Juan Francisco Coloane
Los 33 mineros atrapados en una mina en Chile no se imaginan quizás que su tragedia reimpulsa el debate de la transformación esencial.
Lo de esencial es el generar una nueva cultura laboral que apunte hacia la formación de una nueva interpretación de la economía política que se conoce hasta el momento con la implantación del ajuste a las economías en la década de los años 80, que deriva en la contracción del enfoque social y humano del crecimiento económico.
En América Latina se insiste repetidamente en diferentes círculos en el plan de la innovación y la reforma del Estado. Se debería comenzar por reconceptualizar la función trabajo, en una nueva dimensión de la economía política. Aunque hoy huela a marxismo y duela, Keynes cambió la faz de la economía política colocando en su centro al empleo en la crisis del 29.
No existe razón objetiva de peso que impida superar la sectorialidad con que se abordó el tema trabajo (o empleo), desde la reorganización institucional adoptada por los países a partir de la desestabilización producida por la Segunda Guerra Mundial.
Es cuando las burocracias se restablecen privilegiando la especificidad de intereses y de la naturaleza y formas de la producción. Como que la organicidad de la naturaleza propiamente tal, viéndola a través de la crudeza de la guerra, se haya desplazado al campo de la administración pública como la alternativa más obvia de organizar un estado maltratado por cuantiosas pérdidas.
De allí que las carteras de la administración, en una mayoría de países en vías de desarrollo acoplados a los diseños de administración europeos o norteamericanos, comenzaron a ser modeladas con una fuerte impronta sectorial. Los países que se descolonizaron en los años 50, 60 y 70, mantuvieron en general el sistema de administración colonial.
Hay sectorialidades que son obvias como es el caso de la agricultura, la pesca y lo forestal, o la misma minería, que hoy pareciera ser el sostén de la identidad nacional con la inyección emocional que produce la tragedia de los 33 mineros.
Educación y Salud en la apariencia son dos divisiones obvias porque la esencia y el volumen de los quehaceres los hace funcionar en forma separada, en una visión acostumbrada a la taxonomía funcional.
Sin embargo, Educación y Salud deberían ser dos reparticiones técnicas integradas en una gran unidad administrativa y conceptual. Si hay dos funciones de la administración pública que deben marchar imbricadas y con programas conjuntos, sobretodo en la parte de la prevención y la promoción, esas deberían ser salud y educación. Pero no es así y tal vez nunca estén integradas, por la inercia de conceptos establecidos y el escaso atrevimiento.
La sectorialidad de Trabajo es otra materia. Si el componente Trabajo es en toda su magnitud la base fundamental del producto de una nación, no debería porqué asignársele un tratamiento sectorial como si fuera un sector más de la administración. Este tema ha estado en tabla en más de algún foro internacional de agencias, con todo, es tan poderosa la influencia de la economía política enfocada en el libre mercado como eje del funcionamiento, que a pesar de las crisis cíclicas continúa a pie firme, porque en fondo no hay una fuerte demanda por un cambio sistémico.
Reposicionar trabajo en un lugar central en el manejo de la economía, sería una aproximación a ese cambio. Trabajo debería ser una repartición pública de igual importancia y porqué no mayor a la de la Hacienda Pública. Podría constituir una repartición con atribuciones políticas vinculadas estrechamente a la gestión presidencial.
Después de más de medio siglo de posicionar la cartera del trabajo -en una mayoría de países con sistemas republicanos similares en el mundo-, en un nivel de reducción sectorial técnica confinada a temas de demandas laborales y de seguridad, proponer su redimensionamiento a un nivel político similar al de la hacienda pública, puede sonar irrisorio y hasta banal.
Sin embargo, si las tasas del empleo son tan dependientes del manejo de la hacienda pública, y el empleo, al final de cuentas, es un factor primordial en los vaivenes políticos de los países, no existe razón alguna para que la cartera del trabajo esté confinada a un espacio sectorial, por debajo de las políticas de la hacienda pública. Conceptualmente tampoco tiene sentido, y cuando el tema se ha levantado en los foros internacionales se privilegia el status quo.
Trabajo, o empleo, para usar un término más acotado, es la ontología del ser. Desde Keynes hacia delante se comenzó a saber que una nación en la senda del progreso es aquélla que genera empleo bien remunerado y a raudales. Está el tema tan keynesiano de la identidad y la protección nacional a partir de una masa laboral satisfecha viendo un horizonte con menos imprevistos.
La cartera de la hacienda pública, que administra y propulsa la riqueza de un país, debería funcionar como en un mecanismo de dos pinzas en consonancia con la cartera del trabajo.
Esto significa revisar de raíz los actuales principios de la economía política que se ha visto avasallada por el peso ultra gravitante del sector especulativo de la economía.
Como el empleo productivo, en el sentido del circuito manufacturero, se desplazó hacia el Asia, y países con un costo inferior de mano de obra respecto a los países más desarrollados, trabajo como una categoría esencial de la economía política, perdió su centralidad, desplazándose a un rol de variable dependiente, o a un sector de la administración del estado que funciona como un efecto de variables más determinantes.
Es una paradoja. El sistema capitalista depende en un 100% de la variable laboral, o sea TRABAJO. Aún así, la relega a un rol secundario a la hora de configurar la economía política.
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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