El ultimátum del rector para que los huelguistas universitarios entreguen las instalaciones es revelador de la situación que priva al interior del campus. La descuidada redacción del desplegado de ayer es evidencia de que la máxima casa de estudios está dirigida por universitarios cuyas principales virtudes no son precisamente el talento, la tolerancia y la capacidad de diálogo.
Se justificaría el tono y los errores de sintaxis si se tratara de un ciudadano común; pero es inaceptable tratándose de quien dirige la mayor institución de educación superior de Sonora. La desmesura política y la impropiedad en el lenguaje utilizado pudieron advertirse desde las primeras entrevistas que el rector ofreció a los medios de comunicación horas después de estallado el paro. Es la tónica utilizada también en sus declaraciones de este domingo.
Por ahí podemos encontrar la explicación de lo que está ocurriendo en la Universidad. Me explico: parece que en la Unison prevalece una especie de hartazgo hacia una gestión en la cual poco se reconocen el mérito y la trayectoria académica y en cambio se premian la lealtad y la pertenencia al grupo en el poder aun cuando en muchos casos no se cuenta con el currículum adecuado para conducir intelectualmente a la institución.
Pedro Ortega está por cumplir siete años como rector; ya había sido vicerrector por varios años y otros tantos estuvo al frente de algunas áreas importantes de la institución. Son muchos si se considera que la Universidad requiere cambiar de manera constante. Tantos años al frente han terminado por fastidiar a no pocos universitarios convencidos de que las cosas no marchan bien y de que urge una transformación dirigida a poner fin a las complicidades y los cotos de poder que frenan la adecuada marcha de nuestra Alma Máter o que, en el mejor de los casos, se esfuerzan por simular que todo está bien.
La simulación es quizá el problema más complejo que se experimenta adentro. Gran parte de los profesores hacen como que enseñan; los funcionarios hacen como que cumplen y los trabajadores como que trabajan.
De alguna forma esto fue incubándose poco a poco y es resultado natural de tantos años en los que el mismo grupo ha dirigido los destinos de la Universidad. La permanencia de ese equipo ha impedido el sano intercambio de ideas e inhibido el desarrollo de la institución, al menos en materia de calidad de sus resultados académicos. Esta especie de negligencia prevalece también entre los empleados administrativos y manuales.
En el comportamiento de este gremio cuenta igualmente el tipo de liderazgo que han tenido. Fueron demasiados años bajo la tutela de un dirigente proclive a las autoridades. La derrota de esta forma de hacer vida sindical abrió una rendija por donde se están expresando las inconformidades acumuladas por tantos años de una dirigencia subordinada. Por lo menos esto se deja ver a través del entusiasmo y combatividad con que el Steus ha sobrellevado los días de huelga.
De acuerdo con la información contenida en el desplegado referido, no hay una causal insuperable que justifique la prolongada suspensión de actividades.
En otras circunstancias, el motivo que se alega para sostener el movimiento hubiera sido resuelto sin mayores contratiempos. Se percibe, entonces, que la huelga nos está diciendo otras cosas que a primera vista no se observan: El agotamiento del rectorado de Pedro Ortega como factor de consenso entre los grupos universitarios. Esto tomó forma apenas hace unos meses justo cuando en los dos sindicatos, el de académicos y el de empleados manuales y administrativos, asumieron el liderazgo dirigentes independientes de las autoridades.
Los propios académicos ya habían dado muestras de ese distanciamiento. El año pasado los profesores se fueron a la huelga no como consecuencia de la insuficiente propuesta de Rectoría sino, se dijo entonces, en rechazo a la gestión de Pedro Ortega. Incluso, no pocos académicos cercanos al primer círculo, aceptan las debilidades de las actuales autoridades; están conscientes de que Ortega ha perdido el control de los hilos finos de la vida universitaria. Lo pierde justo cuando se acerca el proceso de nombramiento de nuevas autoridades.
Efectivamente, falta poco para que concluya el segundo periodo del actual rector. Antes de terminar deberá estar listo el nombre de quien lo sustituirá. Lo lógico es suponer que Ortega impulsará a alguien de su equipo de colaboradores más cercano. Sin embargo, será difícil que salga adelante en un entorno donde sectores importantes de la comunidad universitaria reclaman una reestructuración sustancial de la forma de conducir la Unison.
Sería saludable que el cambio se orientara a terminar con la simulación y a asegurar un tipo de trabajo académico en donde la calidad sea la divisa fundamental para fortalecer a la máxima casa de estudios de Sonora.
Álvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor e investigador de El Colegio de Sonora.
