Las promesas o el socorro de la Unión Europea, no alcanza a convencer a los inversionistas, quienes no sienten terreno firme para operar. La sociedad se revela ante los fortísimos castigos contra los ciudadanos, perpetrados por el ejecutivo conservador y vuelven a manifestarse masivamente contra los recortes. Introducen una nueva demanda: que el presidente del gobierno dimita.
El mito de la alternancia democrática se revela inútil otra vez. La gente experimenta una amarga, desesperante, sensación de engaño. Suponen que les queda como recurso pedir un referéndum o un adelanto electoral, pese a los escasos meses del Partido Popular en La Moncloa, que, como tienen mayoría en el Congreso, aprobaron las que ya son inclementes leyes en vigor y sancionarán otras similares. Es poco probable que escuchen las demandas. Digo, si una gran sorpresa o un desborde social no estallan.
Entre las autonomías hay urgencias financieras, pero los primeros 30 mil millones de euros aprobados por la UE para entregar antes de que concluya julio, van directo a las arcas de Bankia y Novagalicia Banco.
A ninguno de los ministros derechistas se le ha ocurrido que sería necesario reconsiderar un recorte tan brutal como el hecho al sistema sanitario (7 mil millones de euros le quitaron), ni que sería más simple y justo aumentar las tasas impositivas a los ricos, incluyendo entre ellos, a esos mismos que provocaron el desaguisado. ¿Mucho pedir? Si, desde luego. Pero lo cierto es que hasta el FMI admite que al menos la mitad del déficit del Estado fue provocado por disminuirle los impuestos desde hace años a quienes se hicieron mucho más ricos de lo que ya eran gracias a esta bondad oficial con ellos.
El FMI, es sabido, no está exento de responsabilidades. El organismo internacional no ha estado muy bien regentado que digamos. Muchos de sus directivos cometieron fuertes pecados capitales, y según Peter Doyle, veterano economista del consejo ejecutivo de esa entidad, el Fondo gestionó mal y tarde la crisis global. En su carta pública de renuncia, achaca los fracasos a la "aversión hacia el riesgo analítico, las prioridades bilaterales y la influencia europea". O sea, desestimar lo que sus expertos alertaron, priorizar los compromisos con determinados países: EE.UU. y los que en el Viejo Continente tienen el mazo.
Mientras, y con una tranquilidad que pasma, desde el ejecutivo Rajoy se admite que España no saldrá de la recesión -si acaso- hasta el 2015 y que el desempleo será superior al actual, cuando existen 5 millones de individuos en paro.
Desde Roma Mario Monti, admitió peligros para Italia a partir de España o los demás afectados: "El contagio está en curso y no desde hoy. El contagio es ese malestar que, a través de los mercados, golpea en términos de mayor incertidumbre y menor confianza en la irreversibilidad del euro". Parece que "los mercados" las agencias de calificación de riesgos y toda la entelequia que provoca o empeora los problemas de las naciones, están por encima del bien y el mal, son tan omnipotentes como intocables.
También padece de una rara enfermedad el Banco Central Europeo. Según su titular, Mario Dhragui, la institución no tiene entre sus funciones resolver los problemas financieros de los Estados. Fue su respuesta a quienes piden que la entidad se implique en la solución de la crisis que padece la eurozona y hasta amenaza la existencia de la segunda moneda de circulación mundial. ¿Por qué pueden prestarle dinero a los banqueros y no a los estados? Silencio.
Un periódico polaco decía en estos días que Alemania no aceptará nunca que el BCE sea como la Reserva Federal Norteamericana, es decir, una imprenta de papel moneda. Si la dirigencia germana piensa así no le falta razón, pero tampoco la tienen al forzar situaciones que lleguen a extremos inmanejables.
Los españoles ya saben que su país depende más de Berlín que de Madrid. A ese extremo se les han subordinado en nombre de ¿qué?
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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