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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
Libreta de notas, con información propia y ajena de asuntos fundamentalmente económicos de Fernando Ochoa V.
[Versión web extendida] Este texto es un borrador.1 No es un texto completo; a pesar de su extensión, hay aún más aspectos no tratados. Es meramente una contribución al debate. El autor espera que anime a diferentes compañeras y compañeros a contribuir al mismo, discutiendo argumentos o añadiendo puntos nuevos. Por David Karvala.
Muchos temas sociales provocan encendidos debates entre izquierda y derecha: por ejemplo el aborto, o los matrimonios del mismo sexo. También se conocen muchos debates estancados entre diferentes corrientes de la izquierda. Lo que es distintivo, con el tema de la prostitución, es que muchas activistas del movimiento feminista —seguidas por mucha gente de izquierdas— partiendo de las mismas premisas adoptan posiciones totalmente opuestas.
Por un lado, algunas abogan por la prohibición de la prostitución; por otro, las hay que defienden el ejercicio de la prostitución. Este texto se dirige a plantear una manera de ver la cuestión que recoja los aspectos positivos de ambas posiciones, a la vez de intentar evitar sus puntos débiles.
Abolición o prohibición
La Coalición Internacional Contra el Tráfico de Mujeres (CATW, en sus siglas en inglés) presenta los siguientes argumentos contra la legalización/despenalización de la prostitución:
Argumentan que: "Hay personas que creen que defendiendo la legalización o la despenalización de la prostitución están dignificando y profesionalizando a la mujer que está en la prostitución. Pero el dignificar la prostitución como un trabajo no supone el dignificar a la mujer, ya que simplemente dignifica la industria del sexo". Aclaran que se oponen a: "Todas las formas de prostitución avaladas o respaldadas por el Estado, incluyendo, pero no limitándose a, la legalización de los prostíbulos y del proxenetismo, la despenalización de la industria del sexo, la regularización de la prostitución a través de leyes que establezcan controles de salud obligatorios para las mujeres que están en la prostitución, o cualquier sistema que reconozca que la prostitución es un trabajo o la defienda considerándola una elección laboral". Al igual que otras muchas organizaciones feministas, identifican la prostitución como una forma de violencia de género o, más explícitamente, como "una forma de violencia masculina".2
Esta visión se extiende a la izquierda de inspiración socialista. La Secretaria de la Dona del PSUC-viu, por ejemplo, declara que "La prostitución tiene que ser considerada como una forma extrema de violencia de género". La Secretaría de la Mujer del Partido Comunista de España (PCE) también equiparó la prostitución con la violencia de género, y criticó que la propuesta de Iniciativa-Verds, "la llamada regulación", representaba "la institucionalización de dicha violencia".
En la misma línea, según informó la agencia EFE (25/11/09), el propio secretario general del PCE, José Luis Centella, pidió "un cambio en la legislación para que la prostitución sea considerada una forma de violencia de género. Considera que la compra del cuerpo de una mujer es una de las manifestaciones más violentas del patriarcado."
Estos argumentos, por supuesto, reflejan el deseo de mejorar la situación social de las mujeres, y específicamente la de las mujeres prostituidas. La cuestión es si son la mejor forma de analizar la prostitución y sobre todo, si lo son para conseguir las mejoras que buscamos.
El Colectivo Hetaira (al que volveré más adelante) argumenta que: "La utilización de abstracciones teóricas como 'tráfico de mujeres', 'violencia de género' o 'esclavitud sexual' tienen grandes resonancias emocionales pero son poco explicativas de las situaciones complicadas y complejas de las personas que pasan por ellas. Para actuar sobre la realidad es necesario diferenciar bien las situaciones que queremos mejorar y proponer medidas específicas para cada caso".3 En esto tienen toda la razón. Por ejemplo, se puede y se debe denunciar a las mafias que obligan a mujeres inmigradas a ejercer la prostitución, pero esto no representa un argumento contra la prostitución como tal, de la misma manera que la existencia de talleres que explotan a gente inmigrada no justifica la prohibición de toda la industria de la confección de ropa. La prostitución infantil es ilegal y debe serlo como abuso de menores que es, indiferentemente de la actitud que se adopte respecto a la prostitución en general.
Citando otra vez al Colectivo Hetaira: "Para nosotras el actual Código Penal es un instrumento más que suficiente para defender a las trabajadoras del sexo de los abusos y las agresiones. Así:* Quien obliga a otra persona a prostituirse ya está considerado delito en él;* Ante los abusos o agresiones físicas, psíquicas o sexuales ya existen, también en el C.P., artículos que permiten su denuncia y castigo.* Para los abusos económicos y las malas situaciones de trabajo son necesarias leyes laborales que defiendan los derechos de las trabajadoras".4
Gran parte de los argumentos a favor de la abolición de la prostitución se basan en agravantes de este tipo, no en la prostitución en sí misma. El hecho de que estos abusos estén muy extendidos no quita que son una cosa diferente a la prostitución como tal.
