lunes, 14 de diciembre de 2009

VIVIR EL CINE POR LA COLA

CUBADEBATE

13 Diciembre 2009

A la espera de lo mejor, el cubano teje con suma frecuencia lo que aquí llamamos "cola". No hablamos de la cola de un gato o de una salamandra, sino de la hilera, de la fila, de la cadena humana que ansía penetrar, ansiosa, lo mismo a panaderías, que a oficinas públicas, que a espacios tan concurridos en la Isla como las salas de cine.

En estos días en que La Habana ha sido escenario predilecto de los amantes del séptimo arte, se han visto todo tipo de colas. Estas se han dado a veces a modo de estrechas ristras; y otras, como  nubes densas. Y esa diversidad no ha impedido que cada quien conozca de sobra quién va delante del que va delante de él.

Recordaré siempre una de las colas más memorables, causada por una película, en La Habana de los años noventa del pasado siglo. Aquella noche un amasijo humano pujaba por traspasar las puertas de cristal del cine La Rampa, a riesgo de hacerlas saltar en pedazos. Todo para degustar la versión fílmica de El tambor de hojalata, novela del alemán Günter Grass.

Agentes del orden, taquilleras, porteros y transeúntes ajenos a la batalla, miraban atónitos el oleaje encrespado del cual emergían manos abiertas, cabellos desordenados, bolsos, papeles y  pañuelos.

Nadie quería perderse al pequeño Oskar. ¿Cómo sería aquel chiquillo imaginado por Günter, ese niño que al cumplir sus tres años de edad había decidido no seguir creciendo, y que andaba por el mundo aferrado a un tambor de hojalata?

Estuve allí. Y casi en el instante de entrar a la sala grande, atrapada en el vapor que emergía de la masa de batalladores, empecé a temer. Pensé en las conglomeraciones al pie de puertas o rejas gigantes de la historia. Imaginé a muchedumbres intentado abrirse paso, y a todos los que quedaban asfixiados como peces porque se iban enredando, cayendo al suelo, desapareciendo bajo el tropel.

Aquello era un arrebato de película. Eran la pasión y la curiosidad mezcladas en el espíritu de cada cinéfilo. Y la prueba de que en esta Isla la apetencia por el cine puede ser tan intensa como el gusto por los mejores conciertos o los históricos juegos de béisbol.

Cada uno de nosotros tiene en sus recuerdos el vértigo vivido en alguna cola descomunal, como aquella provocada por el pequeño Oskar. Mas, a decir verdad, lo más común en estos días de Festival de Cine ha sido la espera cosida a golpe de pequeños diálogos, de rápidas lecturas, de poses pacientes en quienes desean el encuentro con vidas paralelas, con la bendición del arte.

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

Una cola de película

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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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