Alberto Híjar
Reconocida y homenajeada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional en los ochenta, Gloria Valdez convoca a recordar lo que hacíamos por Nicaragua hace treinta años. Habrá comida, música y carteles para refrescar la memoria. Es buena la iniciativa sobre la base de que si tuviéramos de nuevo la misma oportunidad, haríamos lo mismo. Esto implica asumirnos como los buenos para culpar a otros del desastre que tiene a Nicaragua compitiendo con Haití y Honduras por la mayor miseria extrema de América. No puede esgrimirse el pretexto del bloqueo yanqui levantado de tiempo atrás a partir primero de los gobiernos de ultraderecha y luego de la conversión a la derecha de los traidores encabezados por la funesta pareja de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Las cosas cambiaron con el pretexto de la caída del socialismo soviético de donde llegaba ayuda para la reconstrucción de Nicaragua, mucha de ella desperdiciada o echada a perder por la inexperiencia administrativa antes de que el comandante Henry Ruiz se hiciera cargo de organizarla. Con el trabajó el compañero Octavio, integrado como tantos otros a la preparación revolucionaria desde México en los años setenta. Largas filas de profesionales europeos y americanos solicitaban su incorporación a las tareas urgentes mientras una minoría de sandinistas locos se negaba a construir a cambio de movilizarse sin pausa. La Universidad acabó cerrada porque la Juventud Sandinista exigía pase automático con el pretexto de que no asistían a clases por hacer tareas más importantes como cantar y beber al pie de la tumba de Carlos Fonseca en largas noches de poesía en voz alta. La dirigencia fomentaba la épica grandilocuente con grandes carteles, consignas y Tomas Borge, Ministro del Interior trepado en una caja de refrescos declamando encendidas reiteraciones. Esta retórica se iría vaciando de revolución para dar lugar, por ejemplo al elogioso y bien pagado libro que le escribió a Carlos Salinas de Gortari. Una legión de discretos internacionalistas cumplía con las tareas encomendadas, participaba en las milicias y los batallones territoriales, iba a los cortes de café dominicales, alentaba los círculos de estudio donde el marxismo-leninismo terminó prohibido porque ante el bloqueo había que insistir en el sandinismo como tal. Pequeños cuadernos, el periódico Barricada, El nuevo diario y algún programa de radio como El tren de las seis que todavía seguía a las siete porque siempre llegaba tarde para matizar con el acontecimiento del día. Éramos cientos de internacionalistas, decenas de mexicanos y mexicanas provenientes de organizaciones variadas e incorporados de tiempo completo. Hubo quien quemó su pasaporte para afirmar la decisión combativa. Muchos solidarios de ocasión, llegaban de universidades públicas por algún tiempo a veces con cursos y talleres improcedentes como los de propaganda con materiales de importación imposibles de conseguir en Nicaragua. La convivencia fue rica y aleccionadora y no sólo el universitario Rafael Guillén, brigadista temporal de la UAM Xochimilco, se apropió de una revolución en marcha con sus comités de defensa, sus organizaciones en los centros de trabajo, las milicias y los batallones territoriales que exigían alerta máxima con los planes de aviso que lo levantaban a uno en la madrugada para alistarse en cinco minutos a ser conducido a donde fuera necesario combatir a la contra o simplemente a medir el tiempo de concentración. En todo esto, revivió el llamado por Gregorio Selzer Ejercito loco de Sandino como en el Mercado Roberto Huembes, vanguardia para el nuevo abasto, donde las vivanderas pasadas de peso y sin mucha apostura, formaron su batallón y fueron conducidas al lago de Xiloa en el cráter de un volcán apagado, en toda una noche de pesada marcha, semejante a la celebración del aniversario del repliegue a Masaya que hizo posible el triunfo. En las milicias, este tipo de sandinistas se tiraba desde lo alto de los transportes militares para aterrizar de mala manera, reír con gesto de dolor y formarse de inmediato.
Acabamos exhaustos las jornadas y no eludíamos el trabajo de escritorio. Gloria Valdez aparecía al caer la tarde cuando lo único deseable era el descanso y en su automóvil me llevaba por ejemplo, a la fiesta patronal en Diriamba o a cualquier otra celebración. Un domingo en que no corté café, fuimos a Puerto Corinto en un tren repleto y peligrosísimo porque entre la tupida vegetación del monte podía atacar la contra. Por donde pasamos se agotó la comida como los famosos quesillos de Nagarote. Ya en el puerto, sin comida ni bebida suficiente, fuimos recibidos por un grupo de Palo de Mayo cuyos instrumentos eran una hoja de laurel cubriendo un peine, una tina con una cuerda al centro tensada por un palo de escoba y una guitarra para acompañar los desfiguros eróticos extremos aprendidos en la Costa Atlántica donde la fiesta inglesa de los listones enredados a un tronco se convirtió en una fiesta de la lujuria. Hubo un muerto que no creyó en los peligros del mar.
¡Cómo no repetir todo esto!, el honor de compartir el entrenamiento militar en la Junta de Reconstrucción de Managua con Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, los nudos de relaciones con Sol del Río 32 y Yolocamba I Ta de El Salvador, Pancasán de jóvenes combatientes de Nicaragua, las compañeras como Xiomara bolsa al hombro durante la insurrección y lo que siguió para luego transformarse en una bella funcionaria del Ministerio de Cultura con una maestría en el Colegio de México o la bella encargada de la propaganda cultural que me llamaba con sus ojos verdes y su sombrero de ala ancha para generar las burlas de los compañeros que bien que sabían que sólo era para redactar boletines. Ella había sido capturada en un asalto en moto, violada y torturada por la guardia somocista. Nada me cambió tanto como el Seminario de Formación de Promotores Culturales "Leonel Rugama" donde nos formamos más de cien trabajadores de la cultura que probamos nuestras capacidades en Boaco y Camoapa en el centro del país desde donde la contra pretendía irradiarse. Sólo Sergio Ramírez pidió estar en el Frente de Sandinista de Trabajadores de la Cultura planteado en la clausura del Seminario donde fui honrado con dos diplomas pintados en cuero con el grito por primera vez de la consigna de Vicente Guerrero actualizada por las Fuerzas de Liberación Nacional: vivir por la patria o morir por la libertad. Rápido se movió Rosario Murillo para rodearse de escritorcetes serviles y secuestrar recursos y publicaciones al servicio de una cultura letrada de espaldas al pueblo. Entonces, durante 1980, el marxismo fue prohibido y los internacionalistas fuimos invitados a nacionalizarnos para evitar las críticas de derecha de que aquello era un semillero de extranjeros revoltosos y terroristas. Entonces regresé para sufrir luego el dolor por las traiciones orteguistas y la resistencia que no levanta de Dora María Téllez, Mónica Baltodano, Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal perseguido. Todo esto duele y prefiero llorar solitario, sin música que fuera ejemplar para la organización. No se si vaya con la ejemplar Gloria Valdez a celebrar el 18 la entrada sandinista a Managua del 19 de julio de 1979.
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soy como el clavo, que aun viejo y oxidado, sigue siendo clavo
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