La exigencia de prohibir o abolir la prostitución plantea la cuestión: ¿Quién lo va a hacer? Se da por sentado que será responsabilidad del Estado, con sus cuerpos policiales, sus tribunales, sus cárceles, etc.
No sorprende que los políticos institucionales aboguen por aumentar sus poderes en esta materia. Lo que sí debe sorprendernos es que sectores de la izquierda y de los movimientos sociales tengan una actitud tan crédula hacia el Estado capitalista. Se supone que este Estado —el mismo que levanta las barreras contra la llegada de personas del sur e impulsa otras políticas racistas, el que lleva a cabo reformas laborales, el que mantiene la situación de desigualdad de las mujeres, etc.— traerá alguna mejora en este tema.
A partir de aquí se pueden formar alianzas muy dudosas, y no es una mera hipótesis. La feminista radical Andrea Dworkin realizó una alianza de facto con representantes de la derecha cristiana de EEUU para abolir la pornografía. Cuando Dworkin murió, un antiguo ayudante de George Bush explicó su admiración por ella, y cómo ella misma le había correspondido, expresando su "respeto hacia los conservadores cristianos que luchaban contra la prostitución forzosa".5
En el ámbito de la pornografía, los esfuerzos de Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon contribuyeron a una importante decisión judicial canadiense, que decidió que la pornografía era degradante para las mujeres y por tanto no se podía acoger bajo las garantías de libertad de expresión. Las aduanas del país utilizaron la decisión para requisar material destinado a las librerías de gays y lesbianas.6
Es decir, que sean cuales sean las intenciones de los que promueven la prohibición, fácilmente éstas puede servir a intereses que nada tienen que ver con la liberación de las mujeres.
En un ejemplo concreto, Gemma Nicolás describe como el PP defiende "Una postura abolicionista o prohibicionista y utiliza el discurso moralista tradicional, junto a ciertas expresiones propias del feminismo radical". El Ayuntamiento de Madrid, en el que esta formación política tiene mayoría absoluta, está llevando a cabo un plan 'Contra la esclavitud sexual' para erradicar la prostitución de la zona céntrica de la calle Montera. Desde el año anterior, las mujeres trabajadoras sexuales del centro de Madrid estaban siendo atosigadas por la policía para impedir su visibilidad en la zona, hecho que supuso numerosas detenciones y expulsiones en aplicación de la ley de extranjería.7
Un informe del Parlamento Europeo de 2000, Lucha contra la trata de mujeres, reconoció que: "El régimen de prohibición directa e indirecta de la prostitución vigente en la mayoría de los Estados miembros crea un mercado clandestino monopolizado por la delincuencia organizada que expone a las personas implicadas, sobre todo a los inmigrantes, a la violencia y la marginación".
Según la destacada abolicionista, Donna M. Hughes, en la prostitución "Los hombres crean la demanda y las mujeres son la oferta". En una nota de pie la autora comenta que: "Esta dinámica se aplica a la prostitución heterosexual. Las excepciones son la prostitución gay, el abuso sexual por hombres a niños, el ocasional abuso sexual por mujeres a niños o niñas y la casi inexistente prostitución de hombres por mujeres".8 Normalmente otros tipos de prostitución —a los que se tendría que añadir la de mujeres transexuales, a las que Hughes excluye de su análisis*— ni se mencionan.
Parece evidente que la principal forma de prostitución es la heterosexual, con mujeres prostitutas y hombres como clientes, pero es importante reconocer que no es la única. Esto se ve más claramente si se considera, no sólo la prostitución, sino la industria del sexo en su conjunto. Según una fuente, la pornografía gay representa entre un tercio y la mitad de todo el mercado de venta o alquiler de películas pornográficas en EEUU; no es un elemento marginal.9 Un estudio de "bailarines/as exótico/as" afirmó que su muestreo, de 16 hombres y 40 mujeres, era representativo de la población en general en este trabajo. Otra vez, se ve que hay una parte importante que no refleja el modelo de "hombre que crea la demanda y la mujer el suministro".10
Es más difícil encontrar datos respecto a la prostitución. Esto se debe en parte a la marginación de las personas que la ejercen, pero también en parte al hecho de que muchos estudios parten del modelo de prostitución como una cuestión de género, y específicamente de violencia de los hombres contra las mujeres. Así, los otros tipos de prostitución simplemente no entran en el análisis.
