sábado, 12 de febrero de 2011

PETER HANDKE, un testimonio de la memoria subterranea.

Edgar Borges (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

En el discurso que Peter Handke (Griffen, Austria, 1942) pronunció en el entierro de Slobodan Milosevic habló de "El mundo, el supuesto mundo", para referirse a la realidad mediático-política que nos imponen como verdad absoluta. Más allá de las simplezas conservadoras que nos quieren dividir la vida en blanco y negro (buenos y malos de una mediocre película), y sin centrarme en el caso Milosevic, las palabras de Handke apuntan directo al centro de la mentira global. Sirven para mostrar los hilos invisibles que se utilizan para manejar la tierra. El mundo que vemos es una vestimenta ajena a la vida (y por ende a la naturaleza), los muchos mundos que existen (y que sangran a contra luz) andan por los subterráneos del planeta.

Peter Handke, alejado de la simpatía que hoy muestra un "gremio literario" empeñado en caer en gracia a la estupidez generalizada, compromete doblemente (en voz y técnica) su palabra. A paso de equilibrista atraviesa el hilo que comunica el borde del precipicio literario con el del precipicio político. Llega, escribe novelas sobre la incomunicación (interior y exterior) del ser humano, y regresa a la crónica para descomponer las piezas del puzzle social (y no detiene su viaje de ida y vuelta). Handke contradice, quizá como ningún otro intelectual (y vaya que reivindica la acción que hay detrás de esa palabra), el dogma capitalista que nos pretende hacer creer que "literatura y compromiso son dos vías que en la supuesta posmodernidad caminan por separado". A la obra de Handke le llegamos por cinco caminos de alto brillo (y compromiso): la poesía, la novela, la crónica, el teatro y el cine. Y en los cinco senderos la llegada (que nunca es llegada porque siempre es camino) es de las más importantes que ofrece la literatura concebida en tiempos de aislamiento humano. En su escritura el lector deberá aceptar el reto de sentir que la palabra sólo es útil si nos sirve como puerta de acceso a un espacio (muchos espacios). La palabra, más que llegada, es una vía. Handke, como implosionista, dinamita palabras en uno y otro extremo del abismo. Y entre las ruinas del verbo encontramos los pedazos del mensaje que andábamos buscando (que acaso sea una réplica del individuo extraviado).

