por Rogelio Ramírez de la O
(publicado en El Universal el 1 de octubre de 2008)
El gobierno ha negado sistemáticamente que la recesión en Estados Unidos afecte de manera significativa a México, a pesar de que Europa ya entró en recesión, China y el resto de Asia crecen menos, y así América Latina. Y estos países no dependen tanto del mercado estadounidense como México. Los impactos serán en el sector real, en el sector financiero y en el clima de inversión y de negocios.
En el sector real, México depende de ventas directas a Estados Unidos de bienes y servicios por 30% de su Producto Interno Bruto. Por las compras que generan estas actividades hacia el interior de la economía, en servicios locales, vivienda, transporte, seguros o servicios bancarios, no es aventurado decir que la mitad del producto está afectada directa o indirectamente.
En el sector financiero, la crisis de Estados Unidos es cuando menos parcialmente de insolvencia y no sólo de liquidez. La diferencia es que una crisis de liquidez se arregla con inyección de dinero. Pero tanto la Reserva Federal como el gobierno han inyectado cientos de miles de millones de dólares, la primera mediante su ventana de descuento y con tasas de interés negativas después de descontar la inflación. El gobierno, regresando impuestos a los contribuyentes y ahora comprando cartera de los bancos que éstos no pueden cobrar. Y sin embargo, el crédito no fluye, las inversiones están paralizadas y el desempleo aumenta.
En efecto, las familias estadounidenses hoy son insolventes pues su tasa de ahorros es de cero, no pueden pagar sus hipotecas y sus ingresos no alcanzan para mantener su consumo actual. Para volver a ser solventes necesitan primero reducir su consumo.
Por esa razón los bancos que les prestaron dinero tomaron pérdidas multimillonarias que los volvieron insolventes.
Los bancos mexicanos no enfrentan un problema de insolvencia de los mexicanos, pero en tarjetas de crédito y en menor grado en crédito a la vivienda hay un claro deterioro de carteras vencidas, el cual se agravará cuando la economía genere desempleo. Peor aún, se verán obligados a reducir los créditos, pues sus matrices extranjeras necesitarán todos los recursos posibles para mejorar su capital.
A más largo plazo el impacto negativo será en el clima de inversiones y negocios. Los estadounidenses, golpeados por la crisis, van a favorecer la excesiva regulación del crédito y el proteccionismo y se tornarán aún más hostiles contra los trabajadores mexicanos.
El gobierno debería estar trabajando, adaptando su proyecto a una nueva situación que hoy ya sepultó su política contracíclica que en realidad ni siquiera comenzó a aplicar. Tendría primero que entender la realidad y comunicarla con claridad al Congreso, a los empresarios y a la opinión pública. Y, desde luego, reducir su enorme gasto corriente, el cual ha aumentado casi 40 mil millones de dólares en sólo dos años.
Un comienzo podría ser revisar la meta de crecimiento de la economía de 3% a 1%, porque esto es lo realista y le permitiría realinear sus metas de gasto. De otra forma, el gasto sería excesivo y a la larga lo tendría que recortar salvajemente. Debería igualmente comunicar a los gobernadores de los estados que ya no podrán seguir gastando como hasta ahora y que deben evitar el alto nivel de desperdicio en su gasto que hoy es evidente en varios estados.
Un verdadero plan anticrisis reclama apoyar al campo y a la industria. Si el gobierno no hace nada, como hasta ahora, llevará al país a un callejón sin salida.
En el sector real, México depende de ventas directas a Estados Unidos de bienes y servicios por 30% de su Producto Interno Bruto. Por las compras que generan estas actividades hacia el interior de la economía, en servicios locales, vivienda, transporte, seguros o servicios bancarios, no es aventurado decir que la mitad del producto está afectada directa o indirectamente.
En el sector financiero, la crisis de Estados Unidos es cuando menos parcialmente de insolvencia y no sólo de liquidez. La diferencia es que una crisis de liquidez se arregla con inyección de dinero. Pero tanto la Reserva Federal como el gobierno han inyectado cientos de miles de millones de dólares, la primera mediante su ventana de descuento y con tasas de interés negativas después de descontar la inflación. El gobierno, regresando impuestos a los contribuyentes y ahora comprando cartera de los bancos que éstos no pueden cobrar. Y sin embargo, el crédito no fluye, las inversiones están paralizadas y el desempleo aumenta.
En efecto, las familias estadounidenses hoy son insolventes pues su tasa de ahorros es de cero, no pueden pagar sus hipotecas y sus ingresos no alcanzan para mantener su consumo actual. Para volver a ser solventes necesitan primero reducir su consumo.
Por esa razón los bancos que les prestaron dinero tomaron pérdidas multimillonarias que los volvieron insolventes.
Los bancos mexicanos no enfrentan un problema de insolvencia de los mexicanos, pero en tarjetas de crédito y en menor grado en crédito a la vivienda hay un claro deterioro de carteras vencidas, el cual se agravará cuando la economía genere desempleo. Peor aún, se verán obligados a reducir los créditos, pues sus matrices extranjeras necesitarán todos los recursos posibles para mejorar su capital.
A más largo plazo el impacto negativo será en el clima de inversiones y negocios. Los estadounidenses, golpeados por la crisis, van a favorecer la excesiva regulación del crédito y el proteccionismo y se tornarán aún más hostiles contra los trabajadores mexicanos.
El gobierno debería estar trabajando, adaptando su proyecto a una nueva situación que hoy ya sepultó su política contracíclica que en realidad ni siquiera comenzó a aplicar. Tendría primero que entender la realidad y comunicarla con claridad al Congreso, a los empresarios y a la opinión pública. Y, desde luego, reducir su enorme gasto corriente, el cual ha aumentado casi 40 mil millones de dólares en sólo dos años.
Un comienzo podría ser revisar la meta de crecimiento de la economía de 3% a 1%, porque esto es lo realista y le permitiría realinear sus metas de gasto. De otra forma, el gasto sería excesivo y a la larga lo tendría que recortar salvajemente. Debería igualmente comunicar a los gobernadores de los estados que ya no podrán seguir gastando como hasta ahora y que deben evitar el alto nivel de desperdicio en su gasto que hoy es evidente en varios estados.
Un verdadero plan anticrisis reclama apoyar al campo y a la industria. Si el gobierno no hace nada, como hasta ahora, llevará al país a un callejón sin salida.
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ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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