El informe No Son of Mine, realizado para Barnardos, una ONG británica que trabaja con niños, comenta que "Ha habido mucho interés e investigación en el trabajo sexual femenino", mientras que, en cambio, "se sabe comparativamente poco sobre niños y hombres jóvenes" que se encuentran en una posición parecida "y de hecho, hay una falta de información respecto a este grupo marginado dentro de nuestra sociedad".11
Según otro estudio: "En general, chicos y hombres jóvenes que venden sexo como 'chaperos' ['rent boys' en inglés] se consideran mucho menos visibles que las niñas y mujeres jóvenes, probablemente debido al estigma añadido de la homosexualidad y de hombres que venden sexo".12
Finalmente, vale la pena reflexionar sobre el aspecto geopolítico de la prostitución. No se puede explicar en términos de género por qué son jóvenes de Europa del este las que van a Europa occidental para ejercer la prostitución, y no al revés. De la misma manera, el hecho de que hombres de negocios ricos y europeos vayan a Tailandia para practicar sexo (mejor dicho: para violar) con niños pobres de ese país y no al revés, que campesinos tailandeses viajen para abusar de los niños de la burguesía europea, es resultado de muchos factores sociales y económicos, mucho más allá del género.
Volveremos más adelante al tema del género y la industria del sexo. Por ahora se debe señalar que, aunque el análisis de la prostitución tiene forzosamente que tratar el aspecto de género, centrarse casi exclusivamente en este aspecto implica perder muchos elementos de una realidad más compleja y contradictoria.13
Existe otra corriente de opinión respecto a la prostitución, que parte del discurso feminista, para llegar a conclusiones opuestas a las tesis abolicionistas. Esta visión existe en diversos países, especialmente en EEUU; en el Estado español está representada, entre otras entidades, por el Colectivo Hetaira.
El Colectivo Hetaira presenta sus "planteamientos teóricos" de la siguiente manera: "Los planteamientos que subyacen a nuestro trabajo feminista tienen que ver con las polémicas que se han dado sobre este tema dentro del feminismo. Partimos de considerar la prostitución como un trabajo, una actividad que puede ejercerse de maneras muy diferentes. Pensamos que es importante diferenciar quienes lo hacen obligadas por terceros y quienes lo hacen por decisión individual aunque obviamente condicionada por las situaciones personales, como todo lo que hacemos en la vida. Para nosotras la existencia de la prostitución tiene que ver no sólo con la situación de desigualdad de las mujeres en relación a los hombres sino también con la pobreza, con las desigualdades norte/sur, con las sociedades mercantiles, etc. Concebimos a las prostitutas con toda su dignidad y con capacidad para decidir sobre sí mismas y sobre sus condiciones de vida, aunque a veces lo tengan difícil. Son trabajadoras a las que se les debería de reconocer los mismos derechos que tienen el resto de trabajadores. Consecuentemente nuestra alternativa pasa por "descriminalizar" la prostitución regulando las relaciones comerciales cuando implican a terceros y reconocerles sus derechos como trabajadoras. Siendo fundamental que cualquier política que se desarrolle en este terreno cuente con la voz de las propias prostitutas".14
En todo esto, tiene bastante razón. Sin embargo, desde esta perspectiva a veces se va más allá de la explicación de la realidad de la prostitución, a argumentos que casi la celebran. Una prostituta que defiende esta posición escribe en su blog: "El ejercer la prostitución me ha dado la oportunidad de desarrollarme como persona, poder mantener a mi familia, acceder a una vivienda y poder estudiar para labrarme un futuro, como yo hay muchas mujeres que luchan día a día por su futuro y el de sus familias. Ningún otro contexto en la vida me ha dado tantas oportunidades".15
Como resume una autora: "Las trabajadoras sexuales feministas no se sienten avergonzadas de su trabajo. De hecho, se sienten muy orgullosas de no sentir vergüenza y de haber superado tabúes y prejuicios sexuales. No consideran que nadie deba decir por ellas si su trabajo es opresivo, dañino o humillante… Este feminismo también resalta el hecho de que el trabajo en la industria del sexo puede atribuir poder y autonomía (empowerment) a las mujeres al adquirir control autónomo sobre sus propios cuerpos, transformando los estereotipos de género".16
Esta posición, supuestamente rompedora, a veces reproduce de forma acrítica los estereotipos de siempre. Por ejemplo, Beatriz Espejo, autora de Manifiesto Puta, un "ensayo en defensa de la libertad sexual y la prostitución", argumenta que las mujeres deben aceptar que sus maridos acudan a prostitutas, porque: "Tienen que entender que el hombre es testosterona pura, le gusta su mujer y también las demás". Más revelador aún, criticando a las abolicionistas, declara que: "Cuando sumas dos cosas buenas, sexo y dinero, no puede dar como resultado una mala".17
La derecha abolicionista, de forma hipócrita, acepta el mercado en general, pero lo rechaza para el sexo. Algunas defensoras de la prostitución también ven el mercado como una cosa incuestionable pero, siendo más coherentes que la derecha, defienden la inclusión de las relaciones sexuales en este mercado. Esta aceptación del mercado se relaciona con un aspecto clave respecto a la prostitución: las diferencias de clase entre las personas que la ejercen. Como defiende la bloguera antes citada —prostituta y licenciada en Ciencias Políticas— la prostitución puede ser una forma relativamente buena de ganarse la vida para algunas mujeres como ella: efectivamente una trabajadora autónoma cualificada. Pero son pocas. Un grupo incluso más pequeño serían las mujeres que llevan auténticos negocios del sexo, de prostitución, pornografía, tiendas de sexo, etc. Éstas no son trabajadoras del sexo, sino empresarias.
