domingo, 24 de octubre de 2010

EL MILITANTE

Alejandro Castiñeiras

 

Ignoro como se llama y donde vive, pero sé que está presente, allí, donde el Partido necesita un hombre dispuesto a la brega obscura, paciente, tesonera, la que se reanuda todos los días del año con una continuidad fatigosa pero proficua. Es el militante anónimo, es el afiliado que no reclama membradía, ni espera otra recompensa que el íntimo goce que acuerda el deber cumplido. No trepa a la tribuna, ni codicia el aplauso, ni se desvela por los cargos representativos.

 

Acepta, en cambio, sin vano alarde, las tareas menudas y pesadas, aquéllas, que solo pueden cumplirse con eficacia cuando una viva y callada fe hincha el pecho. En el hombre, joven o viejo, que enlaza amorosamente su existencia a la del Partido, y sin el cual el Partido no podría subsistir como organismo dinámico y creador. Es la roca inconmovible, asiento firme del poderío partidario. Sin su persistente concurso la lucha se haría onerosa, difícil, casi imposible. ¿Quién ocuparía cotidianamente su puesto en el frente de batalla? ¿Qué tesoro sería menester para llenar, con fuerzas mercenarias, el lugar que el ocupa jubiloso e infatigable, limpia el alma de impuras ambiciones?

 

Lo he visto, movido por idéntica finalidad creadora, en Barracas, en Nueva Pompeya, en Liniers, en La Boca, en Saavedra, en Villa Devoto; trabaja con igual empeño en los barrios lejanos como en los céntricos. Cual si fuera un ser modelado por la mano invisible del ideal, tiene hermanos que sienten y piensan solidariamente donde el ideal hace germinar sus huestes.

 

Lo he visto, en los instantes de agitación electoral, cuando la contienda enardece los espíritus, plegar con tranquilidad fecunda el volante o la boleta que, luego, otros se encargarán de distribuir en el barrio. Lo he visto, en medio de la bulla cordial del Centro, escribir en los sobres, una tras otra, con la misma prolijidad que si escribiera una carta a la madre o a la novia, las direcciones de millares de electores. Lo he visto, con o sin birrete de papel, salir con el pincel y el balde lleno de engrudo, iniciar la gira nocturna recorriendo decenas de cuadras, ingeniarse para dar al cartel ubicación estratégica y terminar la ruda faena cuando ya la palidez de las estrellas preanuncia la hora en que ha de comenzar, en la fabrica o en la oficina, la conquista del sustento.

 

Y es él quien encabeza, alegre y resuelto, el grupo formado a puro cántico en la desvalida esquina del suburbio; el grupo que nace ralo para ir adquiriendo, en sucesivos empalmes, la tonante grandeza del torrente que invade las calles y avenidas. Y es él, cuyos músculos no conocen el cansancio, quien mejor levanta y agita la enseña partidaria en las grandes jornadas socialistas. Y en sus labios, más que en otros, los acentos de "La Internacional" vibran como un llamado cuya armonía enciende el entusiasmo en todos los corazones.

 

También lo he visto lejos, a centenares de kilómetros del marcante tráfago de la capital. Allí donde el desamparo es mayor, donde la justicia suele estar ausente, donde el temor de todos denuncia el valor de unos pocos, donde la voz del caudillo es ley que el comisario acata, donde la mansedumbre pueblerina o la indiferencia incivil o la miopía colectiva aísla, cuando no fustiga, al hombre que se siente libre para proclamar su ideal, sin jactancia, con la tranquilidad que acuerda la convicción profunda.

 

Allí, el militante anónimo se transfigura en héroe. Su fervor proselitista constituye un desafío intolerable. Encandila a los búhos de la política lugareña con su luminosa fe en un ideal que la estulticia circundante no alcanza a comprender. ¡No importa! En ese medio su figura se yergue para señalar, con la palabra o el ademán, la ruta emancipadora a la legión sufrida que aun dormita arrullada por el atraso.

