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por Sam Schechner Dow Jones Newswires |
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8 de febrero -- Ann Tucker empujaba su carrito del supermercado por la sección de productos lácteos en Plainview, Nueva York, cuando de pronto se volvió y besó a su marido. Ese beso de supermercado es un ritual normal de los Tucker. También los son el beso en el restaurante y en el semáforo. "Creo que nos besamos mucho", dijo Tucker, una matemática de 39 años que trabaja en una firma especializada en administración de capitales. Tucker ha sido feliz desde que se casó, y los científicos se preguntan por qué. Pertenece a una pequeña clase de personas que dicen estar aún enamorados, a pesar de tener varios años casados, empleos de mucho ajetreo y otras demandas de la vida diaria, que por lo general disminuyen la pasión. Para la mayoría de las parejas, el sentimiento arrebatador y casi narcotizante del amor inicial da lugar a una relación más sosegada. Ahora, los investigadores emplean la ciencia del laboratorio para investigar a Tucker y a otros que viven romances de cuentos de hadas. Estos estudios podrían ayudar a revelar los mecanismos de la pasión que perdura toda la vida y, tal vez, un día permitan su restauración. Desde hace mucho tiempo, los escritores y filósofos han analizado el amor y la pasión. El siglo XIX atrajo a la discusión a sociólogos y psicólogos. En años recientes, se les unieron los neurólogos. Si bien desde el punto de vista histórico, el amor se relaciona con el corazón, ahora se buscan las respuestas en el cerebro, por medio de las imágenes de resonancia magnética y otras modernas herramientas para tratar de hacer un mapa de las rutas del amor. Los psicólogos que estudian las relaciones amorosas confirman la constante decadencia del amor romántico. De acuerdo con las encuestas, cada año la pareja promedio pierde un poco de esa chispa. Un estudio sociológico sobre la satisfacción marital realizado por University of Nebraska en Lincoln y Penn State University siguió a más de 2,000 personas casadas durante 17 años. En promedio, la felicidad conyugal cayó de manera severa en los primeros 10 años, y después lo hizo de manera más lenta. Hace unos 15 años, Arthur Aron, psicólogo social de Stony Brook University, tuvo curiosidad sobre las parejas que no se apegaban a esta norma. Su trabajo le permitió descubrir el patrón usual de la pasión que caía. Pero se vio atraído por lo que los especialistas en estadística llaman "puntos atípicos", es decir, los que están muy lejos de la curva del comportamiento que se considera normal. Tales puntos representaban a personas que dijeron llevar varios años enamorados y seguir estándolo. "No sabía a qué se debía eso", dijo el Dr. Aron. "¿Acaso era un error al azar? ¿Se engañaban a sí mismos? ¿Engañaban a los demás? Se supone que eso no debe suceder". Un día de finales de agosto, Tucker visitó el Center for Brain Imaging de New York University. Allí, un dispositivo de cuatro toneladas denominado escáner de resonancia magnética funcional analizaría su cerebro mientras observaba una fotografía de su marido. Esta máquina registra las variaciones en los niveles del oxígeno sanguíneo que alimenta el cerebro. Debido a que el cerebro abastece de inmediato de sangre fresca a las zonas que trabajan, los investigadores usan estos cambios para ver dónde es más activo el cerebro durante la realización de tareas mentales, como el reconocimiento de palabras o sentir amor. Tucker estuvo acompañada de Bianca Acevedo, estudiante de posgrado del Dr. Aron. El proyecto de tesis doctoral de Acevedo se basa en el estudio de las imágenes cerebrales para comparar el amor nuevo con el amor de largo plazo. Sólo unos cuantos estudios emplean las imágenes de resonancia magnética para estudiar el amor, en parte debido a que los científicos aún debaten si es una buena medida de estados mentales difíciles de definir. El primer estudio citado de manera general, que se publicó en 2000, exploró a hombres y mujeres que dijeron estar locamente enamorados. Se hallaron evidencias de que es posible rastrear el amor en el cerebro. Con el paso de los años, el Dr. Aron colaboró en un estudio que iría más allá. Publicado en 2005, ayudó a establecer un vínculo entre el amor romántico y el llamado circuito cerebral de búsqueda de recompensa, que se cree que se relaciona con motivaciones profundas, como la sed y la adicción a las drogas. El Dr. Aron se unió a Helen Fisher, antropóloga de Rutgers University en Nueva Jersey, y a Lucy L. Brown, neuróloga del Einstein College of Medicine del Bronx, en Nueva York. Juntos examinaron los flujos sanguíneos en los cerebros de 17 voluntarios, en su mayoría estudiantes universitarios, a quienes se escandió mientras veían fotografías de sus parejas. Entonces encontraron una gran actividad en una región cerebral llamada tegmento ventral, rica en dopamina, un compuesto químico cerebral que se relaciona con la sensación de placer. Otro de los estudiantes del Dr. Aron obtuvo los mismos resultados en China, lo que reforzó la hipótesis de que el amor romántico es un impulso biológico que no se relaciona con la cultura. No obstante, ninguno de estos estudios se enfocó en personas involucradas en relaciones de largo plazo. El plan de la investigación de Acevedo, que formuló junto con los Dres. Aron, Fisher y Brown, era repetir el experimento con personas que llevaran enamoradas más de una década, para ver las diferencias. El primer problema era encontrar a estas parejas. Tucker es