Tales diferencias de clase son un elemento clave para analizar la prostitución. Ignorarlas sería como intentar entender la industria del textil a partir de las experiencias de una diseñadora de moda, y no contar con la realidad de las empleadas de los talleres de confección que cobran unos pocos centavos por pieza.
En resumen, si las feministas abolicionistas parten de una visión muy parcial de la prostitución —y luego plantean soluciones muy cuestionables— la visión de la defensa de prostitución como un trabajo más también refleja una visión parcial: la de las mujeres que tienen mejores condiciones que la gran mayoría del sector. Además, tras su imagen radical, en algunos casos se esconden actitudes bastante conservadoras acerca de la imposibilidad de cambiar esta sociedad dominada por el mercado en el que la sexualidad es una mercancía más.
Muchas veces, desde el movimiento anticapitalista se tratan los problemas como si fueran totalmente nuevos, y tuviéramos que partir de cero en nuestros análisis. En el tema de la prostitución, al igual que en muchos otros, no es así en absoluto. Autores y activistas escriben sobre la prostitución desde perspectivas anticapitalistas desde al menos hace un siglo y medio, y su trabajo nos ofrece planteamientos mucho más sólidos que los descritos arriba.
Un problema de ambas teorías descritas arriba es que excluyen una visión de cambio histórico. Quieran o no, en efecto refuerzan la famosa definición de la prostitución como "la profesión más antigua del mundo". Es un ejemplo de la "visión Picapiedra" de la historia. Mientras Pedro Picapiedra iba en su coche de piedra para acudir a su trabajo en la fábrica de piedra, detrás de la fábrica había una joven en minifalda de pieles, haciendo la esquina para ganar unas monedas de piedra.
Vale la pena analizar por qué la idea de "la profesión más antigua del mundo" es necesariamente falsa. Para que haya prostitución, alguien tiene que producir comida y construir alojamiento. Si alguien quiere comprar sexo, primero tiene que trabajar —o hacer que otro trabaje— para tener con qué pagar. Como explicó Marx: "En la producción social de su vida los hombres [y mujeres] establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social".18
Es decir, si bien la prostitución existe desde hace miles de años, las diferentes sociedades de clase dan lugar a fenómenos muy diferentes. El marxista alemán August Bebel describe en su obra Mujer y Socialismo, de 1879, cómo la prostitución existió en las sociedades antiguas de Grecia y Roma y luego en el feudalismo, pero que siempre tomó una forma específica en cada sociedad. Explica que es sólo bajo el capitalismo que la prostitución se convierte en un fenómeno masivo. Presenta datos para analizar la prostitución en términos de clase, explicando que la gran mayoría de las prostitutas lo son por pobreza y necesidad, pero que también existe una pequeña minoría de prostitutas de "alto standing". Incluso describe el tráfico de mujeres, del cual el principal país de origen era Alemania, que "exportaba" prostitutas a medio mundo, desde Singapur hasta Buenos Aires. En ese período de la primera globalización, Gran Bretaña era la gran potencia, y Alemania todavía no había logrado su posición actual. De paso, Bebel critica de forma irónica el doble rasero por el cual se da por sentado que los hombres tienen impulsos sexuales incontrolables, mientras que las mujeres "respetables" deben mantener su virtud. Comentó que "cada vez que los hombres se reúnen en gran número, parecen incapaces de divertirse sin la prostitución" (léase despedida de soltero, feria comercial, etc.). Por supuesto, Bebel sabía que se trata de un hecho social, no biológico.Bebel también rechaza la regulación estatal de la prostitución, explicando como ésta permitía abusos por parte de la policía y los médicos encargados de "inspeccionar" a las mujeres. En resumen, Bebel explica que: "La prostitución se convierte en una necesaria institución social de la sociedad burguesa, al igual que la policía, el ejército, la iglesia y la clase capitalista".19