 

Lo he visto, desafiando firme las iras adversarias, en el lejano Norte, en tierras por las que ambula el coya con su poncho raído y multicolor; lo he visto en la región de Cuyo, entre parrales y acequias, bajo el límpido cielo que recortan los picachos andinos, conquistar posiciones para el Partido, sin flanquear ante la insolencia oficializada; lo he visto en Tucumán ganar conciencias proletarias dentro y fuera de los ingenios; lo he visto en Córdoba trabajando para ahuyentar del llano y de la serranía la enervante influencia eclesiástica; lo he visto recorrer, como peregrino de un gran principio, la inmensidad de la provincia de Buenos Aires y llevar nuestra palabra de chacra en chacra, en Santa Fe y Entre Ríos. Y así en Corrientes, para librar al pueblo de la estéril gresca entre autonomistas y liberales; en Santiago del Estero, para extirpar la mala hierba política que, como la otra, la que invade los campos resecos, crece rampante y espinosa; y en La Pampa, cada vez más nuestra; y en el Sur lejano, donde

el frío no paraliza la acción, y en Misiones y en Chaco, donde fue menester sufrir para poner el primer jalón partidario.

 

Sobre el pilar seguro de la legión anónima y fiel levanta el Partido su majestuosa arquitectura. Son esos afiliados, cuyo nombre quizá ninguna historia registre, los que animan con su labor tesonera el panorama político argentino. Son ellos los que dan recia consistencia a nuestro movimiento, los que van abriendo senda en medio de la selva de prejuicios. Gracias a ellos las puertas de nuestros Centros, en toda la extensión del territorio, están siem0pre abiertas para dar paso al hombre dispuesto a enaltecer su vida con un hermoso ideal. Gracias a ellos el volante corre de mano en mano; el sobre con su boleta llega a destino; el cartel anunciador halla espacio en el muro, de un extremo al otro de la República.

 

No podría decir si ha leído a Marx o a Engels, si la dialéctica hegeliana lo obsesiona o si se ha zambullido en la historia para descifrar sus leyes. Tampoco podría afirmar si es rico su caudal doctrinario o si tan solo conoce nuestra Declaración de Principios. Pero sabe, con plena conciencia, que forma parte del "ejército aguerrido" que Marx y Engels soñaron crear para evitar que nuestra doctrina degenerase en una vana especulación filosófica o ridícula contienda académica entre corifeos. Se siente, más que nada, hombre de acción, por modesta que ella sea, y no pontífice de un dogma esotérico. Gusta contemplar el fulgor de las estrellas, pero cuida donde pone el pie para no caer en el hoyo, como cuenta Laercio que le ocurrió al filósofo Tales.

 

Esta de más averiguar si ha entrado en nuestras filas tras minucioso análisis doctrinario o si fue el corazón quien dio el impulso. Lo cierto es que "su meta y su acción histórica están prefijadas clara e irrevocablemente, en su situación y en la sociedad burguesa actual".

 

Las ráfagas heladas de la duda no amenguan su voluntad constructiva, así como el soplo ardiente de la pasión no perturba el ritmo de su pensamiento teórico. La derrota no lo amilana ni la victoria lo enceguece. En las horas buenas y en las malas ocupa el puesto que su conciencia le señala. Calla, si lo tiene, su fervor revolucionario, esperando tranquilo que se presente la oportunidad para que otros lo descubran. Obrando así, no pide a gritos un lugar en las barricadas, pero sabrá, sin duda, hacer frente al peligro el día que sea necesario salir a su encuentro.

 

Vivo símbolo de la acción diaria y práctica, veo en él la fuerza básica sin la cual resulta difícil toda conquista trascendente. El socialismo no es un romance para ser cantado por poetas ni un dogma propicio para divagaciones sutiles. El socialismo es una doctrina realista, es un esfuerzo colectivo y razonado que reclama el concurso cotidiano de hombres capaces de pensar, sentir y actuar con sinceridad.

 

Nada nuevo se escurre en este ideario, nacido al conjuro de un sentimiento. Bien lo sé. Pero es el caso que he querido recordar al militante que abre las puertas de su Centro, al que atiende la biblioteca, al que prepara el material de propaganda, al que toma el balde y el pincel para embadurnar los muros vecinales, al secretario que redactará las actas, al tesorero que en estas épocas de salarios magros tendrá doble fajina para obtener fondos... En una palabra, a todos los que hacen algo de lo mucho que es necesario hacer para dar cada vez más vida y empuje a nuestro movimiento. Porque después de haber escrito sobre las ideas de tanto socialista ilustre, era necesario que evocara la existencia de esos modestos soldados del ideal, reconociendo con Macterlinck que "no hay vidas pequeñas: cuando la miramos de cerca, toda vida es grande".

