martes, 5 de octubre de 2010

SOBRE LA TELE

Pedro Miguel.

No hay que dramatizar: si el poder de Televisa fuera tan grande como
se dice, hoy Peña Nieto tendría 98 por ciento de la intención de voto
en las encuestas. Visto en retrospectiva, si ese consorcio hubiera
tenido credibilidad, la oligarquía no habría tenido que recurrir al
fraude electoral para imponer a Felipe Calderón en la presidencia,
Andrés Manuel López Obrador habría obtenido 30 mil votos y los
partidos que lo postularon estarían, a estas alturas, sin registro.
El poderío de los dueños de la tele es vasto y aplastante, pero no
invencible. Operarán, ya se sabe (nunca han dejado de hacerlo) al
servicio del grumo político-empresarial que detenta el poder político
y del que ellos mismos son parte, y pondrán en juego toda su capacidad
de distorsión y su ascendiente sobre millones de personas para echarle
una tercera o cuarta capa de blindaje a la impunidad imperante y para
cerrar cualquier rendija por la cual pudiera colarse el oxígeno
impostergable de la renovación nacional. Falta que tengan éxito.
Sin contar con su aptitud para transformar el ánimo de media población
y ponerla en sintonía de lágrima con pornografía sentimental, la tele
tiene un probado músculo comercial y mercantil: puede lograr el
milagro de vender caca enlatada si en el envase correspondiente se
agrega la etiqueta "como lo vio en TV", y hora tras hora coloca
impunemente toneladas de basura en hogares y sistemas digestivos. En
principio suena lógico: si tiene éxito en tomar el pelo de los
consumidores, podrá hacer otro tanto con los votantes e instalar en
los cerebros de los ciudadanos un ataque de amor súbito por un
candidato chatarra.
Como ha ocurrido con otros actores, la televisión privada trasladó en
automático las lógicas comerciales y mercantiles al ámbito de la
política: hoy se habla con desenfado de marketing, de oferta, de
posicionamiento y de productos en el terreno que debiera servir para
conciliar las diferencias e intereses de los distintos sectores de la
sociedad y discutir y aplicar, en colectivo, el rumbo del país. No es
extraño que los afanes de concebir al electorado como mercado y a los
políticos como mercancía culminen en la compraventa de votos y otras
acciones reconocidamente deleznables.
La transferencia de reglas de lo comercial a lo político, sin embargo,
no es tan tersa como pudiera pensarse. Tal vez ello se deba a que los
almidones industriales que nos venden como si fueran pan y golosinas
tardan más tiempo en hacer daño que las fórmulas electorales ofertadas
en el pasado reciente. Lo cierto es que el escepticismo ciudadano es
mucho mayor que la predisposición ovejuna de los consumidores a
dejarse engañar y trasquilar, y que los porcentajes desmedidos
(suponiendo que sean reales) de rating y de share no guardan relación
directa con la credibilidad. Alguien tendrá que explicarnos la
paradoja: sí, todo el mundo en México ve los noticieros gobiernistas,
pero muy pocos les creen. Cuando la tele sale en defensa del discurso
oficial, en vez de reforzar su verosimilitud, se contamina con asertos
abiertamente mentirosos (ejemplo de hoy: "no hay condiciones para
bajar el IVA"), embarra lo dicho por la autoridad con su propio
descrédito y reduce hasta el absurdo los márgenes de confianza de lo
dicho. De los espots "para vivir mejor", ni hablemos.
Hoy, cada crítica al calderonato expresada por los guaruras de opinión
del régimen suena a mudanza táctica a favor de Peña Nieto, a
realineación de medio tiempo para vender a la ciudadanía el último
rescoldo de autoritarismo, corrupción y demagogia que queda del viejo
PRI, una vez agotado el proyecto de renovación de envoltorios
representado por una nata panista que, de última hora, y con cierto
dejo de desesperación por la infidelidad televisiva, procura revivir
su competitividad reciclando imagen y agregando a sus empaques la
leyenda comercial: "¡Nuevo! Ahora, adicionado con Chuchos y Camachos".
Por descontado, la tele no es un tigre de papel, pero tampoco es la
Estrella de la Muerte, aquella estación de combate de La guerra de las
galaxias, capaz de destruir planetas con un solo golpe de su cañón
láser. Con imaginación, trabajo y organización, es posible enfrentarse
a ella, derrotar a sus productos comerciales y políticos en las
tiendas y en las urnas y recuperar, para provecho del país, lo que la
sociedad nunca debió perder: el control del espacio radioeléctrico.


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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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