La anarquista rusa Emma Goldman, que entonces vivía en EEUU, denunció en 1910 la hipocresía en torno a la prostitución, destacando que muchos matrimonios burgueses también implicaban el intercambio de favores sexuales por dinero. Incluso cuestionó varios tópicos que siguen vigentes: "Adjudicar el aumento de la prostitución a la alegada importación extranjera, al hecho de extenderse cada vez más el proxenetismo, es de una superficialidad abrumadora (…) los proxenetas, detestables como son, no se debe ignorar que forman parte esencialmente de una fase de la prostitución moderna, fase acentuada por las persecuciones y los castigos resultantes de las esporádicas cruzadas llevadas a cabo contra ese mal social. El proxeneta, no dudando que es uno de los miserables especímenes de la familia humana, ¿en qué manera puede ser más despreciable que el policía, quien le arranca hasta el último centavo a la pobre trotadora de la calle para luego conducirla presa todavía? ¿Cómo el proxeneta ha de ser más criminal, o una más grande amenaza para la sociedad cuando los propietarios de grandes almacenes, de tiendas o fábricas, buscan sus víctimas entre el personal femenino para satisfacer sus ansias bestiales y después enviarlas a la calle?".20
Desde la época de Marx y Engels y en adelante, se analiza cómo la prostitución moderna y masiva se desarrolla en consonancia con el capitalismo, desde la industrialización inicial, pasando por la primera ola de internacionalización de hace más de un siglo, hasta el mundo actual de globalización y crisis. En cambio, ver la prostitución como "una manifestación del patriarcado" impide analizar cómo ha ido desarrollándose. A menudo, "patriarcado" es simplemente una etiqueta que significa cosas diferentes para personas diferentes, pero implica una visión mediante la cual la opresión de las mujeres es un hecho ahistórico, casi eterno. Al excluir el análisis de cómo surgió la opresión de las mujeres con las primeras sociedades de clase, y cómo esta opresión ha ido cambiando con el paso de las sociedades antiguas, el feudalismo y ahora con el capitalismo, dificulta ver cómo se puede acabar con esta opresión.21 En lo que se refiere a la prostitución, desde esta visión se intentan analizar hechos del mundo del s.XXI —por ejemplo, la manera en que la industria del sexo se aprovecha de mujeres que cruzan el planeta para intentar escapar de las guerras y la pobreza— como si pasara lo mismo hace mil o dos mil años. Por poner un ejemplo, la agricultura existe desde hace trece mil años, pero no tiene sentido analizar la situación de un jornalero africano en los invernaderos de Almería hoy como una mera variante de la de un esclavo en una finca romana hace dos mil años. Por supuesto, se podrían encontrar algunas similitudes superficiales, pero lo importante es el mayor potencial que tienen los jornaleros hoy para cambiar su situación, como se ve con las movilizaciones en el campo andaluz. La clave es la especificad de la situación del jornalero en el capitalismo moderno, no alguna similitud con los que trabajaban el campo en la antigüedad.
Lo mismo se aplica a la prostitución. Si bien existió en sociedades anteriores, para entender qué es ahora, y para cambiar esta situación, debemos verla como un factor específico del capitalismo moderno, no como un hecho milenario fijo.
Quizá sea una obviedad, pero la clave de la industria del sexo es el hecho de convertir las relaciones sexuales en una mercancía que se puede comprar y vender como un producto más. Como escribieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: "La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares (…). La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita (…). Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas (…) la red del comercio es universal (…).Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu".22
Al someterlo todo al dominio del mercado, el capitalismo también hace otra cosa: crea la enajenación. Marx analizó la cuestión en 1844, en unos difíciles textos filosóficos: "¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí".23
Esta enajenación es un motivo importante de la búsqueda de sustitutos por las relaciones humanas de verdad. Marx volvió al tema de la enajenación en El Capital, explicando cómo las mercancías —que no son más que el producto del trabajo humano y por tanto de las relaciones sociales entre las personas— se presentan como objetos independientes: su máxima expresión, el capital —las grandes empresas, la banca etc.— no es más que la acumulación del trabajo humano: "Para hallar una analogía [tenemos] que trasladarnos a las regiones nebulosas del mundo religioso. Aquí, los productos del cerebro humano parecen dotadas de vida propia, independientes, en relación entre sí y con los hombres. Lo mismo ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. Esto es lo que llamo fetichismo, que se adhiere a los productos del trabajo en cuanto se produce como mercancías y que, por consiguiente, es inseparable de la producción de mercancías".24
De la misma forma, bajo el capitalismo, el sexo —que en realidad consiste en las relaciones sexuales entre seres humanos— se convierte en un objeto ajeno a las personas, en una mercancía. Sólo por esto se puede hablar de una "industria de sexo".
