sábado, 21 de febrero de 2009

LA SOLEDAD EN LA CONCIENCIA

Laura M. López Murillo (Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

"A veces no me siento
tan solo
si imagino
mejor dicho si se
que mas allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estas vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después
de la soledad."
Mario Benedetti

En algún lugar de la ausencia, entre el siempre y el jamás, muy cerca del país donde habita el olvido, el aire es un compendio de suspiros y el tiempo una secuencia infinita de insomnios; allá, la multitud es un conglomerado de seres asilados y la faz de la Tierra se fragmenta en un sinfín de islas individuales; es por eso que ahora, el mundo es un archipiélago inconmensurable…

Dicen los que saben, que los habitantes de la era digital están más comunicados que nunca, que la información fluye eludiendo las distancias y abatiendo el tiempo, que este mundo es una aldea regida por la tecnología, y que por eso, el ser humano se refugia en una burbuja virtual, desde donde ve pasar los días de su vida.

La soledad es uno de los efectos colaterales de las tecnologías de la información; pero además, es un padecimiento social estigmatizado, el sinónimo del fracaso y del rechazo, la contradicción del estereotipo vigente. Y en la aldea globalizada donde todo, absolutamente todo, equivale a un precio en el mercado, la soledad es la antípoda del amor y la felicidad. La crueldad de la sociedad de consumo se concentra el Día de San Valentín y excluye a todos aquellos que son no aptos para realizar los rituales del amor y la amistad.

El 14 de Febrero los sentimientos se materializan, la objetivización de los afectos culmina, invariablemente, con un gasto; la cuantía de la erogación determina la dimensión del amor. Y ese día, todos los habitantes de la aldea global sucumben al embrujo de los convencionalismos comerciales masivamente aceptados y socialmente impuestos. Todo lo que el mundo necesita es amor, y ese día, esa necesidad infla millones de globos rojos que pululan en todas las esquinas.

Porque el amor, es ahora, un indicador económico. La tercera encuesta internacional "Can't buy me love" (No me puedes comprar amor) indica que los mexicanos son los compradores más generosos del mundo cuando de amor se trata.

De acuerdo con un estudio realizado en el portal Parship, vencer la soledad y encontrar pareja implica una inversión económica y un dramático cambio de actitud: el 21% de los solteros mexicanos destina entre 10 y 20 mil pesos al año a la incesante búsqueda del amor, como tratamientos de belleza, salidas para conocer gente, ropa y accesorios, comida e inscripciones a sitios en la Red especializados en citas.

Porque la conversión matemática del cariño y el amor en cifras pecuniarias es una de las manifestaciones de una sociedad materializada, los bemoles actuales del amor coinciden con los dictados del consumismo y la ética del lucro.

Pero la evidencia más contundente del poder del amor como uno de los motores de la economía global es la suspensión del bloqueo sobre Gaza: por primera vez en casi tres años, Gaza exportará a Europa flores para San Valentín, lo que dará un pequeño respiro a los comerciantes de una franja ahogada por un bloqueo inhumano y duramente castigada por la ofensiva militar de Israel. El permiso para exportar este año se debe a los esfuerzos del Gobierno holandés, que envía materiales y financia la producción horticultora. Lamentablemente, el bloqueo no cedió por motivos humanitarios, sino por la inversión extranjera que estaba comprometida.

¡Sí!... El amor es un negocio, y además, una de tantas actividades asimiladas por el hiper espacio. El sociólogo José Luis Trueba Lara, revisa la historia de las prácticas amatorias desde la antigüedad hasta nuestros días; en su obra "Ensayo en pequeños capítulos" afirma que antes se creía que el amor duraría toda la vida, pero que ahora el amor es fugaz, desechable y carente de compromiso; que lo que fue el arte del amor, es ahora, el arte del truene. Trueba considera que el amor ha perdido terreno ante las nuevas tecnologías y que el mundo ha cambiado la perspectiva porque el amor y el erotismo han sucumbido en la vorágine de la cibernética y del consumo.

Hoy por hoy, los sitios más visitados en la Red son los portales de encuentro y redes sociales. Las citas por internet son una modalidad en expansión de las relaciones humanas, y es también, la evidencia de que la soledad es un padecimiento generalizado.

¿Yo?... prefiero la versión de los poetas: en esta aldea materializada y deshumanizante, ellos ostentan la única autoridad moral para suministrar el antídoto para la soledad: Benedetti la define como "nuestra propiedad más privada", Gustavo Adolfo Bécquer la ubica en el "imperio de la conciencia", Luis Cernuda la confronta y concluye: "cómo llenarte, soledad, sino contigo misma?", y Jaime Sabines la personaliza y describe a los amorosos como "los insaciables, los que siempre –que bueno- han de estar solos".

Sea como fuere, es preciso aceptar la soledad como la condición primigenia de los seres humanos, renunciar a considerarla un episodio traumático y convertirla en un lapso de reflexión; si caminamos por los solitarios senderos de la conciencia, tarde o temprano encontraremos nuestra propia identidad. Y allá, en la más privada de nuestras propiedades, ventilar los temores y curar las angustias.

La soledad no es un castigo, y es algo muy diferente al aislamiento deliberado: la lejanía del entorno circundante por la conectividad es la conducta que predomina en la aldea global. Pero es una quimera, porque la interconexión no desvanece la soledad, al contrario: refuerza la burbuja donde habita cada cibernauta, y "así, diseminados pero juntos, cercanos pero ajenos, solos codo con codo, cada uno en su burbuja, insolidarios, envejecen mezquinos como islotes"1… porque el mundo globalizado es un archipiélago inconmensurable…

1. Fragmento del poema "Las soledades de Babe", de Mario Benedetti

Laura M. López Murillo es columnista local. Lic. en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos Especializada en Literatura en el Itesm.



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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo

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