Jaime Richart(especial para ARGENPRESS.info)
Esta es la cuestión, como diría Hamlet… Este es el reto que tiene la izquierda real del mundo. Me refiero a la izquierda que no sólo "es" anticapitalista sino que detesta el capitalismo tanto como odia el capitalista el comunismo y al comunista. Con paños calientes y con indulgencia superdemocráticas no se consigue avanzar.
Siempre ellos, los sin escrúpulos, tienen todas las de ganar. No está gobernado virtualmente el mundo porque éste sea el menos malo de los sistemas posibles, ni tampoco porque el mundo se conforme con un pasar. Está gobernado a la fuerza por las fuerzas capitalistas, porque además de ejércitos, de policías y de tretas, manejan como nadie toda clase de espejuelos. A las pruebas me remito. Cada día se fortifican más el capitalismo y los capitalistas.
Venimos siendo regidos tras la segunda guerra mundial –qué digo, desde siempre- por los mismos. Los socialistas y los socialdemocrátas son versiones "mejoradas" de la derecha. Nada más. Lo único que está claro dentro de esta ceremonia de confusión llamando socialismo democrático o socialdemocracia a lo que no son más que modalidades de capitalismo con algún refreno a los excesos supercapitalistas que a la postre resultan inútiles, es el anticapitalismo.
En la misma constitución española hay registros que posibilitan que la mayoría anticapitalista alcance la mayoría política procediendo a la revolución de la mayoría. El art. 9.2 hace responsables a todos los poderes públicos de la remoción de cuantos obstáculos impidan que la libertad y la igualdad de las personas y sus colectivos sean reales y efectivos. Pero es, como tantos otros preceptos de toda ella, papel mojado, salvo en lo que se refiere al empotramiento de la monarquía impuesta por los franquistas…
Lo digo al principio. No basta con ser anticapitalista. Ya que por estos pagos y por los otros no hay chávezes que se pongan al frente de la causa, entre otras razones porque no tenemos petróleo (llave que abre la puerta a numerosas posibilidades), hay que ir a los parlamentos pertrechados de la convicción anticapitalista como la única salvación posible de la sociedad y del planeta. El problema luego es imaginar siquiera que tropeles de universitarios -formados justo para ser capitalistas-, o no universitarios, deformados por la necesidad de doblegarse también, puedan nutrir las filas de ese partido superorganizado de izquierda rotunda que se precisa para dar un vuelco a las urnas. Y luego para hacer frente a los tocapelotas y energúmenos capitalistas que se meten por los intersicios de toda la sociedad, de manera que unos pocos son capaces de volverla loca hasta esclerotizarla impidiendo todo avance. Como es el caso de los que operan, aparentando otra cosa, con fines justamente opuestos a los que se les atribuye. Por ejemplo, los que ponen explosivos en los bajos de los coches...
Sea como fuere y con las dificultades que cabe imaginar, la solución en el mundo y para el mundo sólo puede consistir en barrer para siempre el capitalismo del mundo, democrática o no democráticamente, por las buenas o por las malas. Es una obviedad. Pero como pasa con todo lo evidente, lo evidente no sólo es lo más difícil de explicar, sino también lo más difícil de acometer. Por eso no aparecen grupos prudentes pero efectivos, astutos pero enérgicos, dispuestos a cambiar el rumbo y el fatalismo que parece habernos reservado la historia con el invariable triunfo de los más fuertes.
Esta es la cuestión, como diría Hamlet… Este es el reto que tiene la izquierda real del mundo. Me refiero a la izquierda que no sólo "es" anticapitalista sino que detesta el capitalismo tanto como odia el capitalista el comunismo y al comunista. Con paños calientes y con indulgencia superdemocráticas no se consigue avanzar.
Siempre ellos, los sin escrúpulos, tienen todas las de ganar. No está gobernado virtualmente el mundo porque éste sea el menos malo de los sistemas posibles, ni tampoco porque el mundo se conforme con un pasar. Está gobernado a la fuerza por las fuerzas capitalistas, porque además de ejércitos, de policías y de tretas, manejan como nadie toda clase de espejuelos. A las pruebas me remito. Cada día se fortifican más el capitalismo y los capitalistas.
Venimos siendo regidos tras la segunda guerra mundial –qué digo, desde siempre- por los mismos. Los socialistas y los socialdemocrátas son versiones "mejoradas" de la derecha. Nada más. Lo único que está claro dentro de esta ceremonia de confusión llamando socialismo democrático o socialdemocracia a lo que no son más que modalidades de capitalismo con algún refreno a los excesos supercapitalistas que a la postre resultan inútiles, es el anticapitalismo.
En la misma constitución española hay registros que posibilitan que la mayoría anticapitalista alcance la mayoría política procediendo a la revolución de la mayoría. El art. 9.2 hace responsables a todos los poderes públicos de la remoción de cuantos obstáculos impidan que la libertad y la igualdad de las personas y sus colectivos sean reales y efectivos. Pero es, como tantos otros preceptos de toda ella, papel mojado, salvo en lo que se refiere al empotramiento de la monarquía impuesta por los franquistas…
Lo digo al principio. No basta con ser anticapitalista. Ya que por estos pagos y por los otros no hay chávezes que se pongan al frente de la causa, entre otras razones porque no tenemos petróleo (llave que abre la puerta a numerosas posibilidades), hay que ir a los parlamentos pertrechados de la convicción anticapitalista como la única salvación posible de la sociedad y del planeta. El problema luego es imaginar siquiera que tropeles de universitarios -formados justo para ser capitalistas-, o no universitarios, deformados por la necesidad de doblegarse también, puedan nutrir las filas de ese partido superorganizado de izquierda rotunda que se precisa para dar un vuelco a las urnas. Y luego para hacer frente a los tocapelotas y energúmenos capitalistas que se meten por los intersicios de toda la sociedad, de manera que unos pocos son capaces de volverla loca hasta esclerotizarla impidiendo todo avance. Como es el caso de los que operan, aparentando otra cosa, con fines justamente opuestos a los que se les atribuye. Por ejemplo, los que ponen explosivos en los bajos de los coches...
Sea como fuere y con las dificultades que cabe imaginar, la solución en el mundo y para el mundo sólo puede consistir en barrer para siempre el capitalismo del mundo, democrática o no democráticamente, por las buenas o por las malas. Es una obviedad. Pero como pasa con todo lo evidente, lo evidente no sólo es lo más difícil de explicar, sino también lo más difícil de acometer. Por eso no aparecen grupos prudentes pero efectivos, astutos pero enérgicos, dispuestos a cambiar el rumbo y el fatalismo que parece habernos reservado la historia con el invariable triunfo de los más fuertes.
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