 

(LA VANGUARDIA, febrero 24 de 1934)



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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

MARIANO, TE ABRAZO.

lisa Rando (especial para ARGENPRESS.info)

 

Si mi abrazo militante, fraterno, pudiera darle calor a tu cuerpo. Sangre a tus venas. Aliento a tu boca entrecerrada, Mariano, te abrazo con todas las fuerzas que me da mi modesta y veterana militancia socialista.

 

Si estuviera a tu altura, si pudiera alcanzarte, allí cerca del sol y las estrellas, acaricio tu mejilla, tibia, esperanzada. Tu barba joven. Tus ojos buenos. Tus ideales que alentaron y conmovieron tu noble corazón ilusionado. Tu mente nueva. Tu decisión de luchar. Lucha sin tarifa de rufianes. Lucha que sólo los jóvenes que descubrieron la injusticia son capaces de tener sin condiciones, sin peso y sin medida. Noble lucha la de la juventud perseguida en todos lados que controlan los matones.

Te abrazo como me abrazaron... Te contengo, como me contuvieron. Te acaricio como me acariciaron mis compañeros del alma, la noche que un incendió miserable, dejó en mi camino, para siempre, las brazas que aún no se apagaron. Solo derrumbaron un edificio. Quemaron cien mil libros. Encarcelaron quinientos jóvenes. Fue hace muchos años, pero fue. Y me dejaron fuerzas hasta estos, mis largos años naturales. En mi generación militante se levantó una montaña de compromisos, de decisiones, de luchas. de derrotas, de cárceles e injusticias... Que fue lo importante. Y también de cantos que ayudaron a decir lo que queríamos. Por decir, dijimos casi todo.

La juventud siempre descubre caminos nuevos, para los necios, intransitables. Por eso cuando elijen matar la vida y los ejemplos, los primeros asesinados son siempre los más jóvenes. La simiente. El porvenir. Se ensañan con ellos porque son los incorruptibles. Los miserables odian a los jóvenes por el ejemplo. En la comparación pierden siempre. Y en las ideas, no tienen ni una. Por eso y muchas cosas más los ramplones los odian. Los asesinos a sueldo los matan. Los que tienen poder ocultan todo.

Me conmueven tus trece años de inocente militante. De callado, sencillo, firme, militante. Que sabe, porque lo siente, que la Revolución es la novia de todos y la mujer de ninguno. Que hay que conquistarla paso a paso. Golpe a golpe. Fuerza a fuerza…y como ahora, muerto a muerto.

Las hogueras, como las balas parece que solamente sirvieran para matar. Ellos se creen fuertes. Imbéciles con licencia para matar. Practican lo único que aprendieron. No dan para más.

 

Las hogueras, como las balas muchas veces abren caminos donde solo existen senderos. Despejan, marcan, señalan. No solamente matan. Focalizan la decrepitud del que apunta y tira. Y… matar, matar, no mata un tartufo miserable. Un reclutado entre un montón, en un estercolero. El pensamiento. Los ideales. Los principios no tienen fronteras ni los erosiona el tiempo. Ni los desaparecen los decretos.

 

Lo que mata es el olvido. Lo que pudre es el silencio.

El pueblo en la calle selló su compromiso con la vida y salió a quebrar con sus cuerpos a la muerte. Salió y saldrá siempre a romperle el brazo al asesino y al crimen.

Mariano, no hay fosa que te contenga. No hay nicho que te encierre. No hay espanto que te aparte. No hay agua bendita que te declare muerto. Ni rufianes que te asesinen. Ni bandera que no te cubra.

Morir, morir, morirán los carroñeros. Seguro que morirán barridos por el viento de la historia grande. Por la historia que le falta escribir con letra firme a este pueblo nuestro.

Haremos todos, un juramento laico. Juramos por tu vida. Juramos por tu lucha. También por tu inocencia. Juramos por los que como tu cayeron en medio de la tormenta. De la mugre cómplice que mata y huye. Que no construye más que socavones donde algún día ha de pudrirse con ellos la infamia de haber pretendido matar el pensamiento, las ilusiones y la emoción de tu ejemplo. Juramos por la verdad reivindicar tu vida. Continuar la lucha. Levantarnos mil veces, aunque hayamos caído cien.

