sábado, 17 de octubre de 2009

LA POBREZA

 
Anónimo

—Decidme qué es la alquimia entonces— continuó la reina.

—Es la búsqueda de la piedra filosofal, con la cual se transmutan los metales innobles, en plata y oro; y del elixir de la vida, sustancia que permitiría alcanzar la inmortalidad— explicó el conde.

—¿Qué decís? ¡Voto a tal!— exclamó el rey—. ¡Es ésta una materia asaz peligrosa!
 
En verdad que atenta contra la estabilidad del reino. Razón ha tenido la Iglesia en condenarla y el Santo Oficio tendría que ocuparse de esto. Sería horrible que se pudiera fabricar el oro, y que ese conocimiento se difundiera, en tal caso, no habría pobres; y, si no hay pobres, tampoco existiríamos los ricos; o hay de unos y otros o ninguna de las dos categorías; que soplar y sorber no puede junto ser. En un mundo donde todos fueran acaudalados, no se conseguirían palafreneros ni peones ni soldados ni mozo de cordel o de espuela ni cocinero ni carpintero ni siervo ni vasallo; pero qué digo ¡pardiez!… si no habría nobles.
 
Todo súbdito sería rey. No existiría el tributo ni el pechero: no tendrían razón de ser. Un horror, caballeros, un caos.
La gente tiene la fantasía de que los que mandan, querrían llenarles la bolsa y apercibirles la mesa, vanos sueños, es parte de su estupidez natural.
 
Los gobernantes, los reyes, oídlo bien... debemos ser capaces de generar pobreza. No tendría sentido lo contrario. Tenemos que evitar el desastre. Las leyes están hechas para lograr ese resultado. Son dictadas no sólo para regir a los villanos, sino para que lo sigan siendo.
Del mismo modo, los fueros se han creado, como se comprende, no solamente para nuestra protección; sino para el mantenimiento de todo este necesario equilibrio.
 
Como veis, no es tarea fácil ser monarca. Algunos piensan que es igual a soplar y hacer botellas. Hay que prohibir que se fabrique oro.
—Vuestra Majestad se expresa con tal claridad y explica las cosas tan bien, que es un gusto escucharlo— dijo doña Guiomar de Castro, condesa de Treviño.

El texto ha sido tomado de la página 115 del libro "El Caballero Hernán y el Adversario Invisible", novela histórica en la España de los Reyes Católicos.


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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo

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