sábado, 5 de abril de 2008

Un economista se hace rico en la batalla que provoca el cambio climático

 
por Leila Abboud
Dow Jones Newswires 

 

Londres, 13 de marzo – El planeta se calienta cada vez más y, de manera paradójica, Richard Sandor, un economista de 66 años, se hace cada vez más rico por ello.

Su empresa, Climate-Exchange, con sede en Londres, se ha labrado una función estratégica dentro de la próspera negociación de "permisos de carbón" en Europa: en esencia, se trata de comprar y vender el derecho a contaminar.

Desde 2005, la Unión Europea exige a las empresas más contaminantes que reduzcan la cantidad de dióxido de carbono que emitan a la atmósfera, o bien que adquieran créditos de contaminación en el mercado abierto.

Gran parte de esta actividad se desarrolla en la bolsa fundada por Sandor, alguna vez profesor de Berkeley, quien se ha transformado en un extravertido empresario del cambio climático.

Sandor se cuenta entre los inversionistas más exitosos, que trata de aprovechar la creciente conciencia ambiental, ya sea especulando con recursos energéticos o bien iniciando una empresa productora de energía eólica.

El año pasado, el valor total de los permisos de carbón que cambiaron de mano, ya sea en las bolsas públicas o en privado, en transacciones realizadas fuera del mercado, casi se duplicó, para llegar a 40,000 millones de euros (aproximadamente 60,000 millones de dólares), de acuerdo con la firma de investigaciones Point Carbon, con sede en Oslo, Noruega.

Hace poco, las acciones de Climate Exchange subieron 16% luego que la firma reportó haber triplicado sus ingresos en 2007, a 13.6 millones de libras esterlinas (casi 27 millones de dólares). Eso da a la empresa, que maneja cerca de 90% de las negociaciones en bolsa de créditos de carbón, un valor de capitalización de mercado aproximado de 1,310 millones de dólares.

La participación de Sandor, que asciende a 20%, vale más de 260 millones de dólares en papel.

En esto hay una mezcla inusual de teoría de mercados y ecología. "La derecha siempre sospecha que soy un ecologista recalcitrante, y la izquierda me acusa de ser un capitalista codicioso", dijo Sandor, quien en la década de 1990 desarrolló un sistema basado en los mercados para reducir los contaminantes que provocan la lluvia ácida.

El corretaje de carbón atrae un gran interés de las bolsas rivales. En enero, NYSE Euronext inició su propia bolsa de carbón, lo que elevó el total global a ocho bolsas por lo menos. Al citar "un enorme potencial", la Bolsa de Nueva York planea incursionar en este terreno en el primer trimestre de este año.

El siguiente campo de batalla será Estados Unidos, donde el Congreso ahora debate la creación de un sistema para regular la emisión de gases de efecto invernadero. Los legisladores consideran un sistema similar al creado por el Protocolo de Kyoto en 1997, un acuerdo global patrocinado por Naciones Unidas que fija las metas de recortes de emisiones para 175 naciones que lo ratificaron.

El programa europeo fue una prueba piloto del Protocolo de Kyoto, cuyas restricciones a las emisiones comenzaron a regular a la industria este año.

Estados Unidos no ha ratificado Kyoto. Sin embargo, los tres precandidatos a la presidencia, los dos demócratas y el republicano, dicen querer que Estados Unidos haga más por combatir el cambio climático y que quizá establecerán un programa de corretaje de carbón.

Los permisos (o créditos) de carbón se negocian de manera muy parecida a los commodities fijos: oro, petróleo o vientres de cerdo. Cada permiso emitido por el gobierno otorga a su poseedor la posibilidad de emitir una tonelada de dióxido de carbono al aire. La Bolsa del Carbón obtiene dinero al percibir una comisión por cada transacción y por el cobro de cuotas de membresía.

El objetivo de los programas llamados de "limitación y transacción", como los de Europa, es dar a las empresas contaminantes un incentivo financiero para limpiar sus procesos de producción. Los gobiernos fijan límites a las emisiones, y las empresas que no los exceden pueden negociar sus créditos de contaminación con otras firmas, dispuestas a pagar por contaminar. Con el tiempo, los límites se reducen, con lo que seguir contaminando el ambiente se hace más caro.

Casi 70% de los permisos de carbón aún se negocia fuera del mercado, por medio de transacciones privadas entre empresas o instituciones financieras. Muchas veces, es más eficiente negociarlos en una bolsa que tratar de encontrar a un comprador o a un vendedor. Pero para las grandes transacciones, muchas empresas y bancos aún prefieren realizar acuerdos privados, a fin de no informar a sus competidores o provocar variaciones drásticas en el aún incipiente mercado.