Mariano, te abrazo. Me quedo con tu tibieza, tus emociones, tus esperanzas. Quede en tu nombre, que ya es nuestro, el compromiso de construir un mundo nuevo. Una sociedad sin clases, sin explotados. Sin explotadores. Sin miserias, ni miserables. Sin asesinos reclutados. Sin hambre. Sin olvidos.

 

Un beso en tu frente noble, compañero. Un compromiso sobre tus manos jóvenes, valientes, tibias como brazas encendidas.

 

Convocante, serás de largas luchas. No dejaste en vano en la calle tus sueños y tu vida. Querida vida, "compañero del alma, compañero".

Mariano: "Hasta la Victoria siempre"…del Comandante, ¿lo recuerdas?

 
 Mariano Ferreira, militante del Partido Obrero asesinado por una patota de la burocracia sindical de la Unión Ferroviaria de José Pedraza.



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ELSA LA MILITANTE.

Santiago Fioriti (CLARÍN)

Nació en Uruguay hace 56 años y vive en un barrio humilde de Berazategui. Es mamá de siete hijos.

Una casa precaria en un barrio pobre de Berazategui; una mujer sin trabajo, siete hijos y un marido que pega un portazo, el último: ya nunca más se iba saber de su paradero. Afuera, una crisis económica impiadosa en un país camino al cataclismo. Eran los finales de 2001. El calor agobiaba en el comedor "Caritas Felices", cuando Cristina Giménez abrió la puerta y oyó la voz de una mujer desesperada: Quiero un plato de comida para mis hijos. Dígame en qué puedo ayudar. Hago lo que sea.

Cristina cuenta la historia a CLARÍN en la puerta del hospital Argerich, donde aquella mujer desesperada, Elsa Rodríguez, se encuentra en coma farmacológico inducido con respiración mecánica luego del balazo que recibió el miércoles en la cabeza. Los médicos dicen que su estado es muy riesgoso.

"Va a salir", dice. Busca convencer: "La vida la golpeó mucho y nunca se cayó. Por eso te digo que va a salir".

Elsa es uruguaya y cuando se radicó en Argentina era prácticamente analfabeta. No es una militante histórica del Partido Obrero. Más bien, se trata de un caso atípico. Comenzó a sumarse a las marchas del Polo Obrero, el brazo piquetero del partido, en el peor momento de la crisis, a los 47 años. Los pasos en la agrupación los dio lentos pero seguros. Actualmente es la responsable distrital del Polo en 25 manzanas de Berazategui.

"Estamos hablando de una luchadora en el sentido cabal de la palabra. Siempre buscó superarse", dice Néstor, uno de sus compañeros. Elsita, como la llama, se siente orgullosa de haber aprendido a leer en uno de los talleres organizados por el partido.

La mujer, a la par de su tarea como militante y de colaborar en el mismo comedor que le dio la bienvenida nueve años atrás, trabaja como empleada doméstica en Capital Federal, tres veces por semana. Cobra 10 pesos la hora.

Sus hijos no se apartaron del Argerich, aunque han evitado el contacto con los periodistas. "Mamá es el sostén de todos nosotros", les dijo uno de ellos a los referentes nacionales del partido. Si bien tienen motivos para estar exaltados, ayer se la agarraron con el médico que leía el parte para los noticieros de TV. Una de las chicas lo insultó y le recriminó que hiciera público el estado de su madre. "¿Quién te autorizó?", dijo y corrió para que no la vieran llorar en cámara.

Elsa también tiene un carácter fuerte. Si algo no la caracteriza es la timidez. "Si ve una injusticia la denuncia. Es capaz de pelearse a los gritos si no le gusta algo en el manejo de los grupos", cuentan cerca suyo. El día anterior a la protesta en la estación de trenes, uno de sus compañeros le sugirió que no fuera porque tenía que ir a visitar una cooperativa. Se opuso: "Yo me voy al corte a defender los derechos de los trabajadores. Ustedes hagan lo que quieran".

Los tiempos libres los aprovecha para pasarlos al aire libre. Pocas cosas la ponen más feliz que ir a la plaza con Estefanía, su hija más chica, de 16 años. A la noche no se pierde el programa de Tinelli. Su favorito en el baile es La Mole Moli.