La visión abolicionista, que centra su crítica a la industria del sexo en el argumento de que degrada a las mujeres, deja abierta la posibilidad de que "otra industria del sexo es posible". Su crítica no tiene nada que decir respecto a la pornografía para mujeres heterosexuales, lesbianas o gays. Las tiendas de sexo dirigidas a una clientela femenina serían quizá un paso hacia la igualdad.25 Se condenará —y con razón— la creación de "Roxxxy", la nueva muñeca-robot sexual que "posee órganos sexuales artificiales y un esqueleto articulado que es posible mover como el de un ser humano". Pero ¿qué se diría ante la noticia de que la empresa se plantea diseñar un muñeco-robot "masculino" para las mujeres?26 Y, finalmente, el pequeño sector de prostitución de hombres para mujeres quedaría fuera del análisis.27
Las defensoras de la normalización de la prostitución, lejos de quedarse calladas ante estos hechos, los celebran. Beatriz Espejo, autora de Manifiesto Puta, por ejemplo, respondió a la pregunta "¿Cuál es la solución?", diciendo "Que las mujeres tienen que hacer lo que les apetezca respecto al sexo. Esto incluye que si te apetece pagar por estar con un hombre, pagues y experimentes".28
En cambio, el análisis de la deshumanización y la alienación, inherente en la objetificación del sexo, se aplica a toda la industria del sexo, sea cual sea su mercado. Y evidentemente, se aplica a toda la prostitución, a la mujeres o a la de hombres, más allá de las condenas a las condiciones de esclavitud a las que algunas prostitutas están sometidas, o al abuso de menores.
Desde el punto de vista anticapitalista, la prostitución, al igual que toda la industria del sexo, es inseparable del capitalismo. Sólo acabando con el capitalismo se puede acabar con las condiciones sociales que llevan a las personas a ejercer la prostitución y con la alienación que crea el mercado para ella.29
Este planteamiento es correcto, pero puede fomentar la idea de que hay que "esperar a la revolución" y que mientras tanto no hay nada que hacer. Nada más lejos de la verdad. Lo que sí es cierto es que, dado que el capitalismo es el problema, no conseguiremos una solución mediante alianzas con el Estado capitalista o dándole más poder.
La visión anticapitalista significa impulsar las luchas, aquí y ahora, para mejorar las condiciones sociales y los derechos de las personas —especialmente de las mujeres, y más especialmente de las mujeres inmigradas— para reducir las presiones que impulsan a la gente a ejercer la prostitución. La más importante de estas presiones es la pobreza, la necesidad económica. Ésta es una cuestión de clase, con un componente importante relacionado con el género y con la posesión o no de papeles. En este sentido, se trata de apoyar las luchas contra el paro y la precariedad, en apoyo a las huelgas. Pero también de luchar específicamente contra la desigualdad de género en el trabajo: por una igualdad real de salarios entre trabajadores y trabajadoras; por la igualdad de acceso a los cargos cualificados, etc. Otras medidas en este sentido serían la ampliación y mejora de los servicios de guardería y de ayudas a las personas dependientes: muchas mujeres ejercen la prostitución porque no encuentran otro trabajo cuyo horario sea compatible con sus cargos domésticos. Finalmente, el nivel escandalosamente bajo de muchas pensiones también puede empujar a algunas mujeres a la industria del sexo (y si alguien lo duda que vea la película Irina Palm).
En lo que se refiere a las personas inmigradas, también hay que combatir el racismo en el mundo laboral, pero aquí el tema es mucho más amplio. Las redes de tráfico de mujeres para la prostitución sólo pueden existir gracias a los controles impuestos por la Unión Europea, incluyendo al Estado español. Si hubiera libertad de circulación, a ninguna mujer de Europa del este, África central o América Latina se le ocurriría ponerse en manos de las mafias de la inmigración clandestina. Es decir, a la vez que el gobierno condena estas mafias y dice que toma medidas contra el tráfico de mujeres, son sus políticas de inmigración las que crean el problema.
