Las elecciones perredistas del 16 de marzo pusieron al descubierto claroscuros del PRD:
1. La existencia de un partido nacional con una militancia que acudió masivamente a votar —más de un millón de participantes— en un ejercicio democrático y transparente.
2. Una incipiente vida orgánica con debilidad de los instrumentos para desarrollar un proceso electoral que garantizara el voto universal, libre, directo y secreto de los militantes. De nuevo, el padrón de afiliados dejó fuera por lo menos a 20% de quienes acudieron a votar; al tiempo que la pérdida de la autonomía del Comité Técnico Electoral lo subordinó a la lógica de los órganos de dirección y, por tanto, de las expresiones que los conforman, y al conflicto de intereses derivado del hecho de que sus integrantes, casi en su totalidad, son candidatos.
3. El profundo deterioro de la vida interna y de las relaciones entre los grupos y sus dirigentes, que ha cancelado no sólo los espacios mínimos de interlocución y construcción de acuerdos que debería mantenerse entre miembros de un mismo partido, sino del respeto entre quienes se identifican como compañeros.
4. La existencia de prácticas clientelares y corporativas, que han permitido construir una fuerza interna a costa de manipular la carencia de recursos y bienes de los sectores más empobrecidos de la población.
5. La existencia de un aparato burocrático acuerpado en torno a intereses, que ha hecho suyos los métodos del viejo régimen. Desde la manipulación de las carencias de la gente hasta el doble discurso, la simulación y el engaño, para encubrir sus verdaderos compromisos y aspiraciones e, incluso, el uso del fraude y la violencia.
6. La pérdida de autonomía política y subordinación de dirigentes del partido al gobierno de facto y a gobiernos estatales, y —como lo han señalado diversos medios— la injerencia de agentes privados quienes financiaron una "alternativa que pudiera contener al legítimo".
La elección sacó a relucir lo bueno y lo malo del PRD. Tras diversas derrotas acumuladas, Nueva Izquierda se preparó para ganar a como diera lugar, tensaron la vida interna, coparon el aparato partidario, afinaron una estructura paralela, acumularon recursos, establecieron relaciones con los poderes de facto, impulsaron una campaña mediática bajo el esquema de representar una izquierda moderna, promovieron un Congreso Extraordinario en el que se establecieron reglas a modo, cambiaron al árbitro, le quitaron autonomía, tejieron alianzas sobre compromisos de candidaturas y recursos, presionaron el voto de los militantes desde espacios de gobierno y representación popular. ¿Por qué no lo consiguieron?
Porque quienes se presentaron como una izquierda moderna, socialdemócrata, apoyaron su mayoría en los liderazgos más atrasados y corporativos que han agraviado y desplazado de la vida partidaria a la mayor parte de la militancia. Porque se registró una rebelión de los miembros del partido contra los cacicazgos y prácticas de lo que podríamos llamar el neoperredismo corporativo que se ha enquistado en el aparato partidario y conculcado su vida democrática, y porque la militancia votó por una línea política clara, sin ambigüedades, de no reconocimiento al gobierno de facto.
En la peor de las tradiciones de la izquierda sectaria, quienes ayer se erigían como demócratas que iban a respetar los resultados hoy todo lo cuestionan: los resultados de los conteos rápidos, que no les favorecieron; la conducción del presidente nacional de partido a quien acusan de parcial; toman violentamente las oficinas del Comité Técnico Electoral reclamando la renuncia de sus miembros; irrumpen en las sesiones de cómputo; pretenden dar un albazo con un Consejo Nacional que deshonra su palabra y rompe compromisos y desconocen la autonomía a la Comisión Nacional de Garantías.
Lo cierto es que perdieron la elección. Perdieron sus entidades enclave (Colima, Hidalgo, Jalisco, Puebla, Iztapalapa) y los de mayor presencia partidaria (DF, Guerrero, Michoacán, Tabasco, Zacatecas). Pero lo cierto y lamentable también es que quienes dijeron defender la autonomía de este partido acuden al único recurso que les permitiría revertir nuestro triunfo, al TEPJF, a la intervención del Estado en que confían.
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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