Elsa no conoce de lujos ni visita los shopping centers. Condena enérgicamente el capitalismo. Sus amigos la definen como "una mujer sencilla". Anda siempre en zapatillas, con pantalones sueltos y a cara lavada. Dicen que nunca la vieron con zapatos de taco.



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sábado, 23 de octubre de 2010

LOS BEATLES SIMBOLO DEL SIGLO XX

ARGENPRESS CULTURAL

 

Habitualmente no publicamos notas musicales sobre las "vacas sagradas", sobre los íconos hiper conocidos, porque no consideramos que sea necesario difundir algo sobre su obra, dado que, justamente, son tan famosos. Pero considerando un comentario que nos hiciera llegar una lectora, nos pareció oportuno presentar esta biografía y algunas de sus canciones para dar lugar, si fuera el caso, al debate.

 

Nuestra lectora (suponemos que es pseudónimo) Zoila Lechuga nos hizo llegar una breve nota sobre el grupo de música popular sin dudas más famoso del siglo XX: The Beatles. Fue ello lo que nos animó a presentar este material. Antes de su carta, entonces, una breve introducción (tomada literalmente de Wikipedia), y tres de sus clásicos, para luego el comentario que nos hiciera llegar nuestra amiga.

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The Beatles fue una banda inglesa de rock que se formó en Liverpool en 1960. Durante su carrera se convirtieron en una de las más exitosas y críticamente aclamadas en la historia de la música popular. Desde 1962 estuvo integrada por John Lennon (guitarra rítmica, vocalista), Paul McCartney (bajo, vocalista), George Harrison (guitarra solista, vocalista) y Ringo Starr (batería, vocalista). Aunque en sus inicios tocaban skiffle y rock and roll de los años cincuenta, a lo largo de su carrera trabajaron con distintos géneros musicales, interpretando desde el folk rock hasta el rock psicodélico. La naturaleza de su enorme popularidad, que fue denominada por primera vez como la "Beatlemanía", transformó sus composiciones, al tiempo que las mismas crecieron en complejidad. Llegaron a ser percibidos como la encarnación de los ideales progresistas, extendiendo su influencia en las revoluciones sociales y culturales de la década de 1960.

 

Con una formación inicial de cinco elementos que incluía a Lennon, McCartney, Harrison, Stuart Sutcliffe (bajo) y Pete Best (batería), construyeron su reputación en los clubes de Liverpool y Hamburgo en un período de tres años a partir de 1960. Sutcliffe abandonó la formación en 1961, y Best fue reemplazado por Starr al año siguiente. Establecidos como grupo profesional después de que Brian Epstein les ofreciera ser su mánager, y con su potencial musical mejorado por la creatividad del productor George Martin, lograron éxito comercial en el Reino Unido a finales de 1962 con su primer sencillo, Love Me Do. A partir de ahí, fueron adquiriendo popularidad internacional a lo largo de los siguientes años, en los cuales hicieron un extenso número de giras hasta 1966, año en que cesaron la actividad en vivo para dedicarse únicamente al estudio de grabación hasta su disolución en 1970. Después, todos sus integrantes se embarcaron en exitosas carreras independientes. McCartney y Starr permanecen activos, Lennon fue asesinado a tiros en 1980, y Harrison murió de cáncer en 2001.

 

Durante sus años de estudio crearon algunos de sus mejores materiales, incluyendo el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967), considerado por muchos como una obra maestra. Cuatro décadas después de su separación, la música que crearon continúa siendo popular. Se mantienen como el grupo con más números uno en las listas británicas, situando más álbumes en esta posición que cualquier otra agrupación musical. De acuerdo con las certificaciones de la RIAA, han vendido más discos en los Estados Unidos que cualquier otro artista. En 2008, la revista Billboard publicó una lista de los artistas más exitosos de todos los tiempos en el Hot 100 con motivo del 50 aniversario de la lista de éxitos, y The Beatles fueron colocados en el número uno. Fueron galardonados con siete premios Grammy, y recibieron quince premios Ivor Novello de la Academia Británica de Compositores y Cantautores. En 2004, la revista Rolling Stone los clasificó en el número uno en su lista de los "50 artistas más grandes de todos los tiempos". De acuerdo con la misma publicación, la música innovadora de The Beatles y su impacto cultural ayudaron a definir los años sesenta.