una meticulosa mujer de cabello negro, que llegó a Estados Unidos cuando tenía 5 años, proveniente de Corea. Es tímida y habla con cuidado, y a veces usa la jerga estadística cuando habla con su marido. Cuando planean una fiesta, los cónyuges, ambos doctores en matemáticas, evalúan un "Error de tipo I" contra uno "de tipo II"; es decir, ofrecer muy poca o demasiada comida. Su esposo, Alan, de 64 años, es un delgado profesor de matemáticas aplicadas de Stony Brook, que habla con entusiasmo juvenil. Se conocieron en una conferencia de matemáticas en los montes Adirondack. "Supe de inmediato que nos casaríamos", dijo Ann Tucker. Se casaron menos de un año después, el día de San Valentín. Ahora viven en una casa de dos pisos en Cold Spring Harbor, Nueva York. Una tarde del otoño pasado, mientras su hijo Teddy, de 10 años, jugaba con su PlayStation, y su otro hijo, James, que empieza a caminar, jugaba con un trenecito, Tucker narró su noviazgo. "Después de la segunda cita, dábamos tres pasos, nos deteníamos y nos besábamos", dijo. Después de casi 11 años de matrimonio, aún se ven como ideales románticos. Los investigadores también encontraron a Michelle Jordan, una consultora en comunicaciones de 59 años, y a su marido, Billy Owens. En un vuelo de costa a costa se sentó junto a Owens, un robusto hombre de Gadsden, Alabama. "De inmediato pensé, qué hombre tan atractivo", dijo. Platicaron durante todo el vuelo, y el ingenio ácido de ella combinó a la perfección con el encanto sencillo de él. Jordan y Owens vivían en ciudades diferentes, así que fueron precisos varios meses de citas a larga distancia antes de su primer beso. "Uno siempre tiene precaución para no sufrir otra desilusión", recuerda ella, quien a la sazón tenía 42 años. Se casaron tres años después y ahora viven en Newport Beach, California. Aún ahora, Jordan busca la mano de su esposo cuando están juntos. "Es algo muy natural", dijo. Acevedo confiaba que ese amor a largo plazo era verdadero, si bien se trataba de un raro fenómeno. La actividad cerebral en el tegmento ventral apoyaría esa idea. La Dra. Brown, la neuróloga del proyecto, tenía sus dudas. Su teoría: las señoras Tucker y Jordan no experimentaban los mismos impulsos cerebrales que las amantes nuevas, y las exploraciones cerebrales lo demostrarían. Tucker recuerda haberse quitado un brazalete de oro, regalo de su marido, antes de deslizarse en la máquina. Le proyectaron imágenes de su marido en un espejo sobre ella, y recuerda haber sentido "una cálida satisfacción". Hasta hace poco, la mayoría de neurólogos consideraban al amor un tema mal definido, que era mejor evitar. Pero un número creciente de trabajos revelaron que el afecto tiene una base neurológica. En 1996, una conferencia financiada por empresas privadas y realizada en Estocolmo se tituló "¿existe una neurobiología del amor?" Entre los organizadores estaba Sue Carter, experta en el cerebro de la rata de las praderas. La rata de la pradera es un roedor norteamericano que se une con su pareja de por vida, lo que la hace un modelo útil para estudiar el afecto humano. La Dra. Carter, neuroendocrinóloga de University of Illinois en Chicago, ayudó a establecer un vínculo entre la monogamia de la rata de las praderas y la oxitocina, la llamada hormona del amor, que ayuda a unir parejas, así como a las madres con sus vástagos. Los psicólogos y sociólogos trabajaron en diferentes tácticas, aplicando sus teorías sobre el amor a los experimentos y encuestas sociales. Su medida más popular es la Passionate Love Scale (Escala del amor apasionado). Se pide a las personas anotar 15 oraciones sobre sus amantes, como, "Para mí, (espacio) es la pareja romántica perfecta". El trabajo del Dr. Aron y sus colegas refleja la creciente colaboración entre las ciencias sociales y las neurológicas. A los pocos días del escaneo cerebral de Tucker, la Dra. Brown, la neuróloga, estaba sentada en su oficina repleta de libros y veía los resultados. "Vaya, vaya", recuerda haber pensado. El cerebro de Tucker reaccionó ante la fotografía de su marido con una frenética actividad en el tegmento ventral. "Eso me sorprendió mucho", dijo la Dra. Brown. La exploración cerebral confirmó lo que Tucker había dicho. Pero cuando supo el resultado, también se sorprendió un poco. "No es algo que esperara después de 11 años", dice. "Pero tenerlo es como un regalo". La exploración también reveló una fuerte reacción en el globo pálido ventral de Tucker, un área que se dedujo, con base en los estudios en ratas de pradera, que tenía vínculos con las relaciones a largo plazo. En apariencia, Tucker disfrutaba del viejo y del nuevo amor. Meses después, la Dra. Brown analizó los datos de cuatro personas, incluyendo a Jordan, quienes también presentaron actividad cerebral asociada con un nuevo amor. El estudio aún está en marcha y se buscan más voluntarios. Aún hay mucho trabajo por realizar antes de que los científicos puedan hacer un mapa del sistema de interrelaciones humanas y aprender los factores que la afectan. Un medicamento para el amor es un sueño aún más distante. "Quienes nos dedicamos a esta especialidad hemos bromeado sobre eso, pero nadie piensa que sea algo realista a corto plazo", dijo Aron. "Por supuesto, tal vez una empresa farmacéutica se ponga en contacto con nosotros y nos dé un montón de miles de millones de dólares, y así encontremos algo". Traducido por Luis Cedillo Editado por Juan Carlos Jolly Copyright © 2008 Dow Jones & Company, Inc. All Rights Reserved |
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