Eso ha ocurrido recientemente en el mundo agravando la debacle del sistema financiero global. "No hay liderazgo", le decía Guillermo Ortiz, el gobernador del Banco de México, al periodista Joaquín López Dóriga en entrevista radiofónica el martes pasado sobre el asunto.
Efectivamente ni Henry Paulson ni Ben Bernanke ni el presidente George W. Bush ni el gobierno inglés ni el alemán ni el francés, ni el japonés fueron capaces de golpear la mesa, plantar una idea al centro, consensuarla y ofrecer una alternativa conjunta al mundo para combatir la brutal desconfianza que existe. Por el contrario, el desacuerdo fue la regla de las últimas semanas abonando a la confusión y a la desconfianza.
Entre lunes y miércoles se tuvo una sensación muy similar en México. La sensación de vacío era dominante. Se seguía insistiendo en el discurso mediático y populista de que "México está blindado" y que "no nos pasará nada", mientras que el mercado cambiario, las finanzas de algunas empresas, la caída en el consumo y en la actividad económica y sus repercusiones directas sobre el empleo, se estrellaban en nuestras narices.
Hasta hace pocos días dominaba la sensación de incapacidad para implementar políticas, para comunicar y para convencer.
Y es que no sólo hay que parecer estar en control, hay que demostrarlo cuando la tormenta arrecia. La coordinación entre Hacienda y Banco de México para implementar medidas monetarias y cambiarias en los últimos días ha aliviado en algo esta sensación.
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Pero no ha sido la tónica del gobierno en su conjunto. La que se está viviendo no es una situación similar a la de la llamada "crisis del tequila" de 1994-95. Esa comparación no le importa escucharlo a nadie ahora. Pero sí importan acciones concretas para enfrentar los efectos que sufrirán miles de familias y empresas del país a causa de la crisis mundial (véase reportaje central de esta edición, "Recesión Global"). Son las percepciones y las expectativas de cara al problema lo que ahora importa.
Si bien, el gobierno tiene márgenes de maniobra reducidos –por qué no se tomaron decisiones estructurales en el pasado que ahora lamentamos–, efectivamente puede hacer mucho más.
¿Por qué no aplicar medidas extraordinarias que destraben el ejercicio del gasto público? ¿Por qué no asumir compromisos urgentes de ahorro en el gasto corriente del gobierno en sus diferentes niveles? ¿Por qué no buscar consensos para utilizar los excedentes petroleros eficazmente en acciones que favorezcan la inversión, el mercado interno y el empleo? ¿Por qué no implementar urgentemente medidas que desregulen y fomenten la captación de la escasa inversión disponible en el mundo? Es más. ¿Por qué no pensar en darle más dinero a los ciudadanos vía reducción temporal de gravámenes fiscales? ¿Por qué no?
Ahora se espera que el presidente Calderón y su gobierno muestren con acciones concretas que se tiene con qué para enfrentar la sequía económica que viene. Pero, ¿hay con qué?.
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