Es importante tener en cuenta que, aunque la prostitución tiene un importante componente de género y está relacionada directamente con la opresión específica que sufren las mujeres, también hay otros sectores (como hombres jóvenes, inmigrantes o transexuales), que no pueden dejarse de lado a la hora de abordar el problema. Para estos "otros" sectores de la prostitución, hacen falta medidas específicas. Por ejemplo, el hecho de que jóvenes acaben prostituyéndose es reflejo de los graves problemas de precariedad laboral y de la dificultad de acceso a viviendas que afligen duramente a este sector.30 Las luchas por el acceso a trabajos y viviendas dignos también contribuirían a reducir la prostitución. Muchas transexuales trabajan de prostitutas debido a la poca aceptación que tienen al mostrar su DNI cuando solicitan un trabajo. La lucha contra la opresión específica sufrida por las personas transexuales aumentaría sus posibilidades de salir de la prostitución.
No debemos olvidar que, por ser la prostitución un fenómeno global, las soluciones también tendrán que ser globales. Los diversos lugares de origen de las mujeres (y a veces niños) de la industria de la prostitución son un mapa de los desastres económicos, sociales y políticos del mundo.
Las deudas que pesan sobre los países pobres, y luego los planes de ajuste estructural (ahora cínicamente llamados "estrategias para la reducción de la pobreza"), empobrecen a la clase trabajadora y los campesinos de estos países (a la vez que suelen enriquecer a sus clases dirigentes). Eliminar estas deudas sería un paso importante para reducir este impulso a la prostitución.
El cambio climático, si se sigue como hasta ahora, provocará cientos de miles de refugiados y refugiadas. Algunas de estas personas se encontrarán en las ciudades del norte sin posibilidades de sustentarse, cosa que, otra vez, echará a algunas de ellas a la prostitución. Hacen falta medidas reales para controlar las emisiones, así como medios para acoger a la gente refugiada, permitiendo que acceda a trabajos dignos, etc.
Las guerras son otra causa importante de desastres humanos y aumentan enormemente la prostitución. Tanto en Afganistán como en Irak, la desestructuración social provocada por la guerra y la ocupación ha abocado a muchas mujeres a la industria del sexo, dentro de sus propios países o en los países a los que llegan como refugiadas.32 Por este motivo los gobiernos que llevan a cabo guerras y ocupaciones impulsan la prostitución; los movimientos antiguerra ayudan, indirectamente, a frenarla.
Por otro lado, es necesario cambiar las actitudes hacia el sexo como mercancía y de forma específica, la concepción del cuerpo de la mujer como un objeto sexual. En este sentido, es fundamental acabar con las ideas e imágenes machistas que se transmiten por medio de la publicidad, los medios de comunicación o la pornografía, en los que se suele promover una concepción del sexo y el erotismo basada exclusivamente en la satisfacción sexual del hombre heterosexual y se considera el cuerpo de la mujer un objeto, incluso una propiedad del hombre para cubrir sus propias necesidades, ya sean sexuales o de reconocimiento social. En este sentido, es necesario un replanteamiento global de los modelos acerca de cómo deben ser las relaciones sexuales. El modelo predominante sigue estando vinculado a la pareja monógama heterosexual, en la que se valora positivamente la castidad y fidelidad en las mujeres en contraposición a la celebración de la promiscuidad en los hombres, la cual se interpreta como un símbolo de éxito social.
Pero igualmente importante es la lucha para que la gente trabajadora pueda tener relaciones personales más satisfactorias. Gramsci escribió en Americanismo y Fordismo acerca de cómo las presiones de la vida laboral impiden el desarrollo normal de las relaciones sexuales. Sin tiempo para verse, y ahogados por facturas y letras, es más difícil que la gente sea feliz en sus relaciones. Jornadas laborales más cortas, salarios dignos y mejores condiciones contribuyen, entre otras cosas, a una sexualidad más sana.
Es evidente que estas propuestas son objetivos por los que se puede luchar ahora mismo, pero también es obvio que conseguir todo esto implica una lucha frontal contra el capitalismo. Ésta es la única forma para realmente superar la situación actual, en la que muchas mujeres, y no pocos chicos, se encuentran abocadas a ejercer la prostitución, por la falta de alternativas.
Por este motivo, las fuerzas de la izquierda que se suman a la posición abolicionista —como hemos visto, adoptando la totalidad del discurso— se equivocan gravemente. Cualquier opción que busca "abolir" la prostitución mediante decretos y leyes corre el riesgo, en la práctica, de librar al sistema capitalista de sus responsabilidades, y de cargar contra las personas que tiene que ejercer la prostitución. Sólo parece más realista porque siempre es más "realista" mantener el estatus quo, en vez de intentar cambiarlo.
