12 de abril de 2008
En unos días se cumplirán 10 años de la muerte de Octavio Paz. El Congreso se opusó hace poco a que su nombre fuera inscrito con letras de oro en el muro de honor de la Cámara de Diputados, bajo el argumento de que sólo quienes han disparado un cañón, o firmado las Leyes de Reforma, merecen ocupar un puesto entre los forjadores de la patria. Paradojas de la vida: hoy, ese mismo Congreso ha sido secuestrado por una minoría radical, aparentemente ansiosa de disparar cañones y firmar Leyes de Reforma, para poder ocupar un lugar de honor entre los forjadores de la patria.
La anécdota es todo un homenaje al mayor escritor del siglo XX mexicano. Sugiere que, a 10 años de su muerte, en un país violentado por la degradación política, la voz de Octavio Paz hace más falta que nunca.
En 1970, fresca aún la sangre en la Plaza de las Tres Culturas, Paz publicó un volumen que fue debatido intensamente: Posdata. Hoy sabemos que esas páginas —breves, luminosas, sugerentes— alumbraron amplias zonas del futuro.
Posdata sostuvo, por ejemplo, que la única salida perdurable de la crisis histórica del país no era la revolucionaria que proponían los líderes estudiantiles y la mayor parte de la izquierda, sino la instauración de la democracia. "Sin libertad de crítica y sin pluralidad de opiniones y de grupos no hay vida política", escribió Paz.
En tiempos de la hegemonía del PRI, y de las formas aberrantes que adoptaba el comunismo, Paz postuló que el fortalecimiento del Estado burocrático no tenía otro fin que cooptar a la sociedad para sumergirla en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo. "México y Moscú están llenos de gente con mordaza y de monumentos a la Revolución", apuntó el poeta, para arremeter más tarde contra la figura favorita de nuestros países en orfandad: el Señor Presidente, el Padre, el Caudillo.
El hoy ocurrió ayer. El ayer ilumina el hoy.
Las opiniones de Paz fueron criticadas lo mismo por voceros del gobierno que por intelectuales de izquierda. "La reacción de los primeros era natural —dijo el poeta en una entrevista con Julio Scherer—; lo era menos la de los intelectuales y los partidarios del movimiento estudiantil. Ninguno de ellos parecía darse cuenta de la contradicción que había entre su pasión revolucionaria, su culto al Che Guevara o a cualquier otro santón de la izquierda, y la significación real del movimiento en el que habían participado: la democracia. Hablaban de democracia, pero para ellos era un medio subordinado a la acción revolucionaria: la democracia era un episodio de la lucha de clases, un escalón en el camino hacia la toma al poder".
Los críticos de Posdata no le perdonaron a Paz que hubiese señalado la incoherencia de sus posiciones. Decretaron la quema del libro y la muerte civil de su autor. Aunque la condena intentó acompañar al poeta hasta el final de sus días, Posdata lleva hoy más de 20 ediciones. En 1991, poco antes de morir, Paz le dio este consejo a sus detractores: "La próxima vez maten bien a sus muertos".
Porque una década más tarde, la obra y el pensamiento de Paz siguen creciendo y Posdata puede leerse como el certificado de defunción de un tipo de pensamiento que algunos sectores de la izquierda en orfandad —aquella que ha encontrado su lugar mejor bajo las botas de Andrés Manuel López Obrador— no pueden trascender, no logran superar.
En México no tenemos pasado o, si lo tenemos, escupimos sobre sus muertos. Releer Posdata en un país violentado por la degradación, paralizado por una tradición dogmática, es una forma de devolver el oro al nombre de Paz; un recurso para comprender el hoy y levantarse, al menos mientras dura su lectura, de la profunda crisis que tiñe la vida pública.
Escritor y periodista
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Fernando V. Ochoa
cel 6621 50-83-33
ser como el clavo, que aun oxidado, sigue siendo clavo.
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