José Martínez Sánchez (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
La idea viene de Víctor Hugo, el poeta "más vigoroso y popular de Francia", como lo veía el también creador y crítico literario Charles Baudelaire. El autor de "Los miserables" había advertido la presencia del intelectual malvado de ciudad y su influencia retrógrada para el desarrollo de la cultura en medio de la injusticia social y el enriquecimiento acelerado de comerciantes, clérigos y financistas, a lo que oponía un discurso filosófico en defensa de los desamparados de la tierra. Pero, ¿de qué individuo nos habla? Al situar el personaje, no siempre de origen noble, podemos formarnos una idea de ese intelectual cortesano destinado a entretener a las minorías semiletradas, en la mayoría de los casos llegado a más gracias a su habilidad para abrirse paso a codazo duro contra sus contemporáneos, cumpliendo así una doble misión: por un lado, la de hacer el papel de bufón en las cortes, donde no faltarán las prebendas burocráticas y el aprecio de los señores, si es obediente y no incurre en el desmán de ir contra la corriente. En segundo término, la de servir de muro de contención a otros artistas e intelectuales que, poseedores de un talento natural y una manera de concebir el mundo desde la complejidad propia de un nuevo orden que habrá de ser instaurado en la diversidad de lo existente, sobreviven a las inclemencias de la vieja sociedad.
La Francia del siglo XIX, desde luego, abunda en casos de miseria y exclusión. No en vano tantos poetas y escritores de la época contribuyeron al derrumbamiento de una moral caduca y sentaron las bases para un ser diferente en todos los campos de la actividad artística. No en vano, decimos, el mundo entero fue testigo del alzamiento espiritual propiciado por los manifiestos de vanguardia y la reacción cada vez más probada de artistas e intelectuales contra la sociedad de consumo, acostumbrada a trocar el "objeto cultural" en un modelo de ganancia y mediocridad general, como lo demuestran ahora los mercados del behaviorismo institucionalizado.
¿Cuál es la acción visible de ese intelectual malvado de ciudad, situado en la actual coyuntura histórica, más concretamente en nuestros países dependientes? El hecho cierto de que existe una "cultura oficial", limitada por tanto a fenómenos como el burocratismo y la corrupción, y en consecuencia antidemocrática, confirma la presencia del bufón en instancias propias del aparato gubernamental. Poetas, escritores, historiadores, amanuenses, planificadores, comunicadores, columnistas, gerentes y demás similares trabajan sin medida con el fin de mantener aceitados los mecanismos de poder. Por fuera quedan las cenicientas, esos "negros" de pluma alquilada que, por unos cuantos pesos, maquillan el falso talento de sus protectores. Los primeros podrán escribir poemas y publicarlos en libros de tapa dura y con excelente diseño, pero jamás accederán a la verdadera poesía. Como se sabe, ésta involucra eficazmente la actitud humana y el sueño milenario del hombre. Tampoco los genocidas disfrazados de poetas hallarán lugar en el arte. Ni el supuesto "genio" de Nerón podrá salvarlos del precipicio de la historia. Ellos, más que cualquiera otro intelectual malvado de ciudad, fabrican día a día su propio sarcófago, sobre todo porque una de sus peculiaridades es la falta de sensibilidad para reconocer la grandeza del hombre, su arrojado vigor al sobreponerse a los desastres originados por una plutocracia insaciable en nuestras economías subsidiarias. Por lo bajo languidece el figurón ingenuo, mezcla de vedette y geniecillo local, ávido de macartismo y narcisodependiente.
Entre las características de un escritor genial está la capacidad de bucear en su tiempo los reductos de putrefacción que habrán de alimentar a la sociedad venidera y, abriendo el espectro, a toda la humanidad. En esto consiste su naturaleza visionaria, la apuesta contra un medio del que no puede ser afirmación sino oposición inevitable. Víctor Hugo así lo comprendió. Por eso su vigencia en estos tiempos de penuria.
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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