No obstante, la bolsa de Sandor es pieza fundamental de la infraestructura financiera que apuntala este sistema. Da a las empresas, sobre todo a los gigantes industriales, como generadores de energía eléctrica, acerías y cementeras, una idea clara del precio en el mercado del carbón, tanto actual como a muy largo plazo.

También permite a los fondos de capitales de riesgo y a otros inversionistas especular con los permisos, del mismo modo que lo harían con otros activos, como el oro o las acciones.

Algunos economistas, entre los que se incluyen el economista Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nóbel, y Gregory Mankiw, expresidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Bush, defienden, como opción, gravar a los contaminantes. Un impuesto al carbón, dicen, sería más transparente y menos vulnerable al cabildeo por parte de las industrias, que tratarían de obtener mayores límites para sí mismas.

El mes pasado, un reporte de la Oficina de Presupuestos del Congreso señaló que un impuesto al carbón podría lograr las mismas reducciones en las emisiones "a una fracción del costo" que un sistema de limitación y transacción. Los ahorros vendrían sobre todo por el hecho de que la instrumentación de esta política es más sencilla que crear un mercado de carbón.

Otras críticas al corretaje de carbón se concentran en los genios financieros, como Sandor, quienes diseñan y dirigen los mercados. "Los recursos financieros se redistribuyen entre los bancos y los corredores, en vez de financiar las innovaciones tecnológicas para reducir las emisiones", dijo Carlo Stagnaro, del Istituto Bruno Leoni, centro de análisis económico con sede en Italia, quien hace poco publicó un artículo sobre el sistema de corretaje de emisiones de carbón en la Unión Europea.

El sistema de Europa muestra evidencias de estas tensiones. Allí, en principio, los gobiernos cedieron a la presión de la industria y concedieron demasiados permisos de carbón, lo que dio a las empresas pocos incentivos inmediatos para reducir sus emisiones.

Este sistema, que apenas tiene tres años de funcionamiento en Europa, aún no logra grandes reducciones en las emisiones. No obstante, el corretaje de carbón prosperó, y dejó jugosas utilidades a los bancos, corredores y bolsas, como la fundada por Sandor.

Las empresas de generación de electricidad y la industria pesada negocian los créditos de carbón de manera continua, para tratar de obtener dinero con base en las fluctuaciones en el precio y para limitar los riesgos futuros, así como para cumplir con las reglas de Kyoto.

Robert Stavins, economista ambientalista de John F. Kennedy School of Government de Harvard, coincide que el mercado de carbón de Europa no es perfecto, pero defiende la función de los financieros.

Eso es lo que ha hecho Sandor. "Soy un capitalista que dirige un negocio y tiene que generar dividendos para los accionistas", dijo durante una reciente entrevista en el hotel Ritz de Londres. "Me considero un ecologista, pero esos sentimientos no influyen en mi trabajo diario".

Sandor, un profesor vivaracho de cabello muy corto, que usa trajes a la medida, inició su carrera como catedrático de economía y finanzas en University of California en Berkeley, donde desarrolló ideas para negociar intangibles, como tasas de interés o hipotecas, en el mercado.

A pesar de su función en el mercado de carbón europeo, de rápido crecimiento, la firma de Sandor aún es como un pez muy pequeño en las aguas del corretaje de commodities, infestadas de tiburones. La dirige desde una pequeña oficina en el distrito financiero de Londres, donde trabajan casi doce empleados en una gran sala, con una alfombra muy maltratada.

No existe un piso de corretaje tradicional: las operaciones se realizan totalmente en línea. Los corredores de commodities de bancos de todo el mundo tienen el programa de la bolsa en los monitores de sus computadoras, y pueden comprar y vender permisos de carbón con sólo hacer clic con su ratón.

Las empresas que deben cumplir las reglas de Kyoto también pueden comprar y vender en esta bolsa. Por ejemplo, una organización alemana de servicios públicos que tenga un número excesivo de créditos de carbón podría venderlos a una acería japonesa que los quisiera comprar. La bolsa realiza las transacciones, y también actúa como aval, lo que reduce el riesgo crediticio tanto para el comprador como para el vendedor.

El riesgo para Sandor es que su firma sea superada por rivales mucho mayores, cuando Estados Unidos establezca sus propios sistemas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Los analistas estiman que el tamaño del mercado de carbón en Estados Unidos sería de casi tres veces el europeo, lo que representaría un beneficio que seguramente atraerá a los rivales.

Traducido por Luis Cedillo

Editado por Juan Carlos Jolly

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Fecha de publicación: 26/03/2008

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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.

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