Alfonso Cano
Cali, Noviembre del 2009
Desde que a nuestro país le impusieron los dirigentes liberales y conservadores esta guerra fratricida hace 60 largos años, ha sido el pueblo, tanto urbano como campesino, indígena y afrodescendiente, el que ha sufrido y sobrellevado el peso fundamental de la violencia.
Años de confrontación permanente durante los cuales los ricos de Colombia multiplicaron su práctica del crimen y el atentado personal como instrumento de la política y consolidaron el paramilitarismo como estrategia del Estado, con el objetivo de perpetuarse en el poder, desarrollar sus modelos económicos anti populares, despojar de sus tierras a colonos, a pequeños y medianos propietarios y a las comunidades indígenas y negras. Toda una época de arrodillamiento ante los dictados de Washington.
El proceso de conformación de Colombia como Estado - nación ha sido una intensa lucha contra el coloniaje imperial, contra la explotación y contra las injusticias. Nuestro pueblo ha sido obligado a combatir sin tregua, durante siglos, por sus derechos básicos de vida, dignidad e independencia. Y era lógico que ante el terror y la arbitrariedad desatados por los distintos gobiernos contra los pobres del campo y la ciudad a mediados del siglo anterior, estos se levantaran a defender vida, familia y bienes en una desigual confrontación de resistencia que perdura desde entonces, precisamente porque las razones que generaron el alzamiento aún subsisten.
El mismo paramilitarismo de los años 50, sostenido en la concepción fascista de la Seguridad Nacional y enriquecido sin medida durante los últimos 30 años con los dineros del narcotráfico, hoy se ha enquistado en el aparato del Estado a través de sus jefes e ideólogos, y con el aval de la Casa Blanca, que como lo muestra la historia contemporánea, usualmente se apoya en los gobiernos más corruptos para propiciar sus aventuras militares como la que desarrolla actualmente contra América Latina.
Sucedió, que en esta larga jornada de resistencia popular y de dignidad nacional, por múltiples razones históricas y de coyuntura, se fueron conformando movimientos revolucionarios que no solo enfrentaron a las fuerzas armadas oficiales y para institucionales, sino que además algunos se estructuraron y dotaron de unas normas internas, de unos estatutos y de unos reglamentos de régimen disciplinario como en el caso de las FARC - EP, donde también analizamos y precisamos un plan hacia la conquista del poder político y un programa de gobierno que permita construir la Nueva Colombia, democrática, soberana y con justicia social como alternativa al régimen oligárquico vigente del Terrorismo de Estado y como final de esta violenta etapa de la historia nacional.
Somos entonces, respuesta popular a la rapacidad, a la injusticia y a la estrategia de violencia clasista ejecutada por los ricos que usurparon el poder en Colombia en detrimento del bienestar de la mayor parte de la población.
Como revolucionarios, seremos perseverantes en la búsqueda de caminos de superación del conflicto a través de los acuerdos políticos como lo hemos sido desde Marquetalia en 1964 pero, debemos decirlo, mientras perdure la confrontación, habrá prisioneros de las partes contendientes, que en nuestro caso, apresamos en los campos de batalla, armados, rendidos e identificados plenamente. Esa realidad es una verdad incontrovertible porque toda guerra es una sucesión de tragedias dentro de las cuales la pérdida de la libertad es solo una de sus posibilidades.
Las partes comprometidas en el conflicto, deben responder por los adversarios que apresen, de acuerdo a las condiciones de cada una. Nosotros, revolucionarios que desarrollamos una guerra de guerrillas móviles, con desplazamientos permanentes y riesgos de confrontación ininterrumpidos, acompañados sin descanso del tenso ambiente del combate, damos a los prisioneros de guerra un trato respetuoso, digno, de acuerdo a las posibilidades existentes. Como señalábamos en un mensaje que les enviamos a los prisioneros en nuestro poder, ninguna animadversión personal nos distancia de ellos, no albergamos odios tampoco rencores, simplemente tenemos conciencia que siendo todos hijos del pueblo, estamos situados en distintas orillas del conflicto como efecto de esta guerra impuesta por los ricos que disfrutan en sus palacetes mientras una juventud de origen humilde, acude al combate a defenderle sus privilegios.
Son estos mismos oligarcas, los que niegan la existencia del conflicto armado y social que lacera la patria, pero reclaman sin descanso dinero para la guerra, los mismos que manchan de indignidad la patria abriendo puertas a la presencia y accionar de las mercenarias tropas gringas con la disculpa de la lucha contra el terrorismo, son los mismos ricos que niegan el canje de prisioneros de guerra y juegan con los sentimientos de los familiares haciéndoles creer, desde hace 7 años, que su libertad está muy cerca.
Debemos decirlo claramente: la oligarquía, de momento, ha cerrado las posibilidades del canje, porque, asegura, debilita su política de seguridad democrática, ya de por sí roída hasta la médula por los sistemáticos y masivos crímenes de civiles ejecutados por la fuerza pública y por la profunda penetración del narco paramilitarismo en el aparato del estado, al que le extraditaron sus íconos a manera de fusible, pero que continúa afianzándose cada día más en el Régimen como es evidente en el proceso de la parapolítica y en la campaña electoral en curso.
