MIGRANTES: LA OTRA CARA DEL "ÉXITO"
SERGIO VÉLEZ
La migración como problema social mundial es un tema reciente, a pesar de que dicho fenómeno existió históricamente desde siempre.
Múltiples estudios sobre la materia han dado cuenta de las temáticas que interesan a la economía, la política, a la "crónica roja", y muy pocos han enfocado la situación desde una visión antropológica, sociológica y/o psico-social, o, que podríamos también denominar, "humana".
MIGRACIÓN Y "SÍNDROME DE ULISES"
Para comprender este importante aspecto, estudios recientes han denominado metafóricamente "Síndrome de Ulises" al problema humano de los migrantes, al encontrar en la obra "La Odisea" del poeta griego Homero, y en las desventuras del protagonista Ulises, en el retorno a su hogar, la fuente de inspiración para definir la angustia, confusión, falta de adaptación, exageración de los rasgos nacionales, (¿identidad?), y otros síntomas, que sufren gran cantidad de personas inmigrantes.
Treinta siglos más tarde de que fueran escritas las desventuras de Ulises continúan siendo el mejor relato de las dificultades, zozobra y degradación humana que padecen la mayor parte de personas inmigrantes.
Es el relato de lo dura que puede ser la estancia en el exterior y lo doloroso de un regreso cuando todo ha cambiado. Si la confusión de las personas desarraigadas alcanza grados muy altos podemos decir que padecen el síndrome de Ulises.
Según el psicólogo Álvaro Zuleta, "el Síndrome de Ulises es un estado de indefinición y de angustia mediante el cual el individuo no logra establecer exactamente en qué lugar se encuentra, si está en su país de origen o en el país de acogida". Se trata de un trauma psicológico "que impide tomar decisiones de futuro y que imposibilita la ubicación real en el sitio al que se ha llegado".
Como lo define una inmigrante que ahora reside en España: "Queremos vivir aquí pero añoramos allá. Es la incertidumbre de no saber dónde estaremos mejor". Desde entonces ha sufrido depresión, ansiedad y bajos estados de ánimo debido a la soledad y a la añoranza. "Los afectos son lo que uno más extraña", confiesa.
El síndrome de Ulises, como las migraciones, ha existido durante toda la historia de la humanidad. Cada persona lo sufre en un diferente grado y son muy pocos los que lo pueden superar.
RASGOS DEL SÍNDROME
"La gente viene con un nivel de sueños elevadísimo", explica Zuleta. En su opinión, los medios de comunicación transmiten una visión llamativa sobre los países ricos y quienes inmigran descubren más tarde la explotación, los abusos, la soledad, la marginación, el desarraigo.
La actitud del inmigrante en el país de destino suele ser muy desigual. Hay quienes reniegan de su historia anterior y cambian radicalmente intentando camuflarse en la nueva realidad. Sin embargo, la mayoría viven el proceso opuesto: exageran sus rasgos nacionales e ignoran las costumbres autóctonas: se indisponen a "integrar" culturalmente la nueva sociedad, y pretenden "imponer" el reconocimiento a su "cultura" de origen.
La consecuencia más grave del síndrome es la soledad, que proviene al no encontrar canales de comunicación con la sociedad de acogida, o evidenciar su desadaptación, en la sociedad de origen, incluyendo su propia familia.
Algunos creen que el hecho de hablar el mismo idioma facilita dicha comunicación sin darse cuenta que el lenguaje sobre todo es contenido, es cultura, es historia.
Como dice Ladriere, "No podemos desconocer que el hombre…necesita un arraigamiento; necesita hundirse primero en todo el espesor del terreno cósmico, biológico e histórico del que emerge, y del cual es, en cierto sentido, el resultado, para poder descubrirse en su autonomía y darse forma a si mismo, bajo su propia responsabilidad…"
Es decir, la persona migrante se enfrenta a una desestructuración de su referente cultural, lo cual determina su estado infrahumano.
Una desestructuración cultural, "no es sólo la crisis, práctica y teórica a la vez, de la tradición, de su autoridad y de sus garantías, la pérdida de la eficacia de las diferentes formas de lenguaje en las que se había incorporado esa tradición, la duda sistemática aplicada a las normas recibidas, la relativización cada vez más radical de todas las creencias y de todos los valores; es, mucho más profundamente, el tambaleo de las mismas bases sobre las que la existencia humana había logrado constituirse hasta ahora, la ruptura de cierta armonía que, bien o mal, había podido establecerse entre el hombre y los diferentes componentes de su condición, el cosmos, su propio pasado y su propio mundo interior (tal como se manifiesta en la afectividad, en lo imaginario y en todas las representaciones nacidas de la vida instintiva).
Entonces comienza un modo de existencia en que cada uno está a la vez en todas partes y en ninguna, en que todo parece poder ser aprehendido, al menos potencialmente, por el conocimiento y transformado por la acción, pero en el cual nada tiene sabor, significación concreta, resonancia en lo vivido, porque se ha roto la comunicación con las fuentes del sentido. Es el tiempo del "desencanto" de que habla Max Weber".
AMPLIAR LA VISIÓN
Entonces, se vuelve necesario incorporar y priorizar esta dimensión de la problemática para superar el tratamiento limitado e interesado de la misma, y comprenderla bajo una concepción esencial y holística, pues la solución no se encuentra sólo en promover y realizar demostraciones gastronómicas, de música o de danza en el país de "acogida", otorgar el voto y la representación política a los "ausentes", asistir en la muerte con la dotación de ataúdes y traslado gratuitos, etc.
Hay que superar el "folclorismo", la demagogia, la caridad, y emprender un efectivo "acompañamiento" que proteja la vida del migrante, bajo la concepción del "buen vivir", pues la precaria condición que padece es también tierra fértil para otra serie de psicopatologías y "pecados" como la avaricia: afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas y no poder nunca disfrutarlas, aunque a la economía "clásica" no le preocupe aquello, y no sepa que el dólar o euro que remite el migrante vale por tres o más, pues de por medio se encuentra su "mal vivir", de su familia, y de la sociedad en conjunto.
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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo
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