martes, 15 de julio de 2008

DECAPITAR A HITLER

 
Ricardo Andrade Jardí   PT DE CHILE

(lunes, 07 de julio de 2008)

Al parecer insignificante, pero en realidad la acción es un ejemplo contundente de los imaginarios colectivos contra la barbarie, que se suman a las subjetividades de resistencia, frente a un sistema global deshumanizado y siniestro que se impone en la mayor parte del planeta. El sábado 5 de julio, unos minutos después de inaugurada la exhibición de una figura en cera de Adolfo Hitler en el Museo Madame Tussauds, en la Ciudad de Berlín, un ciudadano alemán se lanzó contra la escultura de Hitler y lo decapito al grito de "¡nunca más guerra!". La noticia se difundió por toda Europa, tan sólo una horas después de cometido el certero "atentado" contra el criminal de guerra Adolfo Hitler; impulsor nefasto de los campos de exterminio, hecho suficiente para que nadie le esculpa monumentos, o le dediquen calles, avenidas o plazas; a Hitler hay que recordarlo en los libros de texto, en los documentos históricos, en los archivos públicos, para que las nuevas generaciones no olviden jamás la bajeza y la perversión de la que somos capaces los seres humanos. Hitler es un asesino embriagado de poder corrupto y xenófobo de su propia condición racial, pero no es más que eso, no es un asesino patológico "genial", no es un sicótico brillante, no es un personaje fantásticamente alucinado, sino la consecuencia de una sociedad que, aburrida de torturar especies "inferiores", para comerlas o vestirse con sus pieles, por "necesidad" primero, por vanidad después y por estupidez ahora, dio paso a otro tipo de tortura: empezó con sus semejantes contemporáneos y continuo con los infantes; en Hitler se resumen todas las bestialidades de la historia, aunque tal vez no todas las barbaries, pues el hombre desde el momento mismo en que inventó el instrumento con el objetivo de matar (dando origen a la caza), ha trascendido los límites de su imaginación social no para crear, en lo que siempre estará limitado pues cada creación de subjetividad humana da nuevos parámetros de búsqueda y desarrollo imaginativos para dar paso a nuevas e infinitas creaciones, sino para destruir que es incomparablemente más fácil. El poder humano no está en la capacidad de destrucción, al contrario, el símbolo más contundente del miedo y la cobardía de una sociedad o grupo social, se resume proporcionalmente en la capacidad de destrucción que ese grupo o sociedad han generado; no hay "poderío" en la destrucción imperialista de Irak, por parte de Estados Unidos, sociedad hasta hoy incapaz de construir Jardines Flotantes, como no hubo poderío, auque sí soberbia y estupidez sin limites, en las misiones Cóndor, bendecidas por el Papa Pío XII, con las que el ejercito nazi destruyó Guernica, Praga o Varsovia. No hay grandeza alguna en los campos de exterminio que costaron la vida a más de 12 millones de judíos, gitanos, comunistas, obreros, católicos, niños, mujeres, ancianos, no hay nada de imaginación, nada memorable de la grandeza humana…

Pero tal vez el ejemplo de la decapitación de un Hitler de cera en Berlín, Alemania, que sin derramar una sola gota de sangre es de una contundencia inmedible en los muchos caminos hacia la construcción de un mundo justo y digno, en este preciso momento histórico, en que el fascismo nacionalista del globo se disfraza de democracia bajo el cobijo de los libres mercados y las comunidades económicas, tendría que llevarnos en otras geografías a preguntarnos si no es ya la hora de empezar a quitarle el nombre de los conquistadores a nuestras plazas y avenidas, a cambiar el nombre de los monumentos de la explotación, no como símbolo del progreso (que no es verdad) a los costillas de la esclavitud de miles de seres humanos "en otros tiempos", que parece se aferran a volver, ante la confusión que la corrupción y la impunidad de las decadentes plutocracias del planeta junto a los imaginarios sociales de opresión como cimientos "indestructibles" de nuestra siempre (y convenientemente) sometida y confundida construcción de identidad.



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Fernando V. Ochoa
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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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