Peter Handke tiene varios libros que le aseguran un lugar en la mejor historia literaria. Desconocer eso, por más que algunos representantes de la cerrazón mental hayan pretendido silenciar su voz (la novelada), sería absurdo. No obstante, es mucho el estudio que merece su otra voz, la que habla en clave de crónica. En ese terreno el escritor enfrenta al individuo a un espejo donde su otro yo es la sociedad (y la nada. Como si todas las observaciones nos llevaran a un mismo punto: la desolación interior). El propio autor explica su transito por ambas rutas (la individual y la colectiva). De "El peso del mundo" (1977), ese libro que pudiera ser el diario íntimo de cualquiera, dice que "No es una narración consciente sino una crónica inmediata de las percepciones, fijada simultáneamente. La crónica de una conciencia individual publicada en forma de libro." De "Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia" (1996) afirma que "Era sobre todo a causa de las guerras por lo que yo quería ir a Serbia, al país de aquellos a los que generalmente se les llama los 'agresores'. Sin embargo, lo que me tentaba también era simplemente ver el país que, de todos los estados de Yugoslavia, era para mí el menos conocido y, a la vez, debido quizás precisamente a las noticias y opiniones que corrían sobre él, el que en aquel momento más me atraía…" Y guiado por la inconformidad que le impulsa a no aceptar la realidad mediática que nos cuentan, se convierte en testigo excepcional de las pequeñas (y múltiples) realidades que habitaban (y habitan) tras las puertas visibles de la guerra de los Balcanes (el humo invisible que permanece en el tiempo). Aquel libro de viajes, donde el observador nos contó los detalles hermosos y brutales (el día a día) que su mirada descubrió entre la vida cotidiana y la irrupción del fuego mancomunadamente extranjero (OTAN), significó un castigo público para el escritor. Los "grandes especialistas" de la opinión pública lo condenaron, según la historia exclusiva de ellos, a ser "amigo íntimo" de Milosevic y de los "serbios extremistas". No obstante, la contemplación activa de Peter Handke no se detiene, más allá de la progresiva pretensión de censurar "democráticamente" el pensamiento crítico. Handke es, afortunadamente, un escritor que avanza a contracorriente de la mediocridad internacional. Su sillón de escritura lo usa para armar (el fuego luminoso del verbo) su palabra, nunca para dormir la siesta de la "intelectualidad" que se regocija de los "favores públicos recibidos". En ese mismo recorrido por los sótanos de la saturación informativa, nos encontramos con la publicación de "Preguntando entre lágrimas. Apuntes sobre Yugoslavia bajo las bombas y en torno al Tribunal de La Haya" (2010), un nuevo libro de crónicas. Gracias a la reiterativa censura editorial (basada en la imposición de una oferta y de una demanda) la obra no ha sido publicada en España. El libro, demostrando que cualquier rincón del planeta sirve para trinchera de la causa humana, ha sido lanzado en Chile por Ediciones Universidad Diego Portales. Cecilia Dreymüller (Eifel Alemania, 1962), traductora, prologuista y aguda estudiosa de la obra de Handke, me dice que "Este libro, tal como está en español, no existe en alemán. Tuve la idea de hacerlo porque sentí que las posiciones de Handke respecto al tema de Yugoslavia necesitaban una presentación conjunta y contrastada. Busqué en vano un editor en España y al recibir negativas de varias grandes editoriales, Ignacio Echevarría me facilitó el contacto con los editores de la Universidad Diego Portales que estuvieron encantados con mi propuesta de libro, así que lo hice con ellos".

"Preguntando entre lágrimas" es otra puerta que Peter Handke le abre a la realidad escondida (la que aplastan las potencias de tradición imperialista, con botas y con ideas impositivas). "Un anciano, de pie como yo ante el cordón, de repente y en silencio, me da un apretón de manos y se marcha. Pero, al darse la vuelta, percibo, no por primera vez en este viaje por Yugoslavia, que tiene los ojos humedecidos". La palabra del escritor es un paso (una mirada) que se detiene en los dolores minúsculos que no reseña el tic tac del gran reloj informativo. Como la oncóloga que encuentra en el camino y lo recibe vomitando preguntas en medio de su espacio bombardeado: "¿Realmente somos tan culpables"?...Para que haya un sufrimiento así, debe haber antes una culpa. No puede ser de otro modo, debemos ser culpables. ¿Pero de qué? ¿Y por qué?" Y el observador descubre, otra vez, la lágrima del pueblo: "Y también ella tiene los ojos humedecidos…Pero no aparta los ojos inmediatamente, como antes el anciano en Belgrado; al contrario, nos los muestra frontalmente; los expone a la luz, al sol. Entre lágrimas preguntando, preguntando. Preguntando. Pretexto, tema para un escultor, pero, ¿para cuál?" "Preguntando entre lágrimas" reúne dos nuevos viajes que Handke realizó a Yugoslavia en 1999 y los informes que recopiló luego de sus visitas al Tribunal Internacional de La Haya, en 2002 y 2004 (en una de las cuales se entrevistó con el ex presidente serbio Slobodan Milosevic). En el libro el autor advierte sobre la prolongación de la tragedia impuesta: "La aniquilación de Yugoslavia, todavía no del todo evidente para el resto del mundo, es una emboscada que lleva un dispositivo que me parece temporal y no local, y que será desastrosa más adelante. Una emboscada del tiempo. ¡Otro lenguaje, por favor, o simplemente otro tono para Yugoslavia, para todos los países!" Mi lectura me indica que la observación (activa) de Peter Handke es un testimonio que nos comunica por igual con la memoria de todos los pueblos que han sido ocupados por una fuerza extranjera. Y una ocupación es una bofetada a cada individuo digno del planeta.



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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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