede con los personajes de Steinbeck, en La sal de la tierra, estos seres humanos, acosados por la naturaleza o por los representantes de una sociedad odiosa, no pierden sus atributos humanos, por el contrario luchan por su libertad, por el respeto a sí mismos, por sus cosas, movidos, como Esperanza, por el deseo de vencer, aunque tanto los seres steinbeckianos como los bibermanianos saben de la homofonía inglesa entre the Unger y the Anger, entre el hambre y la furia, elementos que les sirven de tema a ambos autores, quienes también acuerdan en su loa a la mujer, pues ambos saben que ella es la que lleva la ventaja, por su fuerza y su capacidad de comunicarla al hombre.

 

Con su cámara, Biberman viene a expresarnos ideas similares al Steinbeck que, en La perla escribía:

 

La miró, buscando en sus rostro señales de flaqueza, de miedo, de vacilación pero no halló de ello rastro alguno… y, al contrario, había acrecentado su fuerza en la mirada de ella puesto que la mujer supera también al hombre por su vigilancia, por el poder de su amor y, ante todo, por su sabiduría, ya que como el mismo Steinbeck lo señala en Praderas en el cielo: La naturaleza ha depositado en ellas, en las mujeres, esa ciencia perfecta para que la raza pueda crecer puesto que las mujeres que esperan un niño tiene en su poder una parte de la esencia de la tierra, en tanto y en cuanto, la maternidad es tan real como las montañas, es el vínculo con la tierra.

 

Además tanto Steinbeck como Biberman pueden enseñarnos que dos hombres no están solos, tan desamparados como uno solo, ya que la primera persona del plural, el nosotros es múltiple, y se concreta en familias, colectividades y sociedades humanas. De ahí, que el escritor californiano haga decir a uno de los personajes de sus Uvas de la ira que la familia unida es todo lo que nos queda y que la felicidad se encuentra entre la gente sencilla y natural, que obra sin artificios.

 

Esperanza, alma femenina y popular, bien sabe que ella tendrá que hacerse respetar, tanto como hay que ayudarle a su marido y su familia a hacerlo, además de conocer de sobra que sólo el pueblo que ha preservado las promesas de vida, puede tener esperanzas de permanencia, ya que ella comprende a cabalidad que hace parte del pueblo y el pueblo siempre vivirá, cosa que seguramente Biberman había aprendido del Steinbeck de La uvas de la ira, además de que bien entiende que sólo existe lo que la gente hace y ésta hace cosas que son hermosas y otras que no lo son, pero ella como sus amigas y sus compañeros, pueden estar seguros de que han sido personas que se empeñaron en hacer algo muy bello, pues, de lo que se precisa es de que el ser humano encuentre de nuevo sus valores fundamentales, así haya que perforar la caparazón de los falsos imperativos.

 

Biberman, a la manera de Steinbeck y de Dickens, termina por apasionarnos como auditorio, en medio de ese paisaje escueto, que sirve de marco a los personajes de La sal de la tierra, con una profunda vena poética.

 

Pero, a pesar de la bondad del equipo, dedicado a la filmación en un pueblo casi perdido del desierto, las represalias políticas no se hicieron esperar y, si en el filme había actores profesionales y espontáneos, la diestra actriz del cine mexicano, Rosaura Revueltas fue encarcelada y expatriada a su tierra natal; ninguna publicación aceptó hacer propaganda de la película y sólo trece salas de cine estadounidenses se atrevieron a pasar el filme, que sería premiado como la mejor película y con un galardón para la mejor actriz en tanto en la Checoslovaquia de entonces, como en Francia, mientras en los Estados Unidos, Biberman iría a la bancarrota, en una sociedad que desconoce que la sal de la tierra son aquellos que trabajan duro y quienes como el director y su equipo tienen valor civil, desconocimiento en el que no entraría el estadounidense Noam Chomsky, quien señalaría que La sal de la tierrra es un verdadero retrato del trabajo real que se hace en los sindicatos y que da cuenta de la verdadera historia de los movimientos populares.



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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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