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Sobre The Beatles

 

Zoila Lechuga

 

Como pasa con muchos ídolos de la música popular, se habla de ellos sin ninguna consideración crítica. Su obra llega a valer simplemente porque son famosos, pero jamás se la cuestiona. Sin embargo, tanto desde un punto de vista estético como sociológico, considero que es oportuno abrirse estos cuestionamientos.

 

Veamos, por ejemplo, el caso de The Beatles. Sin lugar a dudas es una de las bandas de música popular más famosas de la historia. Tan es así que hasta pudieron compararse con Jesús. Más allá de la sarcástica humorada de Lennon, lo que está en juego es real: The Beatles llegaron a ser tan, pero tan famosos que debe haber habido pocos mortales que no hubieran sabido de su existencia.

 

Pero hay que ver las cosas desde todos los ángulos, no dejarse llevar sólo por las apariencias. El conjunto británico no aportó nada realmente nuevo en términos musicales. Su producción, definitivamente vasta, no pasa de una propuesta de música complaciente, sin vuelo, nunca ofensiva. No se compara con los jazzistas anteriores, ni con las propuestas de rock pesado que le siguieron. Sus canciones tienen letras superficiales, ridículas en algunos casos, y musicalmente no se salen de esquemas clásicos de tonadillas baratas. Si hay algunos pocos intentos de ir más allá, son eso: sólo unos pocos intentos. Musicalmente no dejaron nada realmente de peso.

 

Si quedan en la historia es por su valor sociológico. Me atrevería a decir: más bien político. El grupo pasó a ser una estrategia de penetración cultural del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Si los nombraros "sir" a cada uno de sus integrantes, fue porque eso significó algo muy importante para la corona. Significó la intención de reposicionar al alicaído ex imperio en un sitial de honor del que fue destronado luego de la Segunda Guerra Mundial. La forma en que la derecha británica implementó la fama del grupo es un indicador del proyecto político en juego: levantar la popularidad del reino, que venía cayendo en picada luego que su ex colonia al otro lado del Atlántico la destronara como potencia mundial.

 

En la producción de The Beatles no hay nunca una propuesta de transformación, de denuncia, de incomodidad. Lo más que llegaron a hacer es realizar un panegírico de la droga. Pero eso no significa una propuesta verdaderamente contundente contra el sistema, sino sólo la apología del escapismo. Sus canciones, en definitiva, son banales.

 

Como fue la primer banda en hacer lo que hizo, en aparecer con el pelo largo y gritando sobre un escenario, teniendo en cuenta todo el mercadeo que se movió a su alrededor, se hicieron tan famosos. Como dice el refrán: "el que pega primero pega dos veces". Hoy hay miles de grupos mucho más sofisticados que The Beatles. Si actuaran el día de hoy no pasarían de ser una banda más, incluso no de las mejores. Sus canciones son algo tontillas, música para bailar, sin profundidad. Pero no podemos remar contra la corriente, así que tendremos que seguir escuchándolos y endiosándolos todavía por un buen tiempo, mientras el imperio británico siga siendo una de las potencias que nos marca el ritmo en el mundo.



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POEMAS PARA NO OLVIDAR

Francisco Vélez Nieto (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

 

Cuatro variaciones del libro inédito

 

A la puerta de la casa

 

Nos han robado tantas anheladas ilusiones,

tantos deseos, riesgos, utopías tronchadas,

aunque la idea no desfallece, si la creencia,

pues ya poco importa esta comedia

si tanto dolor tatuado yace en los costados.

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Solo palpitamos intimidades selladas

improntas impresas en la memoria.

 

Permanecemos mudos, como lejanos abuelos

sentados a la puerta de la casa. Espectadores

incrédulos, contemplamos actuar la farsa

gesticulante, pordiosera, cínica y ahíta,

mendigando la caridad de voto sin castidad,

beatífico rezo, vergonzante avaricia

 

Por fortuna, son sólo unos días cada ciertos

inviernos y primaveras rotas dichas visitas

buscando avales para sus insaciables vientres.

Alivio, tan desabrido jolgorio termina pronto.