Dado que no hay una forma rápida de eliminar la prostitución, se plantea la cuestión de qué actitud tomamos respecto a los derechos de las personas que la ejercen. Debe ser obvio que la izquierda anticapitalista está a favor de que puedan defender sus derechos frente a la represión y la persecución así como la marginalización social, contra el estigma social que sufren las prostitutas (excepto las muy ricas, evidentemente). No debemos dar ningún apoyo a la policía que abusa de ellas, con o sin una ley en la mano.
Apoyar el derecho a organizarse de las prostitutas (que no es lo mismo que apoyar los derechos de la patronal de la industria del sexo, sino todo lo contrario) no es una cosa abstracta. En Argentina existe la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar), sindicato de trabajadoras sexuales que está afiliado a la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA).33 En India existe la Karnataka Sex Workers Union, sindicato que organiza a trabajadoras/es del sexo —"mujeres, hombres y transgénero"— y que forma parte de un movimiento sindical más amplio.34
Frente a tales ejemplos, es triste que el PCE —haciéndose eco de las tesis abolicionistas de un sector del feminismo radical— rechazara una propuesta de CCOO a favor de la sindicalización de las prostitutas, expresando su horror ante una posible "sección sindical de prostitutas de CCOO".35 Esta actitud no es nada consistente, y no concuerda con la visión de clase que se supone que el PCE defiende. Si rechazan la organización sindical de las prostitutas, ¿por qué no la de actores y actrices del porno, que también practican el sexo por dinero? Y ¿las que trabajan en locales de masaje "con final feliz" tampoco deben poder afiliarse a un sindicato? Y ¿las personas que hacen striptease? Por otro lado, si aceptamos el derecho a organizarse de la plantilla de una central nuclear, de una fábrica de armas, o de un centro penitenciario, ¿esto implica que estamos a favor de todas estas actividades? Parece que aquí hay un doble rasero y que el discurso feminista actúa como excusa para negar a un sector "muy puteado" —por decirlo de alguna manera— derechos que no se nos ocurriría negar a ningún otro grupo, por mucho que rechacemos el negocio de sus jefes.
Por supuesto, no será nada fácil que se organicen las y los prostitutos, como no lo es en ningún sector de trabajadoras explotadas y precarias (por ejemplo, empleadas domésticas). Además, la izquierda anticapitalista del Estado español, actualmente relativamente débil y fragmentada, quizá no esté en condiciones de contribuir mucho, pero no debe haber sombra de duda de que, en principio, estamos a favor del derecho de autoorganización.
Este último punto es de aplicación general: por ahora, no podemos hacer gran cosa respecto a la prostitución, pero al menos podemos y debemos aclarar nuestra visión. Periódicamente, surgen amplios debates respecto a la prostitución. Si en estos debates la izquierda anticapitalista va a remolque de una u otra de las corrientes descritas arriba —la abolición o la normalización de la prostitución— cometemos un error.
Necesitamos una posición propia, independiente, arraigada en un análisis de clase y del capitalismo, acerca de cómo la opresión actual de las mujeres —y el modelo represivo respecto al sexo en general— forma parte de esta realidad social y no puede superarse definitivamente sin acabar con el capitalismo.
Esto no excluye el colaborar con las feministas con las que compartimos objetivos inmediatos, sino todo lo contrario. Tendremos muchos puntos en común con las que quieren que la prostitución deje de existir, así como con las que quieren luchar contra la marginación y por los derechos de las y los trabajadores del sexo actuales. Tener una visión propia es de hecho una condición esencial para poder ver lo que tenemos un común, a pesar de las diferencias que podamos tener con sus teorías.
Si decimos que "otro mundo es posible", estamos pensando en un mundo en el que nadie tenga que vender su cuerpo, un mundo con libertad sexual de verdad, no con la libertad del mercado, del dinero. Para conseguirlo, tenemos que luchar hoy, dando pasos concretos, y sabiendo bien quién es el enemigo: el capitalismo.
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Secretaría de la Mujer del PCE (2009): El PCE pide una ley como la sueca para la prostitución en España, 07/09/09,
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(*) La autora del texto citado, Donna M. Hughes, en todo su largo artículo sobre la prostitución, no habla en absoluto de la gente transexual. En toda su web, entre centenares de artículos tratando la prostitución, y a pesar de la importancia en la industria del sexo de las mujeres transexuales, sólo se encuentran dos referencias al tema. En una de ellas define una foto como "violenta y degradante", simplemente por ser de una transexual (http://www.uri.edu/artsci/wms/hughes/ppsi.htm). La otra es aún más clara, porque habla de situaciones en las que un cliente de una prostituta "descubre que la 'mujer' es un hombre o transexual" (http://www.uri.edu/artsci/wms/hughes/demand_sex_trafficking.pdf). Sus comillas hablan por si mismas.