Dice el dicho que cuando Estados Unidos se resfría al resto del mundo le da pulmonía. La situación actual podría ser aún más ominosa porque el que parece tener pulmonía es el vecino del norte. Sin embargo, a diferencia de otros tiempos en que nuestros países se caracterizaban por tener una gran vulnerabilidad ante situaciones externas adversas, la buena noticia es que hoy la región está mejor preparada para los embates de la economía globalizada. Esto es gracias a que la mayoría de los países presentan tasas de inflación relativamente bajas, déficit fiscales bajo aparente control, políticas cambiarias flexibles, sistemas financieros más sólidos y altas reservas internacionales. Están mejor preparados, pero no son inmunes.
Por ahora, América Latina parece haberse salvado del efecto "vaca loca" (como no se sabe cuáles instituciones financieras tienen los activos contaminados, nadie está dispuesto a prestar a sus pares) de los préstamos hipotecarios de baja calidad (los llamados subprime). Tal vez gracias a los esquemas regulatorios —o por mera suerte—, el sistema financiero latinoamericano no comprometió su liquidez o solvencia invirtiendo en los instrumentos que están en la raíz del problema en las economías avanzadas (por lo menos eso es lo que dicen los expertos, y los indicadores de riesgo hasta ahora parecen darles la razón). Esta es la segunda buena noticia. Pero aquí se acaban las buenas noticias porque el resto de los efectos pronto se dejarán sentir sobre los niveles de vida de los latinoamericanos, en mayor o menor medida, dependiendo del país y de la evolución de la economía mundial.
Hay tres mecanismos importantes a través de los cuales se transmitirán los efectos de la desaceleración (o recesión) de la economía estadounidense sobre América Latina: una caída de las remesas ocasionada por pérdida de empleo y/o caída de los salarios de los trabajadores migrantes; una disminución de las exportaciones a EU generada por la baja en el consumo e inversión de ese país; y una reducción de los precios internacionales de las llamadas commodities (petróleo, minerales, granos, etcétera) causada por el efecto que una desaceleración de la economía estadounidense tenga sobre las otras economías dominantes en el mercado mundial (por ejemplo, la china).
Las remesas hacia América Latina, mismas que subieron seis veces en los últimos 15 años para llegar a alrededor de 60 mil millones de dólares, ya empezaron a descender. Para algunos países de Centroamérica y el Caribe, donde las remesas significan entre 10% y 20% del PIB, esto puede llegar a tener efectos macroeconómicos (o sea, afectar la tasa de crecimiento a nivel del país). Los más vulnerables a una caída de las remesas incluyen a varios de los países más pobres de la región: Honduras, Guyana, Haití, Jamaica, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y República Dominicana. Según el Banco Mundial, el impacto en promedio puede ser de una caída del PIB de 0.12%.
En México, las remesas representan entre 3% y 4% del PIB y por ello no es esperable que afecten el crecimiento de la economía en su conjunto, pero sin duda ocasionarán una caída importante en los niveles de vida de las localidades y hogares que dependen del flujo de remesas y con ello aumentará la incidencia de la pobreza. Este efecto puede ser importante ya que las remesas hacia México crecieron a un ritmo de alrededor de 20% en promedio en 2006 y los datos a partir de mediados de 2007 muestran una desaceleración e incluso una caída de las remesas para un par de trimestres. Esto no debe sorprender ya que uno de los sectores más afectados por la crisis de crédito hipotecario y la sobreoferta de inmuebles es la construcción, sector donde trabajan muchos migrantes.
Por otra parte, según diversas estimaciones, el efecto combinado de la caída de las exportaciones hacia EU, hacia el resto del mundo y en los precios de los minerales y productos agrícolas puede resultar en una caída promedio del PIB latinoamericano de -0.4% (pronósticos optimistas) hasta -1.5% (pronósticos pesimistas), dependiendo de lo prolongado de la desaceleración estadounidense y su efecto sobre otras economías como la china.
Las economías de México, Centroamérica y el Caribe son las que potencialmente se verán más afectadas por su mayor interdependencia con la economía de EU. Según algunos análisis, por cada punto porcentual que cae la economía estadounidense, el PIB de México podría disminuir en 1.6%, por ejemplo. En contraste, países con mercados más diversificados como Chile se verán menos afectados. Argentina y Brasil, bajo los escenarios actuales, se verán afectados de forma moderada.
En suma, es esperable una disminución de la actividad económica pero no una crisis. La pregunta que cabe hacerse es si, dado que los países tienen condiciones macroeconómicas mucho más robustas que en el pasado, ¿podrán poner en marcha una política fiscal y monetaria contracíclica (es decir, expandir el gasto público y bajar la tasa de interés) para suavizar el impacto de la desaceleración del crecimiento económico externo? Lo ideal sería que sí.
No obstante, si bien las condiciones son incomparablemente mejores a lo que fueron en décadas pasadas, la fragilidad macroeconómica persiste: en varios países la inflación si bien baja ha estado en aumento y los ingresos fiscales dependen en proporción importante de los precios internacionales de ciertos productos sujetos a gran volatilidad. Esto significa que las limitaciones para "acolchonar" el impacto sobre las economías son considerables.
Ante esta situación, urgen mecanismos de política contracíclica para los hogares más vulnerables y pobres (programas de empleo temporal, transferencias en efectivo y en especie, protección del gasto público en educación y salud para los hogares pobres). Esperemos que la región no vuelva a cometer el error recurrente de no tener esos mecanismos o de no incluir los recursos necesarios en el presupuesto.
Profesora visitante de Asuntos Internacionales en la Universidad George Washington
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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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