La plaza, solitaria y sucia queda en silencio

y las escobas, obedientes, inician su labor.

 

El color del hombre blanco

A la memoria de Darwin

 

"Uno es la máxima de Tucídides de que los fuertes hacen lo

Que quieren mientras que los débiles sufren como deben"

Noam Chomsky

 

El hombre blanco tiene un signo algo oscuro:

su dominio sobre los hombres de otros colores.

Los hombres negros parece que quieren

sacudirse la carga de los hombres blancos.

También los hombres amarillos levantan cabeza

y sudan por descabalgar a los blancos de sus espaldas.

Y todos los hombres de inferiores colores del mundo

sueñan con librarse de tan púdico y superior jinete.

Cuando todos ellos se vean libres y con cabalgaduras propias

en el Arco Iris. Continuarán los hombres devorándose

Mejor dicho: los grandes cabalgaran sobre los pequeños

que pingarán como esos monos de circo que divierten.

Desde mis cenizas en la crátera, serán mirados con pena,

mientras Darwin puede que sonría meciéndose su barba.

 

Paz en la guerra

 

Cuando la angustia ahoga en la soledad del alba

Y el mudo campanario contempla al ciprés que se mece

dueño de esa mansedumbre de siglos que lo elevan,

suelo meditar silencioso, mano a mano con mis adentros.

y apoyado en la confianza que nos une le pregunto:

¿Quién talló en rico mármol la palabra Paz?

¿Quién por envidia grabó debajo la de Guerra?

Paz en la Guerra. Guerra en la paz. Epigrafía del dolor

desgarro inmisericorde de todos los pueblos

Meditando por ese laberinto de interiores, sospecho,

que han podido ser idénticas manos, la misma gente,

pues si se observa, unos y otros juegan con dados marcados.

Se visten y desvisten como en cuentos de hadas para sordos

y algo se alarman cuando la sangre derramada al pisar salpica.

Conspiran, calculan, pactan y, sacan de la chistera una paloma.

Luego, hablan de Picasso, como si el luto no existiera

 

Oteando el foro

 

La lluvia de mentiras apenas humedece la masa,

rancio pan de cada día antes de entrar en el horno.

Vocifera, el gentío que reboza el foro, se expande;

mas nadie escucha a los prebostes, es jerga que no atrapa;

sea invierno o verano, otoño triste, susurrante primavera:

Todo es puro trajín, fiasco de larga y tortuosa mentira,

sainete vergonzante, cacofónicos sonidos sin pentagrama.

Mas de ese foro de inapariencia, pueden brotar escuadrones

tatuados, temblorosos poetas observando inquietos el bramido

de los bárbaros danzando entre las trepidantes hogueras.

Y los bardos, intentarán salvar algunas obras del Farenheit.

Una vez más todo puede ser un acto de ingenua libertad ficticia.

Me siento temeroso, exiliado sobre húmedos sueños temblorosos

como gotas de rocío en una hoja. Medito, más nada me calma.

Tengan cuidado, todos aquellos que posean saber y corazón.



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DESPUES DEL TIEMPO


Gustavo Etkin (Desde Brasil. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

 

Y el tiempo pasó

paso a paso

 

pasó plano

liso

continuo

y ahí quedó

la sonrisa

el olor

la risa

el juramento

pasó por encima

y siguió

siguió pasando

y atrás

los dientes

los huesos

los odios infinitos

los amores eternos

aquel adiós

atrás del tiempo

quedó en la fuente

quedó en la estatua

en ese árbol

en la escalera de mármol

en ese color

de otro color

de aquella pared

en ese oscuro corredor

en aquella hojita verde

caída al pié

de aquel rosal.


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LA INTRUSA.

Jorge Luis Borges

 

Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.

 

En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.

 

Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.

 

Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.

 

Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.

 

Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:

 

-Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala.

 

El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.

 

Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.

 

Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristián.

 

La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.

 

Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.

 

En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristián le dijo:

 

-De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.

 

Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para no verlos.

 

Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la discordia.

 

El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le dijo:

 

-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargué; aprovechemos la fresca.

 

El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.

 

Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:

 

-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas, ya no hará más perjuicios.

 

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.

 

Jorge Luis Borges (1899-1986), escritor argentino, uno de los más grandes de la lengua española.

 



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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo