jueves, 5 de marzo de 2009

MANIFIESTO GUEVARISTA


Escrito por Rodrigo Velez   

Sábado 21 de Febrero de 2009 19:57

Desde argentina nos llega más material para ser publicado. Este documento fija la posición de los Guevaristas argentinos en torno a las tareas que que se tienen por delante.
MANIFIESTO GUEVARISTA
Por la UNIÓN ANTIMPERIALISTA y SOCIALISTA
Nuestra realidad es dura, pero puede cambiar.

Los trabajadores enfrentamos en la aurora de este siglo XXI una dramática situación. Durante más de un cuarto de siglo, hemos sufrido una pérdida de conquistas sociales tan importante que, para recuperar reivindicaciones y aspirar a luchar por un gobierno propio y una sociedad igualitaria y democrática, deberemos hacer un gran esfuerzo político e ideológico, construyendo una nueva organización.
En Argentina a comienzos de 2005, sobre casi 15 millones de trabajadores, 2 millones 800 mil siguen sin empleo y otros 2 millones y medio, apenas trabajan menos de 35 horas por semana. Entre los desocupados, más de un millón sobreviven con un miserable subsidio de $150. De unos 11 millones con empleo, la mitad trabajamos en negro y la otra mitad en condiciones precarias. Entre los ocupados, los afiliados a un sindicato tampoco superamos la mitad. El 80% de los trabajadores ganamos menos de $1.000 lo que significa que no llenamos siquiera una canasta familiar básica. La mitad de todos los asalariados no superan los $500 mensuales, lo que significa que ellos y sus familias viven en la pobreza total. Si durante la década de los ´90 perdimos millones de puestos de trabajo y salarios, después de la devaluación de 2002, nuestro poder adquisitivo se redujo más del 50%.
Los que tenemos empleo, trabajamos un promedio de 2.200 horas anuales, un 20% más que hace sólo 15 años. Como en la primera mitad del siglo XX, la jornada de 8 horas se ha esfumado de nuestras vidas. La caída de nuestras condiciones de vida y de trabajo, ha sido simultánea con el incremento de la explotación. Sólo en el período 1993-97, mientras el empleo industrial se redujo un 11,7%, el volumen físico de la producción creció casi un 15%. En consecuencia, en apenas 5 años, la productividad por obrero ocupado aumentó en promedio un 30%. Esta superexplotación aumentó cuando la recuperación económica parcial tras la gran depresión 2001/02; creció mucho más el Producto Bruto Interno que la masa salarial total. A pesar de esa recuperación, el salario promedio de los nuevos empleos era de $395, apenas encima de los $334 de la canasta de indigencia.  A comienzos de 2005, sólo en la región metropolitana, la de mayor concentración poblacional, el 40,6% son pobres y el 14,3% indigentes, es decir, pasan hambre. La desigualdad social es brutal: el 10% más rico concentra el 36,6% de la riqueza, mientras que el 10% más pobres apenas se reparte el 1,35%.
Las condiciones de trabajo, además de las económicas, son tan malas como hace 80 años. Sólo entre los que tienen seguro contra riesgos -apenas 5 millones- se registran 462.006 accidentes de trabajo anuales que dejan un ejército de mutilados y discapacitados y 1.061 muertos. ¡Cada 8 horas muere un trabajador por causas totalmente prevenibles!
Al comienzo del siglo XXI, cuando el avance científico-técnico es fabuloso y las nuevas tecnologías informatizadas permiten reemplazar hombres por máquinas y computadoras, en una época en que la tecnología permite ahorrar horas y esfuerzo de trabajo, los trabajadores estamos sometidos a condiciones de explotación comparables a las del capitalismo colonial.
Por el contrario, la clase empresaria es cada vez más poderosa. En el mismo período 1993-97, las 500 mayores empresas de Argentina, acapararon el 40% del Producto Bruto. En el año '97, sus ganancias netas treparon a 11 mil 200 millones de dólares, lo que significó que cada grupo capitalista ganase en promedio 1.800.000 de dólares mensuales. Los capitalistas argentinos tienen depositados en el exterior unos 105 mil millones de dólares, una de las verdaderas razones por la cual sus socios mayores de las metrópolis imperialistas los consideran de "alto riesgo país". Las grandes empresas extranjeras y nacionales evaden impuestos por unos 20 mil millones al año, según estima la propia AFIP-DGI. La deuda externa, uno de los mecanismos contemporáneos más notorio del sometimiento de los países dependientes y fuente de enriquecimiento rápido de los grandes pulpos nacionales, trepa ya los 167 mil millones de dólares. Aún bajo las condiciones de cesación parcial de pagos, el gobierno posterior a la rebelión popular de 2001-2002 destina entre el 3% y el 4% de los ingresos fiscales al pago anual de sus intereses, algo inédito en nuestra historia económico-financiera de despojo. En este breve lapso del supuesto "défault", Argentina pagó 10 mil millones de dólares.
A su vez, nuestros hermanos campesinos viven cotidianamente el asedio y hostigamiento de sus tierras por parte de reverdecidos terratenientes y capitalistas, quienes con la voracidad que los caracteriza avanzan con sus topadoras, grupos parapoliciales, jueces de paz, policías coimeros, abogados, políticos corruptos y la complicidad del aparato burocrático del Poder Judicial, demostrando en todo momento la fingida "independencia" de la "justicia" burguesa. La tierra es el valor supremo de los campesinos y de los pueblos originarios. La tierra es la vida y el trabajo. Si les quitan la tierra viene la muerte, el desarraigo, la desolación y el traslado masivo a las nuevas reducciones: las villas miserias de las grandes ciudades.
Esta breve y seguramente insuficiente descripción, permite constatar sin dudas que la cuestión social originada en las características del sistema capitalista en su actual fase imperialista, es la principal causa de los problemas sociales y económicos de Argentina y de América Latina.
Vivimos inmersos en un mundo donde hace un siglo el imperialismo extendió su dominio hasta el último rincón del planeta imponiendo su régimen capitalista de saqueo de las riquezas naturales y explotación de la mano de obra de los pueblos, oprimiendo naciones y etnias, asfixiando sus culturas. Desde que el capitalismo de las metrópolis se transformó en imperialismo, el desarrollo desigual del mundo se acentuó. Así conviven los adelantos más asombrosos con la miseria extrema, y estas diferencias incluso se expresan en los países dependientes en el marco de los estados-naciones coloniales y semicoloniales. Cuando la explotación y el saqueo estuvieron en riesgo por las ansias libertarias de los pueblos, el militarismo impuso guerras de agresión regionales y locales. Cuando los intereses capitalistas se hicieron irreconciliables, desataron guerras interimperialistas. El advenimiento de la llamada globalización no hizo desaparecer al imperialismo sino hacerlo más fuerte y arrollador. Desde septiembre de 2001, los sospechosos ataques a objetivos civiles (Torres Gemelas) y militares (Pentágono) en Estados Unidos pusieron de relieve otra de las formas atroces en que se dirimen esas pugnas intercapitalistas: el imperialismo norteamericano inició una nueva estrategia de guerra internacional. Encubierta con la propaganda de la "lucha contra el terrorismo" y de "guerra preventiva", la escalada de terrorismo imperialista no ha cesado y es el signo de nuestra época.
Argentina, desde la época colonial, desarrolló su capitalismo en la esfera de la circulación más que en el de la producción misma, por lo que se constituyó, forzosamente, en un país dependiente de los imperialismos europeo y norteamericano. Esta ha sido y es la causa de que no haya conquistado una real independencia nacional. Por el contrario, esta dependencia no ha dejado de aumentar, salvo el intento frustrado del primer peronismo, convirtiéndose a partir de la crisis de 1929 en una semicolonia capitalista (Pacto Roca-Runciman). En la década de 1990 la extranjerización de la economía se profundizó a tal punto que, con la masiva presencia de los capitales trasnacionales, ya es posible considerarlos como parte de la propia estructura capitalista nacional. Las ideas clásicas que enunciaban dos contradicciones -una entre clases y otra entre naciones- deben ser reconsideradas, al menos, en nuestro continente. Hoy es posible considerar que el capitalismo está dominado y encuentra su sustento y su dinámica en las economías de EE.UU. Europa, Japón y crecientemente en China. La fuerza de esta dominación sobre los estados nacionales está cada vez menos atenuada por las cada vez más escuálidas burguesías locales y sus desvencijados aparatos estatales.
Por eso, hoy es necesario reafirmar que la lucha de nuestro pueblo argentino y los de Nuestra América tiene un carácter democrático, antiimperialista, latinoamericano y socialista, aspectos de un mismo proceso donde, ora uno ora otro, aparece en primer plano.
Cómo fueron y cómo son las políticas de la burguesía y del imperialismo.
Este régimen de explotación ha podido perpetuarse porque el sistema político de dominación ha sido lo suficientemente fuerte e inteligente para someter a la clase obrera y demás sectores asalariados y desposeídos. Tras la debacle institucional provocada por la rebelión popular de diciembre 2001-junio 2002, la clase dominante pudo recomponer parcialmente su régimen institucional, luego de varios meses en que sus políticos casi no podían salir a la calle.
La burguesía ha conformado un Estado que ha ido variando sucesivamente sus formas de gobierno, siendo sus dos extremos la dictadura militar terrorista y la democracia representativa, predominando la forma presidencialista.
A la situación actual llegamos tras un ciclo de más de un cuarto de siglo de ataques continuos contra las conquistas sociales de los trabajadores y el pueblo. Precisamente en el momento en ocurrió el mayor auge del movimiento obrero a mediados de 1975 -culminación del período de luchas obreras y populares abierto por el cordobazo de 1969- la burguesía inició su contraofensiva, combinando la confiscación masiva de salarios por medio de la hiperinflación y una represión estatal brutal. En aquel entonces, al amparo de un gobierno constitucional que se desbarrancaba, se lanzó una ofensiva ultraliberal en la economía y un régimen represivo fascistoide que rápidamente desembocó en la dictadura militar. El régimen del terrorismo de Estado se instauró en 1976 por la necesidad de la burguesía de descabezar a las organizaciones de trabajadores, para poder liquidar al movimiento obrero que cuestionaba seriamente el poder de los capitalistas e insinuaba sus propias formas de poder a nivel fabril y barrial. Como nunca antes, se había gestado en Argentina un pujante movimiento revolucionario organizado cuyos lemas antiimperialistas y socialistas habían comenzado a fusionarse con el movimiento de masas. Nuestro país padeció un sistema de campos de concentración a escala masiva similar al impuesto por los nazis en Europa, y una represión como las padecidas por los pueblos de Argelia, Vietnam o Guatemala. Se trató de un peldaño más en la estrategia imperialista contrainsurgente a escala continental.
Agotado el régimen militar, desde la restauración constitucional a partir de 1983, se continuaron las políticas económicas que incrementaron el saqueo por medio de la deuda pública, aumentaron el desempleo y redujeron el poder adquisitivo de los asalariados. De crisis en crisis, la clase empresaria nacional asociada al gran capital financiero imperialista, llevó su voracidad hasta la confiscación de millones de ahorristas en diciembre de 2001. Estas políticas atravesaron un gobierno radical, dos gobiernos peronistas sucesivos, un breve ensayo de recambio con el gobierno aliancista radical-frepasista que terminó en fuga, y un interinato peronista hasta llegar a la actualidad en que, el gobierno post-rebelión surgido del mismo palo, cambia el llamado "discurso" liberal, pero en apenas año y medio, profundizó la desigualdad entre ricos y pobres.
La democracia representativa post-dictatorial fue recompuesta sobre la base política del bipartidismo peronista-radical que una y otra vez generó expectativas de mejoramiento del nivel de vida del pueblo. Y una y otra vez, consolidó la dominación económica del capitalismo sometiendo cada vez con más saña a los trabajadores.
El continuismo económico liberal fue posible desde 1975, porque el movimiento obrero y sus destacamentos revolucionarios, fuimos decapitados por la estrategia contrainsurgente de la burguesía y del imperialismo y aún no hemos podido revertir esta situación desfavorable.
La clase capitalista, a pesar de sus sucesivas crisis económicas y políticas, pudo sostener sus instrumentos de poder: el aparato del Estado con sus Fuerzas Armadas y policiales y su Poder Judicial, centrales empresarias con sus núcleos generadores de políticas (FIEL, Mediterránea, etc.). En su momento, supo "renovar" sus partidos políticos con arraigo popular (Renovación y Cambio en la UCR, Renovación Peronista, nueva derecha liberal).
Ese esquema se resquebrajó por la rebelión decembrina, y a partir de allí, ya nada es igual que antes. Fue una rebelión democrática contra un régimen democrático, acontecimiento inédito en nuestra historia. Pero como esa misma rebelión no pudo alumbrar un nuevo régimen, una rápida e inteligente readaptación de un sector del peronismo y un sector del progresismo, le posibilitó al sistema recomponer parcialmente su gobernabilidad. Todas estas formas le han servido de herramientas de dominación.
Por el contrario, desde la clase obrera y demás trabajadores, no pudimos alumbrar una herramienta política propia ni arraigar una propuesta revolucionaria de cambio en su seno. Salvo en el período 1969-75 en el que el accionar del movimiento obrero desplegó importantes luchas en forma independiente, la clase trabajadora ha estado supeditada a intereses de la política burguesa. Hemos sido columna vertebral, nunca la cabeza: tal el rol que el populismo le impuso a los trabajadores.
Tenemos una historia que recuperar.
En este empeño que hoy nos proponemos, no partimos de cero. Asumimos un pasado histórico de luchas de oprimidos contra opresores, de explotados contra explotadores, que nos planteamos incorporar como memoria que fundamenta y nos da fuerza en el camino que hoy retomamos. Una trayectoria que no está escrita en las historias oficiales.
Somos herederos de los héroes de la Reconquista y la Defensa de Buenos Aires contra los colonialistas ingleses, de los que dieron nacimiento a nuestra Patria el 25 de mayo de 1810 cuando formaron la Primera Junta de Gobierno, y de sus más destacados exponentes: Mariano Moreno y Juan José Castelli, del creador de nuestra bandera Manuel Belgrano; nos sentimos orgullosos de las fogosas estrofas originales y completas de nuestro Himno Nacional, de Martín Miguel de Güemes y de sus gauchos infernales que defendieron la frontera norte, de los que a instancias de San Martín, el 9 de julio de 1816, declararon nuestra primera Independencia para que este llevara la libertad a los pueblos hermanos de Chile y Perú. Nos sentimos hermanos del pueblo bajo, de los indios, mestizos, mulatos, zambos y negros que engrosaron los ejércitos de la independencia y en su mayoría fueron héroes anónimos, del Sargento Cabral, del tambor de Tacuarí, de las niñas de Ayohuma, de la capitana Juana Azurduy y tantos otros.
Tras el fracaso de la Independencia, las facciones dominantes entablaron una larga guerra civil, el exterminio de los pueblos oríginarios -que abarcó desde Rosas hasta Roca- y la guerra de agresión al Paraguay. Reivindicamos a quienes lucharon contra el dominio neocolonial, a los pueblos indios que resistieron al rosismo y al roquismo, a los soldados de los ejércitos del interior y del litoral que se sublevaron en masa, desertaron y colaboraron con el pueblo paraguayo cuando eran enviados a la guerra de exterminio contra el Paraguay, en ellos y en Juan Bautista Alberdi que se opuso tenazmente a la guerra se expresó la dignidad de nuestro pueblo machada por la oligarquía y su mejor exponente, Mitre.
Somos herederos de los precursores de nuestro movimiento obrero organizado, los tipógrafos que fundaron el primer sindicato en Argentina en pleno siglo XIX. Somos herederos de los obreros porteños que se levantaron en la Semana Trágica de 1919, de los peones de la Patagonia Rebelde que se alzaron en 1920 y 21, de los hacheros chaqueños de La Forestal que en 1921 llevaron la huelga desde Puerto Infierno hasta Quimilí, de los obreros de la construcción que sostuvieron la huelga desde octubre de 1935 a enero de 1936 y de la huelga general convocada en su solidaridad del 7 y 8 de enero de este año que adquirió características insurreccionales; de los matarifes de las huelgas de principios de los '40, de los obreros que cruzaron el Riachuelo e hicieron la huelga del 17 de octubre del '45 irrumpiendo en la historia como descamisados, de los ferroviarios de las huelgas del '49, de los trabajadores que enfrentaron en junio del ´55 los bombardeos de Plaza de Mayo y al golpe gorila de septiembre del '55; de los obreros que a fuerza de huelgas ilegales y de cañosresistencia peronista a la contrarrevolución gorila y enfrentaron el plan CONINTES de Frondizi, Frigerio y Alsogaray; de los que hicieron el plan de lucha con ocupación de fábricas y las hicieron funcionar en el '64, de los mártires obreros Felipe Vallese, Mussi, Retamar y Méndez; de los azucareros tucumanos que como Leandro Fote y Antonio del Carmen Fernández enfrentaron los cierres tomando ingenios y cortando rutas del '65 al '67, de los portuarios de Buenos Aires que resistieron la reestructuración de Onganía en el '66 lo mismo que los ferroviarios; de los mecánicos cordobeses que ya en el '67 pararon al grito de "¡Kaiser y Onganía, la misma porquería!", de los lucifuercistas de Córdoba que con Agustín Tosco y Tomás Di Toffino a la cabeza lanzaron las boleadoras provocando los apagones contra la dictadura, de los matarifes del Swift de Rosario, de los petroleros de La Plata, Berisso y Ensenada; de los trabajadores y estudiantes que el 29 de mayo del '69 al grito de "¡luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular!" dieron nacimiento con el cordobazo a una época que bien podemos llamar la de una revolución proletaria inconclusa; de los que protagonizaron el rosariazocipolletazo; de los obreros de FIAT que recuperaron sus sindicatos tomando las fábricas con rehenes, las rodearon de tiner para derribar a la burocracia y poder así luchar contra la patronal en el '70 y encabezaron el viborazo del 15 de marzo del '71, junto a los de Obras Sanitarias mientras los de Luz y Fuerza ocupaban las usinas; de los maestros que hicieron el mendozazo y los que protagonizaron el tucumanazo en el '72; de los presos políticos que el 15 de agosto del '72 se tomaron el penal de Rawson y padecieron la masacre del 22 de agosto en Trelew; y del pueblo movilizado que arrancó los presos políticos de las cárceles de Villa Devoto y otras ciudades el 24 y 25 de mayo del '73; de la pueblada de San Francisco en julio de ese año; de los metalúrgicos de Villa Constitución que en el '74 recuperaron su gremio de manos de la burocracia y enfrentaron la represión gubernamental; de los cientos de miles de trabajadores que en esa época se sublevaron contra las burocracias para luchar contra el Pacto Social que nos impuso el gobierno de Perón y los que el 1º de mayo del '74 se fueron de la Plaza gritando su bronca "Qué pasa general/que está lleno de gorilas/el gobierno popular"; de los que hicieron nacer las Coordinadoras de Gremios en Lucha y pararon el país cuando ese mismo gobierno -el gobierno de la Triple A- disparó con el rodrigazo el primer gran golpe ultraliberal para despojar a los trabajadores de sus conquistas salariales y de convenios. Somos herederos de los millones que soportaron el golpe de marzo del '76 y protagonizaron huelgas casi salvajes como los de Mercedes-Benz, lucifuercistas y portuarios de Buenos Aires, los automotrices y los ferroviarios, hasta que hicieron el paro del 27 de abril del '79 bajo pleno régimen de terror y después desafiaron a la dictadura en la huelga política del 30 de marzo del '82; los mismos que vieron como las patotas militares secuestraban a delegados, activistas y militantes "marcados" por los gerentes de personal de la Ford, la Mercedes Benz y otras empresas, engrosando la lista de los 30 mil desaparecidos. Somos hijos de esas Madres de Plaza de Mayo que desafiaron la dictadura para reclamar por nuestros hermanos y somos hijos de esas Abuelas de Plaza de Mayo que salieron en búsqueda de nuestros hijos robados. organizaron la el 16 de septiembre del '69, y de los que siguieron su huella, los constructores del Chocón que con Antonio Alac al frente tomaron la obra dinamita en mano, de los pobladores que hicieron el
Somos parte de esta clase trabajadora que a partir de la restauración constitucional en 1983 dejamos de sentir el terror militar y recuperamos libertades públicas, pero pasamos a vivir el nuevo instrumento de terror: el telegrama de despido, pero que no le impidió a los obreros de la Ford realizar en 1985 una de las huelgas más heroicas de esos años. Y con los novedosos "golpes de mercado" y las hiperinflaciones del 1989 y 1990, se nos confiscaron nuestros salarios y hasta el último de nuestros centavos ahorrados. La desocupación masiva pasó a ser nuestro drama cotidiano y la estabilidad monetaria se sostuvo con nuestra inestabilidad laboral y la seguridad jurídica de la clase empresaria se edificó sobre la destrucción de nuestras conquistas legales. Somos parte de esta clase trabajadora que creyó nuevamente en el espejismo de la "economía popular de mercado" con el cual el peronismo logró imponer las privatizaciones y los despidos masivos. Y entonces desde La Quiaca y Tartagal hasta Ushuaia y Cutral-Có, los cortes de rutas y puentes pasaron a ser un método principal de protesta, porque las fábricas y los talleres se cerraron. Somos parte de la clase trabajadora que resistiendo al menemato dio sus nuevos mártires como Víctor Choque y Teresa Rodríguez abatidos por la represión del régimen populista-liberal que indultó a los genocidas. Somos parte de la clase trabajadora que se sublevó contra las oligarquías provinciales en Santiago del Estero, en Salta, Jujuy, Corrientes, Neuquén y otros pueblos y provincias, y se organizó en Asambleas y Cabildos Abiertos ejerciendo la democracia directa y proclamando su voluntad de construir un Poder Popular. Somos parte de la heroica resistencia de los campesinos de La Simona en Santiago del Estero, puestos de pie para decir "¡no pasarán!" a las topadoras y bandas armadas del terrateniente Masoni. Somos parte de esa clase trabajadora que el 1º de mayo del '90 llenó la Plaza del No a Menem, la que formó las columnas de las Marchas Federales y desbordó con 8 mil activistas los Congresos de la CTA en Mar del Plata en mayo del '99, rememorando los 30 años del cordobazo con una proclama antiliberal y en diciembre de 2002 nos sumamos al Bloque Opositor Clasista para no ser sujetos de una nueva trampa populista. Somos parte de esa clase trabajadora que gestó esas nuevas organizaciones de desocupados, formando la nueva tradición piquetera en Mosconi, en Mar del Plata, en Florencio Varela, en Neuquén, en Rosario y en el piquetazo de La Matanza, en la Asamblea Nacional Piquetera y en las Asambleas Nacionales de Trabajadores y marchamos sobre el Puente Pueyrredón del Riachuelo, dejando la sangre de nuestros mártires Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Somos parte de esa clase obrera que acorralada por el destino trágico del desempleo al que llevan los empresarios, supo recuperar fábricas y empresas de servicios demostrando que para producir y trabajar no hacen falta patrones, en Zanón de Neuquén convertida en Fasinpat, en IMPA, en Brukman, en Grissinópoli, en el Tigre de Rosario, en IMPOPAR de Tandil, y en el Bauen; y en tantos otros lugares donde se siembran las semillas de una nueva organización económico-laboral y jurídica de la sociedad, basada en el colectivismo, el cooperativismo y la autogestión. Somos parte de ese movimiento popular que en la noche del 19 de diciembre y en la madrugada del 20 salió a las calles rebelándose contra el estado de sitio y durante la jornada del 20 de diciembre desafió la represión desoyendo los llamados de pusilánimes y conciliadores a esconderse en sus locales, ese movimiento que clamó ¡Que se vayan todos! Y sembró con su espíritu asambleario las semillas de una futura democracia igualitaria.
Tenemos una propuesta de futuro.
Heredamos estas tradiciones de luchas reivindicativas y políticas. Rescatamos todos esos hitos, sus proclamas y peticiones: los programas de Huerta Grande y La Falda, de la CGT de los Argentinos, de los plenarios clasistas de SITRAC-SITRAM y de Villa Constitución, por sus contenidos anticapitalistas y antiimperialistas y la consigna-estribillo del Cordobazo. Pero somos conscientes que así como la burguesía ha logrado sostener y renovar sus herramientas de dominación, a los trabajadores nos falta precisamente nuestra propia herramienta política para unificarnos como clase y atraer a nuestro alrededor a todos los sectores populares oprimidos y marginados.
Retomamos la huella de nuestra historia y emprendemos un nuevo camino. Convocamos a luchar desde hoy por la única revolución social que nos permita poner en nuestras manos los medios de producción y los recursos científicos y tecnológicos para utilizarlos en beneficio de toda la sociedad: la Revolución Democrática Antiimperialista Latinoamericana y Socialista. Ese nuevo camino sólo se podrá abrir con un Gobierno revolucionario de los trabajadores y campesinos, el gobierno obrero y popular que clamaban los insurgentes del cordobazo.
Estamos aún a la defensiva por todas las circunstancias que señalamos, pero a partir de la rebelión inconclusa del 2001, recuperamos iniciativas clasistas, democráticas, asamblearias y autogestionarias y formas de acción directa. Si asumimos una nueva decisión política de organizarnos, podremos modificar de a poco las condiciones subjetivas, la conciencia y el estado de ánimo de todos los trabajadores que hoy resisten dispersos y confundidos por falta de alternativas claras.
La relación de fuerzas aún desfavorable en estos momentos a los trabajadores puede revertirse a partir de que la lucha contra la explotación y la opresión tome un rumbo político diferente al actual. La clase obrera no ha dejado de existir y sigue siendo el sector social fundamental para transformar la situación. En la actualidad, debido a las condiciones económicas y al rumbo del capitalismo y del imperialismo, se amplían las posibilidades de que otros sectores sociales se sumen a nuestra lucha: la inmensa masa de pequeños propietarios urbanos y rurales arruinados y sin salida, los profesionales, técnicos e intelectuales a quienes se les cierra el horizonte y los cientos de miles de asalariados lanzados a la miseria. Todos ellos, pueden y deben ser aliados de la clase obrera, teniendo siempre a nuestro lado a los campesinos, aliados fundamentales de los obreros.
Para que esta alianza obrera campesina y popular se pueda concretar, es imprescindible construir una organización política que se inserte profundamente en la clase trabajadora. Libradas a la espontaneidad y sin rumbo cierto, las luchas sociales no pasarán de ser protestas o acciones de resistencia.
En esta época de auge del liberalismo, asumir un planteo socialista y revolucionario, colectivista, solidario y democrático, es un desafío ideológico y político. No somos ajenos al desprestigio en que cayó el socialismo como meta superadora de la humanidad, luego de experiencias internacionales frustradas y llevadas al fracaso por traiciones, desviaciones, degradaciones y tergiversaciones. Esta batalla es también una lucha de ideas contra el pensamiento burgués que agobia nuestra sociedad, es una batalla contra las concepciones populistas y falsamente progresistas que envenenan la conciencia de nuestros trabajadores, es una batalla por conquistar sus conciencias y que sólo puede darse si nos ponemos al frente de sus luchas en todos los terrenos y en todas sus formas. No debemos desechar ninguna.
Nuestra propuesta es la de reorganizar la economía sobre la base de la propiedad de los trabajadores de industrias, campos y servicios y su funcionamiento en base al interés colectivo. Pero no será posible la construcción de un nuevo sistema económico y social sin poder político. Por eso luchamos por un gobierno de los trabajadores que elimine la dictadura del capital. No postulamos sólo una mejor distribución de la riqueza, si no un cambio en las relaciones económico-laborales, que sólo podrá llegar cambiando la naturaleza del poder.
Para que nuestra lucha no quede aislada en este mundo que vivimos, debe estar asociada necesariamente a la de los trabajadores y oprimidos de todos los países, en primer lugar, a la de los pueblos hermanos de Nuestra América. De la Patria Grande nos sentimos hijos y continuadores de la revolución de Tupac Amaru, del precursor de la independencia Francisco de Miranda, del venezolano y latinoamericano Simón Bolívar, de las insurrecciones populares lideradas por los curas mexicanos Miguel Hidalgo y José María Morelos, del líder popular uruguayo José Gervasio Artigas que luchó por la independencia y contra el centralismo de Buenos Aires y la intervención portuguesa, de los chilenos José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez y Bernardo O´Higgins, del cubano y refundador del latinoamericanismo José Martí. En el siglo XX de la revolución mexicana que frenó la expansión yanqui al sur del río Bravo y de sus líderes Pancho Villa y Emiliano Zapata, del General de Hombres Libres Augusto C. Sandino que en las montañas de Las Segovias nicaragüenses derrotó a los marines yanquis; de los precursores del socialismo revolucionario, del chileno Luis Emilio Recabarren, el peruano José Carlos Mariátegui, el cubano Julio Antonio Mella y el salvadoreño Agustín Farabundo Martí.
De nuestra fecunda historia, entre muchos ejemplos, tomamos dos por su significado y porque nos identificamos con ellos: el del líder obrero Agustín Tosco y el del combatiente internacionalista Ernesto Che Guevara. Ambos fueron y son ejemplos de consecuencia personal incorruptible, de identificación clasista y de postulados por la Revolución Socialista. Queremos construir una organización de trabajadores a su imagen y semejanza.

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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo

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