El que el escritor peruano Mario Vargas Llosa haya sido galardonado
con el Premio Nobel de la Literatura en fecha reciente, ha generado un
gran debate en diversos escenarios.
En el calor de la discusión en torno al tema se han abordado diversos
aspectos: la calidad literaria del escritor, la flexibilidad con la
que se otorgan esos distintivos -en su momento Henry Kissinger recibió
uno-, la circunstancia en la que ese Premio fuera otorgado, y hasta
las concepciones políticas del autor de "Conversaciones en la
Catedral" y otras obras conocidas en el ámbito internacional.
Más allá del reconocimiento formal a un escritor y a su obra, hay que
tomar en cuenta, sin embargo, un hecho que se ha abordado más bien
tangencialmente: la estrategia del Imperio, con relación Vargas Llosa
y el manejo que se hace de su imagen en el escenario actual.
Porque, al margen de la mirada literaria o crítica con la que veamos
sus escritos, se perfila el tema de las convicciones políticas del
autor y el uso que hace de ellas en el marco de los problemas de
nuestro tiempo.
Si quisiéramos resumir en pocas líneas aquello que más preocupa a la
humanidad hoy y encontrar allí los puntos de definición del flamante
premiado por la Academia sueca, podríamos aludir al modelo económico
imperante, a los peligros de agresión y de guerra contra los pueblos,
y a la insurgencia de proyectos nuevos en América Latina que ponen en
riesgo la dominación imperialista.
Ante esos retos, Vargas Llosa responde no como un escritor de novelas,
sino como el defensor de un sistema incompatible con la dignidad
humana, la justicia y los intereses de las grandes mayorías. Y, por el
contrario, asoma como un destacado exponente del pensamiento más
reaccionario cuando no como uno de los más calificados voceros -en el
ámbito intelectual- del "consenso de Washington" en las más diversas
materias.
Vargas Llosa se inició en la política peruana integrando un núcleo
universitario ligado al pensamiento marxista: el Grupo Cahuide,
fundado por iniciativa de los comunistas en la Universidad de San
marcos en los primeros años de la década de los cincuenta, cuando
regía en un país sin esperanza la dictadura de Odría. Precisamente a
esa época corresponde su obra "Conversaciones en la Catedral" en la
que aparecen recordados luchadores sociales, como Félix Arias
Schreiber, Lea Barba o Alfredo Abarca.
En la década siguiente, se identificó con la Revolución Cubana.
Incluso con la lucha de los trabajadores. Yo recuerdo haber compartido
con él un set de la televisión, en septiembre de 1967, cuando existía
Unidad de Izquierda con derecho a un espacio electoral gratuito en el
Canal del Estado. En esa circunstancia, nos presentamos ambos. El,
para llamar al electorado a votar a favor de la candidatura de Carlos
Malpica en los Comicios complementarios para una diputación por Lima,
y yo para exhortar a la ciudadanía respaldar un Paro General de 24
horas decretado en ese entonces por el Comité de Defensa y Unidad
Sindical.
Ciertamente en esa época Vargas Llosa seguía siendo un "intelectual de
izquierda" aunque afloraba ya su crítica a Cuba que encubrió
justificando sus diferencias por el "caso Padilla". Se sabría después
que su alejamiento del proceso cubano tuvo que ver mucho más con el
destino del Premio Literario Rómulo Gallegos de las Letras
venezolanas, que le confiriera en ese entonces el régimen de Acción
Democrática en Caracas.
Darle la espalda a la Revolución Cubana fue sin duda el símbolo de su
involución política. Porque a partir de allí, Vargas Llosa pasó a
convertirse en un aguerrido defensor del sistema de dominación
capitalista en todos sus extremos.
Y mientras más defendió ese modelo, más de alejó de la causa de los
pueblos y de los trabajadores hasta asomar, a comienzo de los años 90
como el gonfalonero del shock neo liberal que pudo haber cumplido si
Fujimori no le hubiera arrebatado la presidencia del país, ni robado
el programa económico que había reservado a los peruanos.
¿En cuánto daño se ha traducido ese esquema de dominación para los
pueblos? Baste saber que hoy en el mundo tres mil millones de
personas viven bajo el límite de la pobreza y uno de cada seis es
simplemente un mendigo. Baste saber que la riqueza de una sola persona
equivale al Producto Bruto Interno de tres países de nuestra región.
Baste saber que en Estados Unidos se gasta en alimentos para perros al
equivalente de lo que se podría invertir en todo el continente
africado para atenuar el hambre y la desnutrición.
Si la asimetría en el reparto de la riqueza es el símbolo de nuestro
tiempo, es el silencio ante aquellas iniquidades lo que ha
caracterizado el mensaje de Vargas Llosa en las cuatro últimas décadas
de nuestra historia.
Pero eso es sólo una parte del tema. También está planteada la
increíble guerra afgana y todas sus atrocidades; la intervención
militar norteamericana en Irak, condenada hoy crecientemente por la
opinión pública norteamericana; la política del régimen sionista de
Israel contra los países árabes; el bloqueo yanqui contra Cuba y el
cobijo de los servicios secretos norteamericanos a las bandas
terroristas que operan contra el mundo desde Miami conducidas por
Posada Carriles y sus cachorros; la vergonzosa condenada a los 5
héroes cubanos encarcelados desde hace doce años en las prisiones del
Imperio.
En ninguno de estos temas el mundo ha conocido una sola palabra
sensata dicha, o escrita, por Vargas Llosa.
Probablemente por eso es que hoy se ha convertido en uno de los
símbolos más definidos en el enfrentamiento a las alternativas
libradoras que surgen en nuestro continente.
Originalmente no tuvo Vargas Llosa una actitud negativa ante el
proceso antiimperialista de Velasco Alvarado, lo que confirma la idea
de que su prédica por la "irrestricta vigencia de la democracia
representativa" es más bien discutible. Pero sí le declaró
abiertamente la guerra a Cuba con odio creciente. Y, a partir de allí,
enfiló sus baterías contra el proceso de transformaciones
revolucionarias que se opera en Venezuela, contra los cambios en el
Ecuador, y en Bolivia. Y también sus reservas ante otras experiencias
latinoamericanas sucedidas en Brasil, Chile, Argentina o Uruguay.
En todos los casos, la línea de Vargas Llosa ha sido una sola: la
hostilidad ante los avances de los pueblos y el anhelo de preservación
de los privilegios de los ricos. Eso, no se puede negar.
Por eso se equivocan quienes, aturdidos por la propaganda imperante,
se detienen en "los méritos literarios" del galardonado, y pierden de
vista el papel del escritor en nuestro tiempo.
Vargas Llosa es una clara carta del Imperio. Y va a ser usada en su
momento contra todos.
Que a nadie sorprender que el flamante Premio Nobel asome después como
el candidato presidencial de la derecha peruana para unir en un solo
haz al hoy fragmentado -y en derrota- segmento conservador.
Aunque lo ha negado en sus más recientes declaraciones, bien sabemos
que en materia de esas definiciones, quien tiene la palabra no es el
títere, sino el titiritero. Y este maneja los hilos desde lejos.
Mario Vargas Llosa, al margen de su obra literaria, tiene su nombre
escrito en la estrategia del Imperio.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bande
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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