Cuando se cumplieron cien días del gobierno de Felipe Calderón arreció la campaña de exaltación de sus logros sin igual. La profusión de la campaña y su omnipresencia en medios, sobre todo electrónicos, contrastaba con lo imperceptible de los logros gubernamentales.
Ahora se sabe lo que ha costado la difusión de la imagen de Calderón en los primeros diez meses de 2007: Dos mil seiscientos cincuenta millones de pesos . Casi nueve millones de pesos diarios. Dinero doblemente tirado a la basura, pues el Universal ha registrado que, pese a este criminal gasto, persiste una caída en la aprobación pública de Calderón.
Algunos diputados federales que sí tienen valor y dignidad, y conocen además la naturaleza de la función que les fue conferida por los electores (¿me estás oyendo, Carlos?), han demandado penalmente a Calderón, ya que este enorme gasto en imagen, además de ser éticamente cuestionable es ilegal. Pues el Código Penal prohíbe la autopromoción de los funcionarios públicos con los recursos a su cargo. (Art. 223 Código Penal Federal).
Está previsto que el gasto del presente año, para promoción de la imagen de Calderón, alcance casi cuatro mil millones de pesos. Está choteado comparar cualquier cifra abusiva y onerosa con el número de escuelas y hospitales que podrían construirse. Genaro Villamil la ha comparado con una cifra de triste actualidad: la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno federal informó que para la atención del desastre tabasqueño cuenta con un presupuesto de 2.5 (dos punto cinco) millones de pesos. La imagen de Calderón le ha costado al país, en diez meses, un mil sesenta veces más de lo que la SEDESOL le destinará a Tabasco.
Los malos funcionarios públicos necesitan gastar carretadas de millones en imagen. De esa manera dos paladas de tierra, como las que echó Calderón en Tabasco, deben reproducirse en millones de espots, y se convertirán así en millones de paladas. De otra manera tendríamos un gobierno invisible, pues en la vida cotidiana de millones de mexicanos la obra de gobierno simplemente no existe.
En el lenguaje técnico de la ciencia política moderna, los funcionarios públicos que, como Calderón, necesitan promover una obra inexistente, que necesitan magnificar con dichos la pequeñez de sus hechos, reciben un nombre muy preciso: PÁJARO NALGÓN. No somos nadie para contradecir a la ciencia.
Martín Vélez.
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Fernando V. Ochoa
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