Miguel Ángel Avilés
SUSANA SALDAÑA (…Y SU TRABAJADORA DESALMADA)
Cuando se dio a conocer la noticia de lo ocurrido a la trabajadora domestica de la diputada Susana Saldaña todo mundo se consternó.
Estos hechos presuntamente delictivos fueron tratados como nota principal en los periódicos y las muestras de apoyo y solidaridad no se hicieron esperar.
En la sesión del congreso de esa mañana unos levantaron la voz sinceramente reclamando el esclarecimiento de los hechos. Para otros-y otras- esta noticia significó, por que no decirlo, un alivio pues quizás ningún tema se tenía preparado para atraer reflectores ese día. Decir algo al respecto, con aspaviento y todo, era suficiente para colarse en una nota.
El propio partido de la diputada Saldaña habló fuerte, se posicionó en tribuna y mantuvo su protesta indefinidamente a través de una pantalla que instalaron en el salón de plenos del Congreso.
Todo esto era normal porque el hecho en si mismo-considerado como cierto-era reprobable. Como pocas veces, la unanimidad imperó y la demanda generalizaba era que cuanto antes la autoridad ministerial tuviera efectivos resultados. Si alguien de los legisladores llegó a poner en duda la veracidad de algo tan delicado, prefirió no decir nada para no desentonar pues era tanto como contar charras a los pies de un moribundo.
Por el contrario, tal como pasa en muchos otros casos, sin que se conociera a fondo los datos que hasta ese momento arrojaba la averiguación, todos daban como cierto el hecho denunciado.
Pero en este escenario, donde el alboroto giraba en torno a un delito o varios, la víctima real, o sea la empleada doméstica-que no se veía por ningún lado- era desplazada de facto por su patrona y ante los ojos de la vida pública era esta última la que acumulaba muestras de apoyo de sus pares, indignaciones a su favor, y exigencias tronantes de sus correligionarios.
Sí teatralizamos hacia lo absurdo digamos que, caído el telón luego de tan estupendo montaje Maria del Socorro Sosa Álvarez receptora de los supuestos delitos de robo con violencia y violación, de golpe y porrazo era metida en el closett porque estorbaba y en su lugar, una vez puestos los reflectores, se sembraba a la diputada Saldaña como si esta hubiera sido la vejada para que en los hechos recibiera, ya como víctima ligh, toda la cosecha de lo que había sembrado su trabajadora.
Con sutileza pues, alguien estaba recibiendo las condolencias y se dejaba apapachar porque el rédito político no estaba para despreciarse.
Pero, enajenado que quedamos con los éxitos de los buenos publicistas, para entonces uno ya se preguntaba ¿…y la trabajadora, apá??
Los que hemos visto el desempeño público de la diputada Saldaña Cabazos ni por asomo llegaríamos a especular que todo esto que ahora se vino abajo fue producto de un maniqueísmo donde ella pudo ser partícipe.
Y es que sus opiniones enérgicas, su indignación ante los temas deshonrosos, su ceja levantada, su seriedad de Juana Gallo, sus punzantes cuestionamientos a todo aquel funcionario que comparece oficialmente en el recinto, su circunspecto rostro por los pasillos del Congreso son señas particulares de alguien a quien por lo pronto difícilmente se le puede imputar ni tan siquiera una sospecha de planear una historia apócrifa de esta naturaleza.
Empero, mientras acá en el actuar de la política el hecho denunciado ya se había convertido en una verdad irrefutable, allá, cubierta bajo el manto de lo secreto tal como la ley se lo pide, la averiguación previa integrada a pie justillas trajo malas nuevas y anuncia que la ofendida real había inventado todo lo que dio pie a esta historia.
De la noche a la mañana entonces todo cambió. Ahora sí Socorro Sosa Álvarez era puesta por delante, casi como castigo divino, y se arrojaba a la hoguera de las críticas de todo tipo, nomás-por poquito y dicen- pa que se le quite, por venir a estropear esto que se estaba poniendo tan bonito.
Los que se compadecieron de ella-y a la par brindaron, sin hondar primero en la veracidad de los hechos- todo su apoyo a la diputada- ahora apelaban a la escaramuza del sonrojo y hacían lo posible por salir airosos de esta penita que ya se tornaba generalizada por los rumbos del poder legislativo.
No fueron pocos los que quisieron huir de este atolladero hacia donde los había llevado sus desboque de declaraciones y pronunciaron otras tantas para tratar de apagar este desliz. La diputada plurinominal Petra Santos, por ejemplo, quien había tomado casi como agravio propio lo hechos investigados dijo: " me decepcionada el actuar de esta mujer". Su decir, sin embargo, fue retomado tan impersonal y escuetamente en una nota de conocido medio que no se pudo saber a ciencia cierta si la señora se refería a la trabajadora domestica, a su colega Susana Saldaña o, ya de plano, era nomás un simple ejercicio de autocrítica.
Este cuento parece que hubiera dado fin una vez que se informó-sin dar detalles si fue espontánea y libremente- que Sosa Álvarez declaró que todo fue inventado. Desde entonces el comentar del tema bajó de intensidad. El escribir sobre ello ahora pareciera, incluso, ser anacrónico.
Pero a fuerzas de ser rigurosos, creemos que aun, en lo legal y en lo mediático, quedan muchos círculos por cerrarse.
En el terreno laboral habría que saber si en caso de que la relación de trabajo entre Susana Saldaña y Sosa Álvarez se dio por terminada, como es que concluyó esta. Es decir, si se originó por la renuncia de la trabajadora, por acuerdo de voluntades entre las partes o por decisión unilateral de la diputada. Si pasó esto último, la diputada seguramente cumplió con el procedimiento que para ello la ley exige o de lo contrario, estaríamos ante un posible despido injustificado.
En el terreno penal, siendo estrictos, la cosa no acaba por el sólo hecho de que la denunciante haya dicho que los hechos denunciados son falsos. En su momento habrá de haber una resolución y allí, con los resultados que arroje la averiguación, puede que a nadie se consigne pero, porque no, puede que también se inviertan los papeles y de acusadora se pase a acusada si es que por su proceder se actualizó algún delito, o si hubo o no hubo en esta singular historia una perversa y trepidante coautoría…
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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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