Álvaro Bracamonte Sierra. Profesor e investigador de El Colegio de Sonora.
Tomado de El Imparcial
Se justificaría el tono y los errores de sintaxis si se tratara de un ciudadano común; pero es inaceptable tratándose de quien dirige la mayor institución de educación superior de Sonora. La desmesura política y la impropiedad en el lenguaje utilizado pudieron advertirse desde las primeras entrevistas que el rector ofreció a los medios de comunicación horas después de estallado el paro. Es la tónica utilizada también en sus declaraciones de este domingo.
Por ahí podemos encontrar la explicación de lo que está ocurriendo en la Universidad. Me explico: parece que en la Unison prevalece una especie de hartazgo hacia una gestión en la cual poco se reconocen el mérito y la trayectoria académica y en cambio se premian la lealtad y la pertenencia al grupo en el poder aun cuando en muchos casos no se cuenta con el currículum adecuado para conducir intelectualmente a la institución.
Pedro Ortega está por cumplir siete años como rector; ya había sido vicerrector por varios años y otros tantos estuvo al frente de algunas áreas importantes de la institución. Son muchos si se considera que la Universidad requiere cambiar de manera constante. Tantos años al frente han terminado por fastidiar a no pocos universitarios convencidos de que las cosas no marchan bien y de que urge una transformación dirigida a poner fin a las complicidades y los cotos de poder que frenan la adecuada marcha de nuestra Alma Máter o que, en el mejor de los casos, se esfuerzan por simular que todo está bien.
La simulación es quizá el problema más complejo que se experimenta adentro. Gran parte de los profesores hacen como que enseñan; los funcionarios hacen como que cumplen y los trabajadores como que trabajan.
De alguna forma esto fue incubándose poco a poco y es resultado natural de tantos años en los que el mismo grupo ha dirigido los destinos de la Universidad. La permanencia de ese equipo ha impedido el sano intercambio de ideas e inhibido el desarrollo de la institución, al menos en materia de calidad de sus resultados académicos. Esta especie de negligencia prevalece también entre los empleados administrativos y manuales.
En el comportamiento de este gremio cuenta igualmente el tipo de liderazgo que han tenido. Fueron demasiados años bajo la tutela de un dirigente proclive a las autoridades. La derrota de esta forma de hacer vida sindical abrió una rendija por donde se están expresando las inconformidades acumuladas por tantos años de una dirigencia subordinada. Por lo menos esto se deja ver a través del entusiasmo y combatividad con que el Steus ha sobrellevado los días de huelga.
De acuerdo con la información contenida en el desplegado referido, no hay una causal insuperable que justifique la prolongada suspensión de actividades.
En otras circunstancias, el motivo que se alega para sostener el movimiento hubiera sido resuelto sin mayores contratiempos. Se percibe, entonces, que la huelga nos está diciendo otras cosas que a primera vista no se observan: El agotamiento del rectorado de Pedro Ortega como factor de consenso entre los grupos universitarios. Esto tomó forma apenas hace unos meses justo cuando en los dos sindicatos, el de académicos y el de empleados manuales y administrativos, asumieron el liderazgo dirigentes independientes de las autoridades.
Los propios académicos ya habían dado muestras de ese distanciamiento. El año pasado los profesores se fueron a la huelga no como consecuencia de la insuficiente propuesta de Rectoría sino, se dijo entonces, en rechazo a la gestión de Pedro Ortega. Incluso, no pocos académicos cercanos al primer círculo, aceptan las debilidades de las actuales autoridades; están conscientes de que Ortega ha perdido el control de los hilos finos de la vida universitaria. Lo pierde justo cuando se acerca el proceso de nombramiento de nuevas autoridades.
Efectivamente, falta poco para que concluya el segundo periodo del actual rector. Antes de terminar deberá estar listo el nombre de quien lo sustituirá. Lo lógico es suponer que Ortega impulsará a alguien de su equipo de colaboradores más cercano. Sin embargo, será difícil que salga adelante en un entorno donde sectores importantes de la comunidad universitaria reclaman una reestructuración sustancial de la forma de conducir la Unison.
Sería saludable que el cambio se orientara a terminar con la simulación y a asegurar un tipo de trabajo académico en donde la calidad sea la divisa fundamental para fortalecer a la máxima casa de estudios de Sonora.
Álvaro Bracamonte Sierra. Doctor en Economía. Profesor e investigador de El Colegio de Sonora.
Álvaro Bracamonte Sierra. Profesor e investigador de El Colegio de Sonora.
Tomado de El Imparcial
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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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