De nuestra parte, insistiremos en el canje. Hemos dado muestras inequívocas de disposición para acordar unas reglas de juego, desde que unilateralmente liberamos más de 350 prisioneros en el Caguán y flexibilizado permanentemente las circunstancias que deben rodear un encuentro en tal sentido. Por ejemplo: desde el 16 de abril pasado, anunciamos, como demostración cierta de voluntad, la liberación del cabo Moncayo así como la entrega de los restos del mayor Guevara a su familia. Luego agregamos al soldado Calvo, que sus jefes abandonaron herido en el campo de batalla. Lo único que debe hacer el gobierno por ellos es autorizar que los recojan. Son personas al servicio del estado, pero el presidente no ha querido.
Todo esto nos alienta a intensificar esfuerzos por el canje. Tenemos también la tarea de impedir que los guerrilleros y guerrilleras detenidos se pudran en los calabozos del sistema, que allá no los extorsionen, ni los torturen, que les respeten sus convicciones, dignidad y su compromiso de conciencia, que no persigan a sus familiares ni a sus defensores, que no intimiden a quienes les proveen solidaridad. Y tenemos la tarea, el ineludible compromiso, de luchar por la repatriación de Simón, de Sonia y de Iván Vargas. Objetivos de grandes dimensiones y cuyas dificultades solo estimulan nuestro compromiso revolucionario.
Estamos convencidos que de materializarse un acuerdo de canje, se abrirían inmensas posibilidades hacia la solución política del conflicto. Los frustrados esfuerzos de ocasiones anteriores nos proveen de la madurez y la estatura requeridas para construir colectivamente el camino que conduzca a Colombia al final del túnel.
Nos duele Colombia invadida por una violencia ya no solo rural sino urbanizada, y no precisamente por la acción individual de los delincuentes sino por una dimensionada violencia larvada y desarrollada a partir de las corruptas instituciones oficiales, de la asfixiante antidemocracia y de los profundos abismos sociales existentes.
Nos duele apreciar la patria invadida y atenazada por militares del más grande imperio de la historia, el que se precia de no tener amigos sino intereses, que de contera amenaza la convivencia pacífica de los latinoamericanos.
Nos duele el país atormentado por esas masacres sistemáticas denominadas "falsos positivos", que pretenden ser demostración de eficacia militar y validez de una estrategia autodenominada "democrática".
Nos duele la sociedad que rebaja hasta el infinito los impuestos a los ricos y los aumenta a los sectores medios y pobres de la población; que subsidia a los grandes potentados, a los mafiosos, a los corruptos y le niega esos dineros a quienes verdaderamente los requieren.
Nos duele el país que convirtió a las Fuerzas Armadas oficiales en un partido político ultraderechista y clasista a la sombra de la llamada "seguridad democrática" que no es otra cosa que la máscara de la dictadura.
Nos duele el campo colombiano porque la violencia oficial, la para institucional y el narcotráfico dimensionaron dramáticamente la concentración de la tierra, ya que el latifundio se extendió a costa de las propiedades de los 4.5 millones de desplazados y de los millones de amenazados que el gobierno mantiene en el abandono, porque este es el gobierno de los grandes hacendados y ganaderos. De todos aquellos que se han beneficiado de la violencia de estos últimos 60 años, incluyendo a los nuevos ricos de las distintas bonanzas y a los militares que se han quedado con las tierras de muchos de los desplazados.
Estos son los problemas que están en el centro de la solución definitiva del conflicto. Siempre hemos considerado que su superación será sólida y duradera, si las mayorías que realmente sentimos la patria, la de todos, encontramos los caminos que conduzcan al acuerdo de paz, que posibilite construir un nuevo régimen, incluyente, que sume y no polarice, que proyecte para las mayorías, que reivindique la dignidad nacional y la soberanía como el patrimonio fundamental de la patria y la justicia social como su norte.
A los participantes de este trascendental evento, los alentamos a reforzar la brega por la libertad de todos los prisioneros de guerra a partir de acuerdos, a derrotar la insensibilidad social, la soberbia y el cinismo del gobierno que atraviesa palos en la rueda de la liberación del cabo Moncayo y del soldado Calvo. Con ellos en casa, con los restos del mayor Guevara en manos de doña Emperatriz se deben abrir nuevos momentos para los guerrilleros y los integrantes de fuerza pública prisioneros de guerra.
Los alentamos a elevar las acciones por soluciones pacíficas a los grandes problemas del país. A trabajar por encontrar caminos que nos permitan construir la reconciliación de la familia colombiana.
En momentos como el actual, con un estado que juega el papel de Caín, similar al que juega Israel en el medio oriente, invadido por los gringos con autorización legal de un presidente apátrida, corrupto y violento hasta la médula, el pueblo colombiano necesita encontrar caminos de unidad, de confluencia de voluntades y de acciones entre trabajadores, empleados, campesinos, artesanos, indígenas, intelectuales, artistas y estudiantes demócratas, minorías étnicas y desempleados.
Y luchar por la hermandad latinoamericana, por la convivencia entre los pueblos, contra una guerra que nos quieren imponer desde el Pentágono norteamericano.
La paz de Uribe es una ficción. La verdadera paz de Colombia solo será posible si la construimos, sobre bases sólidas y entre las mayorías. A eso le continuamos apostando.
Abrazos bolivarianos,
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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